IV DOMINGO DE CUARESMA, CICLO A
¿Quien tiene la culpa?
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando ocurre algo desagradable y que no hemos podido controlar, siempre queremos dar la culpa
a alguien, o dárnosla a nosotros mismos. Y tal vez nadie la tenga. Admitir nuestra ignorancia,
aceptar el misterio, es imposible para algunos. Uno de los motivos que se aducen para justificar el
propio ateísmo, es el de no haber encontrado ninguna religión, que dé una explicación al mal. ¿No
sería más correcto, en todo caso, que nos preguntásemos la causa de lo ocurrido? Ciertamente que
cuesta aceptar el sufrimiento atroz de un niño, Albert Camus atribuía a esto su falta de Fe (en La
peste). Pero Enmanuel Mounier, decía que nada se parece tanto a Cristo crucificado, como la
inocencia sufriente (y él tenía en su familia un hijo que le interrogaba con su desgracia). Los
animales no se hacen preguntas, los hombres sí y exigen respuestas inmediatas. Lo primero es
prueba de humanidad, lo segundo de orgullo.
Se encuentran por Jerusalén a un pobre hombre ciego de nacimiento y de inmediato surge la
pregunta: ¿Quién pecó, él o su padre? La respuesta de Jesús no es sencilla, exige la aceptación
humilde del misterio, los animales no son capaces de ello. Dios es misterio, decía Einstein, pero no
engaña. Añadiría yo, que no nos toma el pelo. La culpa de la desgracia de aquel hombre, no es el
pecado de alguien, si le ocurre esta desgracia, es para que se manifiesten las obras de Dios, afirma
Jesús. De tantos hijos de vecino que por entonces pululaban por la ciudad y que mirarían, correrían
y trabajarían, nada sabemos. De este buen hombre, sí. Su ceguera permitió que se manifestase el
poder del Señor, fue un colaborador directo suyo. Y esta fue su gran suerte. Añádase que al
recobrar posteriormente la visión, pudo gozar de ella en este mundo y en la Eternidad sería recibido
con gozo. El buen hombre no era un desconfiado, como entre nosotros abundan. Embadurnar los
ojos con barro, parece aberrante, pero él lo acepto sin recelo. Se encontraba al borde, en el inicio,
de la Fe y se puso en sus manos. Y se fue sin pereza a lavarse al lugar que el Señor le indicaba,
pudiendo hacerlo más cerca.
(Siloé era un gran depósito de agua, que se alimentaba del manantial del Guijon, a través del
prodigioso túnel de Ezequías, que aún hoy admiramos. Me comunica un amigo, que no hace mucho
se han encontrado restos arqueológicos de lo que fue esta gran piscina, de la que se aprovechaban
los servidores del Templo y la misma población. Hasta ahora lo que creíamos lo era, y que he
visitado bastantes veces, no se trataba más que de un remanso de la corriente que se deslizaba, ya
al aire libre, hasta descansar un centenar de metros más abajo, en este depósito llamado
justamente “del enviado”. Si el encuentro con el Señor fue por el centro de la ciudad, le tocaría
caminar un buen trecho, ya que Siloé está a las afueras del núcleo, próximo a la muralla).
Mis queridos jóvenes lectores, nos toca ahora observar las reacciones personales de los diferentes
actuantes. El grupo fariseo se fija únicamente que el milagro se ha realizado en sábado y ellos se
consideran custodios de las tradicionales leyes, sin tener en cuenta que las reveló Dios y el que
tienen allí, es su Hijo Unigénito. Pero hay gente que esta inclinada a considerar que todos son
malos, excepto ellos, sea cual sea su comportamiento.
Que nazca un hijo ciego, no es ninguna bicoca y la desgracia la sufrirían los padres cuando era
niño. De mayor no podrían aprovecharse de él que no contribuiría a mejorar la economía familiar.
Seguramente estaban hartos. Escurren el bulto, son cobardes. No quieren dar gloria a Dios, pese a
que les ha favorecido al curarlo. Que se lo pregunten a él mismo, que ya es mayorcito, contestan. El
buen hombre, pese a que su desgracia no le hubiese permitido tener estudios teológicos como los
de sus interlocutores, es valiente y lo dice con sinceridad: le ha curado Jesús, que deduzcan ellos la
respuesta, si es que están tan interesados. Vistas las buenas consecuencias que ha tenido su
encuentro con Él, piensa y se lo dice, que debe tratarse de un profeta…
Eso si que no, de ninguna manera le contestan, vomitando de inmediato, su intencionado acervo
cultural. Carece el que fue ciego de erudición, pero no de sentido de la ironía, una buena ayuda
dialéctica, y les dice a bocajarro: ¿queréis vosotros también ser seguidores suyos?
¡Buena la ha hecho! Acuden entonces a un arma que todavía usan los que son tan pobres, tan
pobres, que no tienen más que poder de prohibir, y le insultan y marginan. Queda excluido de la
sinagoga. Excomulgado, diríamos hoy.
Es muy posible que si en vuestra vida sois leales a Jesús, por parte de los que detentan el poder,
mis queridos jóvenes lectores, a vosotros también os marginen. Escuece sufrirlo, pero hay que
aceptarlo con serenidad. Comprobaréis que Dios no os ha marginado y si, como los discípulos
continuáis con Él, os daréis cuenta de que uno puede vivir felizmente, pese a ser ignorado por los
que mandan.
Pero tened en cuenta que la fidelidad no consiste en renunciar a interrogarse. Quien abandona la
inquietud, es señal de que empieza a morir, dijo algo así, el presidente Franklin, y estoy totalmente
de acuerdo. Los apóstoles le siguieron, pero no como mansos e insulsos borregos. El que nos
relata esta escena, es el mismo que al final de su evangelio, junto a las aguas de Genesaret,
después de escuchar lo que el Maestro dice a Pedro, le pregunta por su futuro.
Padre Pedrojosé Ynaraja