Silencio, silencio…
El drama del dolor nos deja siempre conmovidos/as, en silencio, el corazón
hecho trizas. La Semana Santa es la semana de los contrastes más hondos.
Domingo de Ramos, gritamos, aplaudimos; Jueves Santo, la traición, la
negación y la huida; Viernes Santo, la Cruz, la cobardía exaltada, la muerte
injusta. Sábado Santo, el silencio germinal de la alegría exultante.
El dolor necesita una cara, un rostro que lo defina e identifique. A pesar del
anonimato de las víctimas, los rasgos multiplicados tienen voz propia,
caracteres comunes, sombras y luces de contrastes, lágrimas que, en
estrías resaltadas, gritan su silencio. En Cristo tiene eco todo dolor y en su
rostro encontramos nuestro dolor, nuestra soledad, nuestra muerte al
acecho de la nueva vida.
El Domingo de Ramos se abre el telón. Unos cuantos sólo miran, otros
más, se aventuran y se dejan llevar de la multitud. Algún grupo más
restringido entra de lleno en el desfile. Tan diverso el grupo en un principio,
el Viernes estarán unidos para gritar a una sola voz, “Crucifíquenlo”. Nada
fácil la coherencia, menos la aceptación de la cruz.
¿Qué une a Jesús a su cruz? ¿Qué lo cuece tan profundamente a Ella? Las
voces van tomando fuerza: “Sálvate a Ti mismo… desciende de la cruz”.
Tanta impotencia sólo se explica por el amor. Y en un grito entrega su
espíritu al Padre. Muere gritándonos su amor, vivimos a causa de este
amor, nos movemos porque Él permanece clavado.
Cochabamba 17.04.11
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com