Comentario al evangelio del Martes 22 de Marzo del 2011
Queridos amigos y amigas:
Hoy Jesús, con ocasión de una dura diatriba contra los fariseos, propone cuál debe ser el estilo del
verdadero discípulo. Como siempre sus propuestas hacen saltar por los aires el molde del orgullo y de
la soberbia. Nos colocan en otra onda. Fijamos nuestra atención en cuatro enérgicas sentencias. Son tan
claras que no dan pie a ningún tipo de confusión.
Primera, evitar el comportamiento de quienes “dicen y no hacen”. Frente a la hipocresía, propone
la autenticidad, el amor a la verdad. Frente a las apariencias, exhorta a la coherencia. Frente a la
mascarada, la limpia desnudez. La palabra y la conducta deben ir acordes. Arroja lejos la hipocresía y
su infinito repertorio de disfraces: escudarse en los defectos de los otros, para no cumplir con el propio
deber; cambiar de opinión según el ambiente en el que estemos; perder todas las fuerzas por la boca…
No nos conformemos con lo que no nos mueva a cumplir –con obras- la voluntad de Dios, por buenos
que sean los deseos, las intenciones o las palabras.
Segunda, desterrar la manía de aplastar a los demás poniendo sobre sus espaldas “pesados
fardos” y, al mismo tiempo, autodispensarse de “mover un dedo”. Es también frecuente y
reconocible este proceder injusto. Tendemos con facilidad a utilizar distintas medidas: permisivas para
mí y estrictas para los demás; disculpamos nuestros errores y exigimos con rigor a los otros; halagamos
los méritos propios y despreciamos los de los demás; nos creemos buenos y desconfiamos de la bondad
de los demás; escuchamos lo que nos favorece y hacemos oídos sordos a lo que se nos pide; creemos
que nuestro tiempo es más valioso que el de los demás …
Tercera, no dogmatizar, sino predicar con el ejemplo. Cuando Jesús pide no dejarse llamar “rabbi”,
ni “maestro”, ni “padre”, no está descalificando ni la autoridad, ni los roles sociales, ni la capacitación
profesional, ni siquiera está hablando propiamente de rebajamiento. Alude a la vana-gloria o la
megalomanía o el orgullo. Jesús está hablando de humildad. Un discípulo de Jesús no se exhibe en
pedestales de gloria, ni discursea en primera persona del singular, ni apabulla con títulos de poder, sino
que se abaja al ruedo de la vida, se nivela con sus hermanos, se pone a servir gratis y se deja enseñar.
Nunca deja de ser discípulo, aunque sea profesor de universidad o tenga 7 hijos. No tengamos, por
tanto, envidia de los que están encaramados, porque lo que nos parece ahora altura, es despeñadero.
Y cuarta, el lugar más alto, la dignidad más sublime, el honor más singular, la dicha más
consoladora a la que puede aspirar quien se atreve a ir detrás de Jesús es servir. El más grande de
todos será el servidor humilde de sus prójimos. El que quiera elevarse a lo más alto, deberá emprender
el inacabable camino del descenso. Y María nos recuerda que Dios no despacha vacío a nadie, excepto
a aquellos que ya están llenos de sí mismos.
No olvidemos, finalmente, una constante que se repite: El crecimiento pasa por la imitación de actos
excelentes y no por la simple aplicación de reglamentos o la mera exhortación al respeto de las normas.
Estas cosas que nos dice Jesús no se aprenden sin mimesis, esto es, sin visibilidad y contagio.
Vuestro, amigo y hermano,
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf