Quinto Domingo de Cuaresma A
“Yo soy la resurrección y la vida”
En los domingos anteriores Jesús ha afirmado que El es para nosotros la fuente de
agua que brota para darnos vida, la luz que nos ilumina por el camino de la vida.
Hoy nos dice que El es nuestra vida. Si hay algo que de verdad queremos es vivir y
vivir en tranquilidad y dignamente. Lo malo es que ese deseo no lo conseguimos
siempre, y son muchos los que llevan una vida atribulada e inhumana. Jesús
apuesta por la vida, quiere la vida para todos, y una vida digna. Claramente afirmó:
“Yo he venido para que vivan y estén llenos de vida” (Jn 10, 10). En la resurreccin
de Lázaro, se autodefine Jesús como vida del hombre. La idea central del evangelio
de este último Domingo de Cuaresma es la vida, no solo la de después de la
muerte, como parece insinuar el texto evangélico, sino también la vida del más acá,
ya que es el preludio de la del más allá. Por eso, en el afán de conversión, hemos
de fijarnos también qué valor le damos a esta vida, cómo nos comprometemos para
luchar contra la cultura de la muerte que hoy nos domina, qué hacer ante tanta
muerte injusta, cómo vivir con sencillez, pero con dignidad, la vida aquí a pesar de
sus deficiencias, adversidades y sufrimientos. La resurrección de Lázaro es el sigo
que anunciaba la de Cristo y la ocasión para afirmar también nuestra resurrección
haciéndonos comprender, aceptar y asumir de que no estamos destinados a la
muerte; estamos llamados a la vida. Es verdad que la muerte es un momento
decisivo, capital, en la vida del ser humano; pero esta no es la meta, no es el fin
último del hombre, por más que las apariencias hagan pensar a muchos lo
contrario. La muerte es un dato constante de experiencia. Su anuncio paulatino por
las enfermedades, su brutal presencia en los accidentes y catástrofes naturales, y
su manifestación en todo lo que es negación la vida, a causa de la violación de la
dignidad y derechos de la persona, constituye el más punzante de los problemas
humanos. La afirmacin de Jesús es clara: “Yo soy la resurreccin y la vida: el que
tiene fe en mí, aunque muera vivirá”. Y a continuacin pregunta a Marta: “¿Crees
esto?”. Es una afirmacin y una pregunta de Jesús que se dirige a lo más hondo de
cada uno de nosotros y que sólo desde esa hondura puede captarse y responderse.
Aquí está la respuesta ante el enigma de la muerte. La respuesta de Marta: “Si
Seor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”,
no afirma creer lo que Jesús propone; ni plantea si es comprensible a no. Para
Marta hay algo que es más importante que comprender o no ciertas verdades; es la
confianza en Jesús, en su palabra, en su sus verdades que no son sino un reflejo de
su Verdad. El verdadero camino de la fe pasa, en primer y fundamental lugar, por
la confianza en Jesús, a quien, con el don de Dios que es la fe, descubrimos y
reconocemos como el Señor, el Mesías, el Hijo de Dios. Después de ese
reconocimiento, lo lógico es que le demos a Jesús nuestra confianza y aceptemos lo
que El nos dice. Cristo, vencedor de la muerte, es la única respuesta válida al
enigma de la muerte del hombre. La unión con Cristo por el bautismo alcanza al
hombre entero, cuerpo y espíritu, en esta vida y en la futura. Por eso el cristiano ya
no entiende la vida ni la muerte como los que no tienen fe; para el creyente tienen
sentido nuevo. La muerte no será sino el paso a la plenitud de una vida en Dios
iniciada ya ahora y alentada por la esperanza. El que cree en Cristo, vida y
resurrección nuestra, se siente salvado, liberado del pecado y de su consecuencia,
la muerte. Esta liberación no es de la muerte biológica, pues también Cristo murió,
sino de la esclavitud opresora de la muerte, del miedo a la misma, del sinsentido y
del absurdo de una vida entendida como pasión inútil que acaba en la nada. La
resurrección de Cristo es el gran fundamento de nuestra fe. Hemos de vivir en
consecuencia.
Joaquin Obando Carvajal.