Comentario al evangelio del Jueves 28 de Abril del 2011
Queridos amigos y amigas:
Hemos llegado al ecuador de la semana grande. Sigamos pacientemente acogiendo las palabras que el
Resucitado pone en nuestros oídos:
Paz a vosotros. El saludo “shalom” sintetiza todo lo mejor que nosotros podemos desear: la salud, la
integración personal, la armonía con las personas, con la naturaleza, con Dios. El Resucitado no nos
promete la prosperidad o el triunfo, sino la paz, la posibilidad de vivir todo desde el centro. Paz no
significa que encajen todas las piezas de nuestra puzzle, sino que podamos contemplar todo,
incluyendo los sinsabores y sufrimientos, con los ojos compasivos de Dios. El hombre o la mujer que
acogen el don de la paz son pacificadores sin tener que militar en ningún grupo pacifista.
¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Creemos en la primavera porque vemos los brotes de vida
en las yemas de los árboles. Creemos en la mariposa porque vemos que de la crisálida sale un ser
hermoso con alas multicolores. Creemos en el día porque cada mañana el sol vuelve a asomarse.
¿Cuáles son los signos para creer en la presencia del Resucitado? ¿Hombres y mujeres que, a pesar de
sus limitaciones, entregan su vida? ¿Personas que superan una depresión? ¿Por qué nos resulta más
fácil percibir los signos de la muerte que los de la vida? ¿Por qué somos capaces de criticar todo lo que
va mal y nos cuesta tanto agradecer lo que hace que el mundo funcione un día más?
Mirad mis manos y mis pies. La alegría que nos regala el Resucitado no es el goce superficial de quien
recorre un camino llano. Sus manos y sus pies conservan las huellas de los clavos. La suya es una
victoria sobre la muerte. Quizá nunca acabamos de experimentar una alegría profunda porque no
miramos de frente la huella de sus heridas. Creemos que seremos más felices huyendo de las personas
que sufren, maquillando nuestros propios dolores. Jesús nos invita a reconocerlo en el hueco de los
clavos. En ese “mirad” encontramos una clave para no entender la alegría pascual como una huida sino
como una cercanía mayor a los crucificados: las personas difíciles de nuestro entorno, los que
atraviesan cañadas oscuras.
¿Tenéis algo que comer? El Resucitado nunca nos resuelve la vida automáticamente, como esos
echadores de cartas que prometen el oro y el moro. Cuenta lo que cada uno somos y tenemos. Más aún,
quiere compartir ese poco de pan y de pescado que nosotros laboriosamente hemos conseguido. Tu
poder multiplica la eficacia del hombre -canta el himno litúrgico- y crece cada día entre sus manos la
obra de tus manos.
Ciudad Redonda