DOMINGO DE RAMOS, CICLO A
Domingo de Ramos
Padre Pedrojosé Ynaraja
El encuentro de este domingo, mis queridos jóvenes lectores, recuerda dos
tradiciones litúrgicas. La primera parte compuesta de la proclamación de la Palabra,
bendición de ramos y entrada solemne, tiene su origen en la iglesia de Jerusalén, la
iglesia madre. La segunda, toda ella celebrada dentro del recinto, es fiel a la
tradición de Roma, la que preside a la Iglesia Católica . Esta última es semejante a
la de cualquier domingo. Una es rica en colorida, la otra repleta de austeridad.
Una de las entradas de Jesús en la Santa Sión, tuvo mucha importancia. Era el
cumplimiento de las profecías, la purificación del lugar santo y el auto-
reconocimiento de su mesianidad. Esta actitud irritó a los que mandaban en el
Templo. Aunque el cogollo de este lugar, el Santuario, había conseguido con su
vaciedad, expresar que la Fe de Israel era en un Dios espiritual, los atrios que lo
rodeaban también participaban de su santidad. En el lugar más santo ya no estaba
ni el Arca de la Alianza, ni el Propiciatorio, ni las tablas de la Ley, ni la vara de
Aarón, ni nada que pudiera insinuar idolatría, que pudiera estimular la imaginación
de un dios material o mágico. Jesús no se entrometió allí. Pero los soportales que
circundaban la gran explanada, participaban, de su religiosidad, y lo que empezó
siendo una ayuda para el peregrino que no podía ofrecer limosnas más que en
moneda propia del lugar, o víctimas que era incapaz de trasportarlas desde su
domicilio, acabó convirtiéndose en un espacio de negocio que lo profanaba.
Explicados estos detalles, comprenderéis la importancia que tuvo para las gentes,
la entrada que celebramos hoy.
Jesús se dirigió esta vez solemnemente desde su residencia habitual cuando estaba
en Judea: la casa de sus amigos, los hermanos, Lázaro, Marta y María hacia
Jerusalén. Era momento álgido, pero se mostró Él a su manera, con la humildad
que le era propia. En otros tiempos el borrico podía gozar de prestigio, por entonces
los poderosos viajaban a caballo. Le acompañaban al señor los Apóstoles.
Seguramente nadie se fijó en Él hasta que, acabada la subida, montó en el jumento
y al poco, empezó a descender. La falda de la montaña que llamamos de los olivos,
por la abundancia de estos árboles, era lugar de recreo. La gente no estaba
ocupada en solucionar sus pequeños problemas sin tener tiempo para nada, como
ocurre hoy, estaba en situación apta para descubrir cosas mejores. Se propagó la
noticia de quien pasaba por el camino y con ingenuidad se apresuraron a aclamarle.
Gritaban hosanna, como en nuestros tiempos hubieran dicho viva o bravo. Cortaron
palmas y ramas de olivo y las agitaron, como ahora hubieran aplaudido. Todo
solemne, pero sencillo, quien le reconocía no era gente importante, ni poderosa:
era el pueblo con sus criaturas ingenuas, las que si callaban, exigirían que hablasen
las piedras.
Celebrar esta entrada en la acción litúrgica, debe hacerse con espíritu alegre y
fervoroso. Lamento observar que algunos portan sus ramos sin entusiasmo,
colgados de la mano, casi arrastrándolos. A los niños más pequeños les han
comprado palmas elegantes, con trenzados, las levantan sin saber porque lo hacen.
Me decepciona que una vez sus padres han lucido a su retoño y le han sacado la
correspondiente fotografía, se vuelven a casa.
Por TV observo la procesión en Roma, en la plaza de San Pedro, miro las caras de
la juventud. También la bajada hacia Jerusalén de los fieles de la Santa Ciudad. Los
forasteros van emocionados, los religiosos y religiosas recogidos en oración, la
juventud con su fanfarria, bombo y platillo incluido, atruenan el ambiente. No hay
ni rastro de aburrimiento.
¡Cuánto me gustaría que os reunierais la gente joven, que trayendo ramos grandes,
los levantarais como el deportista que triunfa levanta su trofeo, que cantarais con
entusiasmo himnos, a Jesús reconociéndolo como vuestro Maestro, Señor y Amigo!
Letras como “Christus vincit, Chistus regnat…” cantadas en sus diferentes
versiones, penetrarán en vuestro corazón y lo llenarán de Esperanza.
Porque comprobareis que los triunfadores envejecen y declinan sus cualidades, los
conjuntos musicales, pierden creatividad, a los líderes políticos se les descubre que
no son tan limpios como un día se supuso. Pero la honradez y lealtad del Señor,
nunca desaparecen. Tal vez no entusiasmará histéricamente a quinceañeros o
quinceañeras, pero nunca os engañara, nunca os traicionara, nunca os abandonará.
Como ejemplo, la lectura evangélica de la Pasión de Cristo, será una demostración
de lo que es capaz de aceptar el Señor por los que ama. Cuando queda fija en la
imaginación la imagen de Cristo carente de todo y crucificado, tantas cosas que
satisfacen nuestra vanidad, nos damos cuenta de que no tienen ningún valor…
La lectura de la Pasión no es un aguafiestas, su testimonio es el patrón con el que
mediremos el valor que tiene lo que hacemos y de que, gracias a su sacrificio
generoso, del que todos nos podemos aprovechar viviendo en la Iglesia y
participando sacramentalmente, podremos, en nuestra vida, realizar grandes cosas
por el Reino de Dios.
Padre Pedrojosé Ynaraja