Tercer Domingo de Cuaresma 27 de Marzo de 2011
“Dame de beber”
En los primeros tiempos de la Iglesia la Cuaresma tenía un marcado sentido
bautismal. Los catecúmenos, que en la Vigilia Pascual recibirían el bautismo,
intensificaban la preparación con una temática basada en tres textos de san
Juan: agua, luz, y vida, recogida en los episodios de la Samaritana, el ciego de
nacimiento y la resurrección de Lázaro. En los tres textos el centro es Cristo con
un matiz peculiar en cada uno de ellos: Jesús como fuente de vida, como luz y
verdad que ilumina, como vida nueva rompiendo las fronteras de la muerte.
Tiene su razón de ser, porque el bautismo no es limpiar del pecado original, sino
un encuentro con Cristo que nos hace nacer a una vida nueva.
En este tercer domingo de Cuaresma, el rico episodio de la Samaritana nos
presenta a Cristo capaz de hacer surgir agua viva, manantial que salta hasta la
vida eterna. Su misión es salvar lo perdido, buscar la oveja descarriada. Pero es
algo más, un rehacer desde el fondo a la criatura para que sea ese hombre y esa
mujer nueva.
En el encuentro con la Samaritana Jesús empieza mostrando una necesidad real,
tenía sed y por eso le dice: “dame de beber”. Se hace encontradizo con la mujer
no en el templo, sino en el camino diario, junto al pozo, allí donde la mujer va a
sacar agua cada día. No comienza imponiendo, adoctrinando. Busca a la persona
y va a su terreno donde sabe que las puertas se le abrirán sin dificultad. La
sorpresa de la Samaritana origina un vivo diálogo que Jesús sabe conducir hasta
llegar al encuentro salvador: “Si conocieras el donde Dios y quien es el que te
pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. Jesús cambia el rumbo de
la conversación y se presenta como el don de Dios, el agua viva que salta hasta
la vida y quita la sed verdadera que tanto atormentaba a esta mujer de vida
equivocada.
Jesús le revela su vida, no en plan de condenación, sino de reconocerla para
descubrir su camino equivocado. Va al fondo del corazón que lo encuentra
amargo y sin agua, porque la sed de la samaritana es búsqueda e
insatisfacción.Evangelizar no es transmitir contenidos, sino suscitar la dinámica
por la que, desde el lugar donde cada uno se encuentre, llegar a tener la
experiencia del encuentro con Dios. Sólo a través de la experiencia compartida,
Jesús va llevándola fondo de la persona, y se produce el encuentro, se
evangeliza. Este fue el proceso de la Samaritana que llegó a reconocer lo
equivocado de su vida, y más aún, se hizo mensajera de la Buena Noticia:
“Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el
Mesías?”
“Si conocieras el don de Dios” Pregunta que nos tendríamos que hacer nosotros
en esta Cuaresma. “Dios es Amor” (1 Jn 4,8). No slo en el sentido de que nos
tiene mucho amor y nos quiere sin condiciones, sino que, en su ser más íntimo,
es amor y que, por tanto de El no puede brotar más que amor, incluso cuando
nosotros no merecemos ser amados. Es amor sin condiciones ni restricciones. El
está más cerca de lo que sospechamos. Está dentro de nosotros mismos. Si yo
me abro, El no se cierra. Si yo escucho, El no se calla. Si yo me confío, El me
acoge. Si yo me entrego, El me sostiene. Si yo me dejo amar, El me salva.
La experiencia más importante para encontrar a Dios es sentirse a gusto con El,
percibirlo como presencia amorosa que me acepta como soy Es la experiencia de
la Samaritana que nos debe de estimular a un encuentro amoroso y salvífico con
Dios que se hará en nosotros “un surtidor de agua que salta hasta la vida
eterna”. Sea nuestra sencilla, confiada y humilde oracin la súplica de la
Samaritana: “Seor, dame esa agua”, y déjanos gustar tu amor.
Joaquin Obando Carvajal.