Comentario al evangelio del Jueves 31 de Marzo del 2011
El oído, el habla, la vista, el tacto… la concentración de los sentidos en la Palabra de Dios hoy es
impresionante. La escucha de la Palabra es la condición para caminar según la voluntad de Dios, como
pueblo suyo. Pero si nos cerramos a la Palabra y nos volvemos sordos a ella, nos volvemos también
ciegos, incapaces de ver la presencia de Dios actuando entre nosotros. Jesús toca con el dedo de Dios,
cura, devuelve la palabra y ahuyenta al demonio; pero los que se han vuelto incapaces de escuchar la
voz de Dios, no sólo no ven tampoco su acción benéfica, sino que la interpretan torcidamente,
volviéndola del revés, viendo ahí la acción del príncipe de los demonios. Cumplen así lo que denuncia
con dramatismo el profeta Isaías: “¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad
por luz, y luz por oscuridad” (Is 5,20). Y, puesto que se han vuelto ciegos para la acción de Dios en la
tierra, quieren todavía evadirse exigiendo ver señales del cielo. El evangelio de hoy es una seria
advertencia para todos nosotros, que podemos ser sordos a la Palabra y ciegos al bien que Dios hace
por medio de nuestros hermanos, intepretándolos perversamente. Jesús nos hace ver la absurda
contradicción que supone esa crítica, y nos advierte de la gravedad de rechazarlo: si el mismo Mesías e
Hijo de Dios actúa con el poder de Belzebú, ¡qué fuerzas diabólicas no desatarán los hijos de quienes
lo han rechazado! Pero Jesús aprovecha también la ocasión para exhortarnos a abrir los ojos, y a que
nos dejemos tocar por el dedo de Dios que nos puede liberar, nos invita a ingresar en el Reino de Dios
que él mismo ha hecho presente. Jesús es el hombre más fuerte que ha vencido al que parecía
invencible, el que nos reparte el botín de la victoria sobre el mal, el que nos invita a estar de su parte.
Esto significa, en primer lugar, escuchar su voz, en segundo, dejarse tocar por él para que nos cure,
sólo así podremos hablar, dar testimonio de aquello que, una vez curados, somos capaces de ver: la
presencia en nuestro mundo del Dios encarnado que, pese a todas las apariencias, ya ha vencido al
maligno.
Saludos cordiales
José M.ª Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.com/
José M.ª Vegas cmf