Cuarto Domingo de Cuaresma 3 de Abril de 2011
“Al pasar Jesús vio a un ciego de nacimiento”
La conversión, a la que insistentemente se nos invita en el tiempo de
Cuaresma, es fundamentalmente un encuentro intenso con Cristo, con
vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento y en la entrega más
auténtica a Él. Los textos evangélicos de estos domingos son una buena
guía para este encuentro.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo.
Luz de la que estamos muy necesitados porque muchas cegueras nos
envuelven. Hemos de reconocer que vivimos muchas veces ciegamente,
bien porque, ocupados sólo en cuestiones inmediatas, aparentemente más
urgentes y prácticas, no profundizamos en el porqué y el sentido de lo que
hacemos. Otras nos dejamos llevar por la corriente de la sociedad de
consumo, la moda, la publicidad, decidiendo otros por nosotros. Miramos
también superficialmente a las personas, catalogándolas sin un
conocimiento profundo. La venda de nuestro egoísmo, nuestra comodidad e
indiferencia nos ciega, viendo sólo lo que queremos ver, utilizando una
medida diferente para juzgar a otro y para juzgarnos a nosotros mismos.
No nos dejamos iluminar por la luz. Vemos escasamente la superficialidad
de las personas y de los acontecimientos, no viendo su verdadera y
profunda realidad. El corazón de la vida se nos escapa siempre. Nos
creemos lúcidos, pero estamos ciegos y esta es la peor ceguera; no saber
que estamos ciegos.
Hay una serie de detalles que marcan el proceso de encuentro con el Señor:
“Al pasar Jesús vio a un hombre ciego”. No es el ciego el que pide ver. Es la
luz la que se ofrece al ciego. La iniciativa de la salvación parte de Jesús. La
luz se acerca a las tinieblas.
“Le untó en los ojos con barro”. Jesús nos pone delante la realidad de
nuestra pequeñez, limitación, incluso del pecado. Desde nuestra realidad El
va a actuar con su acción salvadora y transformadora. “Lávate en la piscina
de Siloé”. Es el agua del Enviado. Es el agua del Espíritu y la piscina es la
Iglesia. Lavarse en la piscina de Siloé, es sumergirse en Cristo en el seno de
la comunidad. Es el bautismo que nos transforma y nos hace hijos de la luz.
La curación del ciego es progresiva. Primero ve a los hombres, después verá
a Jesús. Luego reconocerá a Jesús como profeta, para afirmarlo después
como Mesías y, finalmente, dará testimonio de Jesús sufriendo persecución
por Él.
La verdadera conversión se manifiesta en un claro testimonio sobre Jesús
aun en medio de dificultades e incomprensiones. El encuentro con Jesús
transforma la vida. El nos hace pasar de la ceguera a la luz. Si de verdad
nos dejamos iluminar por su luz, si caminamos en la luz, seremos luz, lo
que es nuestra grandeza y responsabilidad como creyentes, puesto que
estamos llamados, siguiendo el ejemplo de Jesús, a reflejar en el mundo su
luz.
Aceptar la luz de Jesús es empezar un camino y un estilo de vida nuevos.
“Caminad como hijos de la luz” nos dice san Pablo en la segunda lectura,
que significa luchar por la bondad, la justicia y la verdad que son los frutos
de la luz.
Siempre, pero hoy de manera especial y urgente, nuestro mundo, envuelto
en tantas tinieblas, necesita una luz que rompa la oscuridad del afán de
poder y dominar, de materialismo y corrupción, de discriminación y
explotación; oriente en la verdad de la vida, de la dignidad del ser humano
y de la solidaridad, y comprometa a la bondad y honradez como pide la
dignidad del hombre y la fidelidad al plan de Dios.
Joaquin Obando Carvajal.