Comentario al evangelio del Miércoles 13 de Abril del 2011
NUNCA HEMOS SIDO ESCLAVOS DE NADIE
« Nunca hemos sido esclavos de nadie ». Cuando lo leo, me sonrío. No sé si es inconsciencia,
chulería, estupidez... o peor aún, están convencidos de ello. Al seguir leyendo este enfrentamiento, se
ve rápidamente que son esclavos de la Ley, de una manera de entender la religión, de sus ideas fijas, y
hasta de su idea de Dios, al que tienen bien definido, clasificado y controlado en sus esquemas. Y que
todo eso lo defienden a capa y espada.
Me sonrío también, porque nos resulta fácil ver las cadenas de los demás... y no tanto las propias.
Quizá hagamos un poco de filosofía sobre las muchas cosas de esta sociedad
que nos esclavizan, o tengamos un sentimiento difuso de que no somos libres... pero ahí nos quedamos.
Yo al menos, pocas veces reviso mi libertad personal, mis verdades y mi fidelidad a la Palabra de
Jesús.
Suena ya a tópico hablar de la esclavitud del consumismo, o de las modas... puntos suspensivos,
y añada cada uno las que ya sabe. Quizá, en cambio, somos menos conscientes de otras esclavitudes: la
economía manejada por anónimas fuerzas difusas, y que nos afecta más de lo que creemos; el mismo
(y único) periódico que leemos para confirmarnos en nuestros esquemas mentales (e incluso para saber
qué opinar); nuestro modo de vivir la fe y de pertenecer a la Iglesia o a cualquiera de sus instituciones;
o la emisora de radio o televisión, que es casi siempre la misma... y ¡cuidadín con leer otras cosas,
escuchar otras cadenas, o tener otras ideas que las políticamente o eclesialmente correctas! Podemos
referirnos también a la esclavitud de las opiniones de los demás, de caerles bien, de no tener conflictos
con ellos. Hoy mismo me encontraba estos datos en la prensa:
Investigadores del Centro Internacional de la universidad de Medios y Agenda Pública (ICMPA) han
realizado entrevistas a 1.000 alumnos de 12 centros universitarios de todo el mundo para comprobar
su grado de dependencia respecto a la tecnología. La conclusión principal del estudio ha sido que sus
reacciones ante la falta de tecnología es similar a la que sienten drogadictos o fumadores al
abandonar el consumo de golpe. 4 de cada 5 sujetos presentaba malestar físico y mental, confusión y
sobre todo un estado de aislamiento extremo al no poder utilizar la tecnología. Los responsables del
estudio aseguran que estos rasgos son característicos del síndrome de abstinencia producido por las
drogas o el alcohol. La mayoría de los 1.000 participantes en la prueba no pudo dejar de utilizar sus
dispositivos de última generación (teléfonos, ordenadores ni consulta de las redes sociales) ni siquiera
un día.
Esto referido a los jóvenes. Pero está claro que los adultos no se quedan cortos con el
omnipresente móvil, fastidiando a los de alrededor o interrumpiendo en los mejores momentos de una
reunión o conversación, y hasta en la capilla o en Misa... No sé que dirían los estudiosos, más en
general, respecto a la dependencia del coche personal, o a la televisión, o al modo de programar y vivir
unas vacaciones...
Pero la mayoría de nosotros diría (para sus adentros o en voz alta): Yo soy muy libre, no soy
esclavo de nada... Me siento muy bien, me viene muy bien, me he acostumbrado a... no se puede hacer
nada...
La libertad que ofrece Jesús tiene que ver con la fuerza interior para no adorar las estatuas de oro
que nos han ido erigiendo (cfr primera lectura). Tiene que ver con la lucidez y decisión para decir ‘no’
a las tentaciones, cuando quiera que se presenten. Tiene que ver con no vivir agobiados por el futuro.
Tiene que ver con que nadie piense o tome decisiones por nosotros, aunque tenga la mejor intención, y
aunque en el fondo nos resulte más cómodo. Tiene que ver con esa conciencia que no se deja
manipular por las autoridades -sean del ámbito que sean-, que no se deja «modelar» por las ideologías
políticas o por las «corrientes religiosas», y que sabe que la verdad no está en un sólo lugar, en un solo
periódico, en un solo partido, en un solo grupo o movimiento cristiano, en una sola manera de
comprender la Iglesia...
Lo cierto es que esta oferta de libertad caerá en saco roto mientras sigamos pensando que, en el
fondo, no somos esclavos de nadie, o que no se está tan mal con las cadenas puestas, o que ser libres
cuesta mucho. Esto último es muy verdad. No suele ser lo más común que Dios envíe su ángel para
salvar a sus siervos (primera lectura) cuando se enfrentan con los dominadores. O mejor dicho: la
libertad nos llega de la mano de Jesucristo... aunque no pocas veces habrá que pasar por el fuego
purificador de la Cruz.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez cmf