¡Ecce Homo, Ecce Deus!
DOMINGO DE RAMOS
17 de Abril de 2.011
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno
de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el
abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses, 2, 6-11
Sólo merece las rodillas de todo y de todos; sólo merece la confesión y la
aclamación universal el Hombre despojado de sí mismo y habitado por los demás.
El Hombre, en cuyo corazón caven todas las personas menos él mismo. El Hombre
que se desaloja a sí mismo, para alojar al mundo en sus entrañas. El hombre, a
quienes le duelen todos los dolores menos el suyo propio. El Hombre crucificado por
todas las cruces y muerto por todas las muertes. El Hombre, en cuya afectividad
irrumpen y emergen los padecimientos generales. El Hombre desvivido de sí, que
no vive su propia vida sino que lo viven los demás. El Hombre, cuya pasión mortal
es dejarse “apasionar” por todos... ¡Sólo ese Hombre merece genuflexión y
confesión totales!
Sólo merece todos los nombres aquel Hombre que, pasando por uno de tanto, da
nombradía a todos los mal nombrados. Sólo merece el Nombre-sobre-todo-nombre
aquel Hombre que a cada hombre lo nombra por su nombre. Aquel Hombre, para
quien nadie es anónimo. Aquel Hombre, ante quien todos recobran su irrepetible y
personal denominación. Aquel Hombre que con sólo ser nombrado pone nombres
nuevos a los hombres y a las cosas. Aquel Hombre que, en vida y en muerte, fue,
es y será el Nombre de Dios, el Eco de Dios, la forma que tiene de oírse Dios. Aquel
Hombre, que nunca habló en nombre propio porque siempre habló en nombre de
Dios. Aquel Hombre que recibió del Padre el Nombre-sobre-todo-nombre, cuando
los hombres quisieron borrar su nombre de toda la tierra... Ese Hombre es el “Ecce
homo”, la Oferta dada y recibida por Dios Padre, la Ofrenda y el Don universal, la
Dote y el Sacerdote perfecto, el único Hombre y el único Nombre bajo el cielo y la
tierra, por el que el hombre condenado puede salvarse , por el que el hombre
muerto puede resucitar.
A ese Hombre, muerto y resucitado, a Jesucristo el Señor, nuestra rodilla, nuestra
aclamación, nuestra confesión, nuestra obediencia, nuestra vida, nuestra muerte. A
Él, el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
Juan Sánchez Trujillo