MUERTOS Y RESUCITADOS CON CRISTO
(DOMINGO V de CUARESMA)
13 marzo 2005
"En aquel tiempo, un cierto Lázaro de Betania, la aldea de María y de Marta, su
hermana, había caído enfermo... Las hermanas mandaron recado a Jesús... Cuando
Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado... Jesús se echó a llorar... y
gritó con voz potente: Lázaro, ven fuera. El muerto salió, los pies y las manos
atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: desatadlo y
dejadlo andar..." (Jn 11,1-45)
Decíamos el domingo pasado que lo central en el Bautismo, para nosotros, es la
persona de Cristo, al que nos incorporamos en este sacramento. Con ello,
afirmamos no sólo que Jesús es el fundamento, sino que es Cristo el que acoge y
toma posesión del bautizado, cuya vida entera queda radicalmente orientada a Él.
Desde aquí entendemos el pasaje evangélico que hoy nos propone la Iglesia,
trasladándonos el acontecimiento de la resurrección de Lázaro. Tiene también un
carácter explícitamente bautismal si lo contextuamos en la vivencia de la iglesia
primitiva. Una expresión de San Pablo puede aclararnos todo esto. Él habla,
refiriéndose al Bautismo, de "conmorir y conresucitar con Cristo". Es decir, lo que
se simboliza externamente en el rito bautismal es imagen sacramental de la muerte
de Cristo, que nos hace participar de su acontecimiento pascual. Es decir, el
Bautismo realiza en el bautizado el mismo acontecimiento que significa. Y lo hace
participar de la misma muerte-vida de Cristo.
El bautizado comienza a participar de la vida nueva de Cristo. Comienza a vivir en
Cristo,. Se reviste de Cristo. Se hace semejante a Él, el Hijo de Dios. Es un nuevo
nacimiento y no un simple cambio formal. Nos hace hijos en el Hijo. Nos da una
nueva identidad: la cristiana. Es el gran milagro que produce en nosotros, hoy, el
sacramento del Bautismo, sacramento de vida... nueva. Nos dice el Ritual del
Bautismo de niños, en sus "Prenotandos": "Incorporados a Cristo por el Bautismo,
constituyen el Pueblo de Dios, reciben el perdón de todos sus pecados y pasan de la
condición humana en que nacen como hijos del primer Adán al estado de los hijos
adoptivos, convertidos en nueva criatura por el agua y el Espíritu Santo. Por esto se
llaman y son hijos de Dios"
Un detalle de nuestro pasaje evangélico puede servirnos para completar nuestra
consideración: "desatadlo y dejadlo andar", dice Jesús. Aplicada al Bautismo, ¿no
podemos ver en esta expresión una invitación a crecer y desarrollarse? Como toda
vida, también la del Bautismo está llamada a recorrer un proceso de crecimiento.
No basta con la respuesta primera. No se llega a ser cristiano de una vez y para
siempre. El Bautismo no introduce en un dinamismo de desarrollo continuo en
búsqueda continua de perfección en nuestra vida de cristianos.
Sacramento, pues, de vida. Y sacramento de compromiso... para cuidar y
desarrollar esa vida, que es la de hijos de Dios.
Miguel Esparza Fernández