Comentario al evangelio del Lunes 18 de Abril del 2011
Marta (la camarera), Lázaro (el resucitado) y María (la perfumista) representan el polo del amor.
Sirven, escuchan y ungen a Jesús. Y lo hacen todo desde la gratuidad propia de toda amistad.
Judas Iscariote (el discípulo que lo va a entregar) representa el polo del resentimiento. Critica el
“derroche”de María mediante una racionalización que podría pasar a cualquier manual de psicología:
¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?
¿Cómo responde Jesús a cada una de estas dos actitudes? Necesitamos escrutar cada detalle porque, en
el fondo, su respuesta tiene que ver con cada uno de nosotros.
En el caso de Marta, María y Lázaro, Jesús se deja hacer. A lo que es gratuito se responde con la
gratuidad: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura. Acepta ser querido, encuentra
consuelo en el hogar de Betania. Disfruta con sus amigos.
En el caso de Judas, Jesús desenmascara la racionalización: A los pobres los tenéis siempre con
vosotros, pero a mí no siempre me tenéis. No se deja engatusar por las trampas de los que parecen
amigos y no son más que funcionarios.
Estas dos actitudes son un espejo en el que nos miramos nosotros al comienzo de una nueva Semana
Santa. ¿Hacia dónde nos inclinamos?: ¿Hacia la entrega incondicional a Jesús o hacia nuevas
racionalizaciones que encubren nuestra mediocridad?
En la cena, además de los alimentos, hay perfume de nardo, que es un anticipo simbólico del perfume
con el que las mujeres ungirán el cuerpo de Jesús después de su muerte. Es una perfume costoso
(porque el amor no es tacaño) y es también un perfume expansivo (porque el amor no es cerrado): La
casa se llenó de la fragancia del perfume.
Tenemos esbozado el guión del drama que vamos a revivir durante los próximos días. Es hora de
revisar nuestros papeles. Os propongo un “test de confianza”:
Traición y amor se cierran como un broche
en torno a ti, Jesús. María y Judas
en la cena, se son mutuo reproche:
rompe ella un frasco entre palabras mudas.
“Son trescientos denarios, ¡qué derroche!”,
él le reprocha con palabras rudas.
Junto a la luz, le traga ya la noche.
Junto al amor, ya cuelga de sus dudas.
El amor que te tuvo está marchito,
y su beso, Jesús, de muerte es sello.
María y Judas, siento en mí. Repito,
solo, el drama de dos, trágico y bello.
Y pues que soy los dos, yo necesito,
morir de amor, colgado de tu cuello.
(Rafael M. Serra)
Ciudad Redonda