COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Amigos estamos en el cuarto domingo del Tiempo de la Cuaresma. La liturgia de la
Palabra en este Ciclo A nos propone a la reflexión el capítulo 16 del Primer Libro de
Samuel; el capítulo 5 de la Carta del Apóstol Pablo a los Efesios, y el capítulo 9 del
Evangelio según San Juan. El Salmo responsorial es el 23: “El Señor es mi pastor,
nada me falta”.
Este domingo, cuarto de Cuaresma, tiene como centro el evangelio del ciego de
nacimiento, su curación, y en toda la liturgia de la palabra se hace mención de la
luz de Dios, la luz de Cristo, como la obtenida por esta persona que había nacido
ciega. Es una luz que conduce, que guía la vida, como lo dice San Pablo a los
Efesios en la segunda lectura de hoy, y que ilumina a quienes Dios elige para
liderar a su pueblo, como el caso de la primera lectura, que nos narra la elección y
unción del gran rey David. Porque sin esa luz, se camina en las tinieblas, se
tropieza en esas tinieblas, y por supuesto se hacen las obras que ella misma
genera. La contraposición luz-tinieblas tiene la misma dimensión de la
contraposición entre el bien y el mal, y en definitiva, en la contraposición Dios – el
demonio. No hay otras opciones, no hay otras alternativas. O se está en la luz de
Dios y en su gracia, o se está en las tinieblas del pecado. La Cuaresma es el tiempo
que nos ofrece el Señor para definir nuestra situación, y si estamos alejados de
Dios aprovechemos la gracia de estos días que nos llenarán de luz.
En la primera lectura se nos narra la elección de David como rey por parte de Dios,
para que guíe a su pueblo. La elección la hace Dios entre los hijos de Jesé, que
tenía 8 hijos. El profeta enviado para hacer la unción es Samuel, quien al ver al
primero de ellos, hombre grande y fuerte, pensó que era ese el elegido de Dios.
Pero se equivocó. Dios le hizo saber que nosotros normalmente juzgamos por las
apariencias, mientras que él mira los corazones. De modo que pasaron 7 de los
hijos y ninguno de ellos era. Al final se acordaron del más pequeño, que estaba
cuidando las ovejas, era David. Y cuando el padre lo mandó a buscar, resulta que
ese era el elegido de Dios. Fue ungido y guió con sabiduría a su pueblo, fue un gran
rey, a pesar de su pecado. Dios nos enseña con este episodio a valorar a las
personas por lo que son, por lo que llevan dentro, por lo que hay en su corazón, y a
no seguir las tendencias de las mayorías que se fijan sólo en lo externo para
aceptar a alguien.
Indicábamos que el centro de la liturgia de la palabra de este domingo es la
curación del ciego de nacimiento. Una persona que desde pequeña había vivido en
la oscuridad de la ceguera. En la escritura, y siguiendo el paralelismo que
planteamos al inicio, una persona ciega, que está en las tinieblas, es alguien que ha
pecado. De hecho en la narración se le pregunta a Jesús sobre quién era el origen
del pecado, si el ciego o sus padres. Jesús les aclara que no es por el pecado que
este está ciego, sino que es para que se vea la gloria de Dios. Y hace el milagro de
la curación de este ciego de nacimiento. De hecho la admiración de todos era que
estaban ante un gran profeta, pues no se había escuchado nunca decir que alguien
hubiera sido curado de la ceguera de nacimiento. Y los símbolos si siguen
mostrando en este episodio: la curación en día sábado, el interrogatorio para ver
quién era ese que había quebrantado el día del descanso curando a un ciego, la
llamada a los padres para que testificaran si en verdad su hijo había nacido ciego, y
la respuesta de éstos, como deshaciéndose de la responsabilidad al decir que ya él
era grande y podía responder por sí mismo. Toda una tramoya para tratar de
desacreditar a Jesús y su poder sanador, no sólo de los cuerpos, sino de las almas.
Y eso mismo es lo que vemos hoy con tanta persecución a la Iglesia y a los
creyentes. Cuando se pone en duda la eficacia de los sacramentos, cuando se
discute si la vida es sagrada o no para introducir el aborto o la eutanasia, si se
aceptan todas las formas de unión entre las personas, de alguna manera se quiere
desacreditar la luz que ha traído Cristo y que nosotros, sus discípulos, estamos
llamados a propagar. Por eso en este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a
una conversión sincera, para que nuestro testimonio sea creíble y pueda ser luz
ante tanta oscuridad.
Te invito hermano a que salgas de las tinieblas del pecado y abras tu corazón y tu
espíritu a la gracia de la luz que te ofrece Cristo en este santo tiempo de la
Cuaresma.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)