Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Los conversos
La humanidad sigue creyendo que la verdad depende el hombre y no el hombre de la
verdad. El encuentro de Jesús con la samaritana revela con claridad la estrategia que Dios
sigue con las personas que no lo conocen o que viven alejadas de Él, para que lo descubran,
lo amen y lo sigan. Dios sale al encuentro del hombre, de todo hombre. La forma y el
momento varían dependiendo de cada caso, pero siempre se cruza en nuestro camino.
Podríamos distinguir tres grandes grupos: en primer lugar están los que nacen en el seno de
una familia cristiana y reciben la fe juntamente con el biberón. Es el nutrido número de
fieles que conforme van creciendo se santifican con los sacramentos de iniciación
(bautismo, confirmación y comunión), de curación (confesión y unción de enfermos) o los
así llamados sacramentos de servicio a la comunión (matrimonio y orden sacerdotal). Para
estos el creer en Dios es algo tan natural como el respirar o el sonreír.
Luego están los buscadores de la verdad, los san agustines de todos los tiempos. Los que
quieren saber si en Cristo es la respuesta a la pregunta sobre el sentido del ser. Son los
modernos Zaqueos que suben al sicómoro para ver pasar a Jesús y luego quedan prendados
de tal forma, que nunca más se vuelven a separar de Él. Conocemos el nombre de muchos
de ellos: Gilbert Chesterton; el rabino de Roma en tiempos de la II guerra mundial, Israel
Zolli, que luego adoptó el nombre de Eugenio en renocimiento al Papa Pio XII; Edith Stein
y André Frossard; los esposos Maritain; el ex-anglicano, John Henry Newman que luego
llegó a ser Cardenal y recientemente fue beatificado por el Papa Benedicto XVI. Estos
llegaron a la Iglesia Católica por el correcto sendero de la razón, pero también respondieron
a la acción de la gracia, pues la fe es un don de Dios.
Finalmente están los que se identifican con la samaritana, almas que se ocultan, escapan, le
sacan la vuelta a Dios y con las cuales es preciso luchar, sin imponer; seducir sin violentar.
Estas almas se asemejan a la cebolla, que tienen muchas capas que Dios tiene que ir
removiendo para llegar al fondo del corazón. Jesucristo fue abriendo camino hasta lograr la
conversión de la Samaritana. Y así es como actúa en los que viven alejados de él. Sabe
esperar y se vale de un momento de crisis, un aparente fracaso, la muerte de un ser querido
para encontrarse cara a cara con ellos. Estos encuentros son misteriosos, pero reales. Dios
no se da por vencido y sabe cuándo deja a las noventa y nueve ovejas para ir en búsqueda
de la descarriada. El buen pastor tiene otras ovejas que no están en el redil, también a éstas
las sale a buscar para formar un solo rebaño.
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