DOMINGO DE PASCUA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Yo no sé, mis queridos jóvenes lectores, si asistiréis durante el día de este domingo
a misa. Tal vez habéis celebrado la solemne Vigilia Pascual y consideráis que
vuestra participación ha tenido la suficiente solemnidad y dedicación, como para
considerar que ha sido suficiente. Y no seré yo quien os lo recrimine. Tampoco,
caso de que asistáis, sé qué evangelio se escogerá, pues hay tres posibilidades. Voy
a imaginar que proclaman el que veo ahora que sería propio de la misa del
atardecer.
Pensando ahora en vosotros, se me ocurre aquello de que los varones somos
cerebros con patas y las mujeres tenéis el alma en la piel. Son graciosos
disparates, pero no carentes de significado. Si recuerdo la frase, es porque la
resurrección del Señor, nos sugiere el planteamiento de la posibilidad de la nuestra.
Las dos van, de alguna manera, relacionadas. Añádase la pregunta honrada de
querer saber de qué manera será la vida en la otra realidad. Honradamente os
confieso que no tengo respuesta evidente. La Fe excluye la seguridad, la Fe
siempre es un riesgo, aquí radica su merito. Lo que podemos conseguir es el
convencimiento, y a eso voy.
El episodio del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos que decepcionados
huían de Jerusalén, y nos cuenta el evangelio de Lucas, es además de simpático y
colorista, muy convincente. Iban ellos discutiendo cerebralmente, no lo hacían en
voz baja, ni se amilanaron porque cerca de ellos viniera un desconocido. No eran
gente reservada y precavida. Interviene el que camina de incógnito y trata de
entrar en conversación. ¿De qué habláis les pregunta? Podían haberle respondido
¿y a ti que te importa? Pero no lo hicieron. Pese a que les recrimine llamándoles
torpes y necios, ellos no le dicen: mira, jefe, que te enrollas demasiado, déjanos en
paz, que bastantes preocupaciones tenemos. Le escuchan con gusto, pese a ser
adultos. Se dice que uno de los caminantes pudiera ser su primo. Piensan también
que siempre puede uno aprender (aquel dicho castellano: nunca te acostarás sin
saber una cosa más).
El camino de Emaús no era demasiado largo, pero daba para mucho conversar. Por
fin llegan a su destino. Hace el desconocido ademán de continuar y ellos, que hasta
entonces han tenido un corazón abierto a sus explicaciones, le demuestran tener su
domicilio dispuesto para que se hospede en él. Le invitan a su casa. En la mesa,
cuando parte el pan, descubren de quien se trata. Las razones no les habían llegado
a convencer, el gesto sí.
"El corazón tiene razones que la razón desconoce", es la frase famosa del gran Blas
Pascal. Reconocen por el camino que hacen de vuelta, que cuando le escuchaban,
su corazón ardía y quedan convencidos por ello. Pero no quieren reservarse el
descubrimiento para ellos solos. Piensan en la pena que empapaba a los discípulos
que dejaron en la capital y no esperan a que llegue un nuevo día. Vuelven de
inmediato a Jerusalén y allí encuentran a los demás y con ellos comparten la
gozosa experiencia. No acuden a demostraciones filosóficas: lo han reconocido al
partir el pan, cuentan convencidos.
El episodio ocurre en domingo, el mismo domingo que, antes de amanecer, el
Señor había resucitado y se había dado a conocer a unas mujeres. Mujeres
sensibles, más que cerebrales, a las que no tuvo que pedirles comida y zamparse
pescado, para que comprobaran que no era un fantasma, como así lo tuvo que
hacer más tarde con los apóstoles masculinos. Se dice que el acontecimiento de
Emaús fue la primera misa, inmediatamente después de resucitar, no quiso el
Señor que olvidáramos el domingo, la gran fiesta. No quiso espectaculares
demostraciones ante multitudes atónitas. Fue un encuentro familiar.
Entre nosotros, los artistas, presentan la escena con tres únicas figuras. Yo creía
que la narración correspondía a un encuentro restringido de esta índole. Recuerdo
que un día, pretendiendo salir deprisa del museo de Louvre, pues había
contemplado lo que me interesaba y afuera me estaban esperando, me sorprendió
un enorme cuadro a mi derecha y no pude resistir la tentación de detenerme para,
por un momento, fijarme en él, sin saber porqué, me fascinaba. Me sorprendió que
su titulo fuera Emaús. Me sorprendió, porque en la escena aparecían otras
personas, además de los tres tradicionales para mí. No podía detenerme y me
limité a fotografiarlo para, en casa pensarlo con detenimiento. He comprobado que
no es el único artista que interpretó la escena de esta manera. Lógicamente, en el
domicilio de los dos hospitalarios caminantes, vivirían sus familiares. Si fue una
misa no quiso el Señor que fuera para aquellos dos de su grupito. Desde el principio
estuvo abierta a otros que no eran del cotarro (aviso a la navegación, espiritual, de
cabotaje).
Lamentablemente, el lugar donde ocurrió no se sabe con certeza. Tres o cuatro se
lo disputan. En dos o tres he estado, el que a mí más me complace, es el que
protege la Custodia Franciscana. No tiene la elegancia gótica del que alberga a una
comunidad benedictina, que también he visitado. Pero siento que, cuando estoy allí,
que ahora es un pueblecito árabe cuyo nombre no recuerdo, pero que suena a algo
así como Kweibe, a mí también me arde el corazón. Ruinas sencillas, restos de una
antigua calzada y de viviendas pobres, es todo lo que queda, más algún mosaico
bizantino, que correspondería a la casa de Cleofás, el único nombre que aparece en
el relato, tal vez hijo de la que acompañó a Santa María en el Calvario.
Os decía que nos preguntamos a veces cómo será nuestra existencia en la realidad
que sigue a la muerte, el episodio de Emaús nos da alguna respuesta. Jesús
resucitado sigue interesado por los hombres, le importan sus amigos y les quiere en
paz y cordial comunicación. Nuestro futuro, esta es nuestra Esperanza, gozará de
algo semejante. Nada de una gota de agua que llega triunfante al mar y se
sumerge en él, perdiendo su individualidad. El amor une, pero no destruye.
Padre Pedrojosé Ynaraja