Segundo Domingo de Cuaresma 20 de Marzo de 2011
“Se los llev aparte a una montaa alta”
La montaña es el símbolo por excelencia de la cercanía de Dios. Son muchos los
momentos en que la montaña es el escenario de acontecimientos relevantes en
la Biblia. Es el lugar habitual de las revelaciones divinas. La montaña significa
para nosotros la necesidad de distanciarnos de nuestro universo cotidiano, de
nuestros afanes, de nuestras aspiraciones No es que se huya del mundo, sino de
tener una perspectiva desde la cual se pueda mejor valorar las cosas y los
acontecimientos.
Para el creyente lo fundamental no son las cosas en que cree, o las verdades
que se aceptan, sino la relación vital con Cristo. Desde el principio Jesús va
eligiendo a los que quiere ”para que estuvieran con Él” (Mc 3, 14), convivencia
que se prolonga durante toda la vida pública. Unas creencias, por lo general, no
cambian nuestra vida. Decimos que creemos en Dios, que creemos en Jesús, y
nuestros comportamientos no están muy en consonancia con lo que decimos.. Lo
que nos transforma es el sincero y asiduo contacto con Cristo.
En la escena toman parte Moisés, representante de la Ley, y Elías profeta
estimado y querido. Solo Jesús aparece transfigurado. Ni la Ley, ni los profetas
por sí tienen fuerza transformadora. Es Jesús y por eso se escucha la voz del
Padre: “Este es mi hijo querido. Escuchadle”. Moisés y Elías pasan a un segundo
plano. Escuchar a Jesús, oír su voz, que es la del Hijo amado, es lo que de
verdad transforma, centrando toda la vida en Jesús, no aferrarse a la tradición ni
a instituciones que más o menos quedan al margen del momento presente. Es
esencial escuchar a Jesús, tomar en serio su mensaje, no para saber más de él,
sino para obedecer, tomar conciencia de lo que significa su seguimiento y
realizar el proyecto de Dios sobre nosotros y sobre e mundo. Cuando se
escucha, no se ensancha el campo de nuestros conocimientos teóricos. Se
ensancha el campo de nuestro compromiso cristiano.
Ante esta escena no es extraa la reaccin de Pedro: “Seor, ¡qué hermoso es
estar aquí!” El encuentro con Cristo no es para quedarse envueltos en una
contemplacin. Jesús elige a los suyos para “para enviarlos a predicar” (Mc
3,15). Hay que bajar del monte. Vivida la experiencia hay que volver a la
realidad de la vida porque la transfiguración, el que los vestidos se volvieron
blancos como la luz, es para que en nuestro mundo brille la luz del amor, de la
reconciliación, de la generosidad. Como Jesús, nuestra conducta debe ser guía
en medio de una sociedad conflictiva que no acepta la fraternidad, la justicia y la
verdad, haciendo del amor real a todo hombre la norma decisiva de conducta,
incluso ante los enemigos. No olvidemos lo de ser luz del mundo y sal de la
tierra.
La transfiguración se irá haciendo desde una comunión creciente con Jesús,
fuerza transformadora de nuestra identidad, de nuestros criterios cambiando
nuestra manera de ver la vida. Sólo desde Jesús podemos caminar por el camino
que El va trazando.
Encontrarse con Dios, subir a la montaña, es cosa siempre personal e
intransferible. Cada uno ha de abrirse confiadamente a su presencia, desde el
silencio, por fuera y por dentro, para escuchar su presencia en nosotros. Cuando
se da verdadera comunicación con Dios, cuando de verdad se escucha a Jesús,
va surgiendo una persona nueva que busca, interroga, suplica, goza, alaba y
confía. Cada uno escucha con paz a Dios, se siente amado y con fuerza para
amar, porque en lo alto del monte ha escuchado el misterio de Dios revelado en
su Hijo Jesús.
Joaquin Obando Carvajal