Comentario al evangelio del Sábado 30 de Abril del 2011
Queridos amigos y amigas:
Hoy concluimos la octava de Pascua. Es probable que algunos de vosotros hayáis disfrutado de una
semana de descanso, incluso fuera de vuestros hogares o comunidades. Otros, por el contrario, habréis
vuelto al trabajo, tras el paréntesis del fin de semana pasado. Las preocupaciones siguen ahí. No
desaparecen milagrosamente por el hecho de que un año más hayamos revivido el misterio de la
resurrección de Jesús. Pero, ¡cómo cambia todo cuando colocamos la clave verdadera! En la batalla del
día a día se nos van colando muchas claves para interpretar nuestra vida: la clave de la competencia,
del bienestar, de la prisa, de la revancha, de la comodidad, del resentimiento, de la búsqueda de
nosotros mismos. Necesitamos que, de vez en cuando, de manera muy nítida, la liturgia de la Iglesia
nos recuerde la única clave que permite dar sentido a todo: la clave del Resucitado. De no ser así,
acabaríamos sucumbiendo al poder de seducción de las otras, y, como consecuencia, seguiríamos
prisioneros de la ansiedad, de la tristeza, de la falta de horizonte.
En este sábado, Jesús nos regala dos últimos mensajes que se refieren a nuestro compromiso
misionero:
Id al mundo entero. Un seguidor de Jesús traspasa los límites del espacio y del tiempo porque
empieza a vivir en clave de resurrección. El mandato de ir al mundo entero inaugura en nosotros un
talante de apertura universal. La resurrección elimina todas las barreras étnicas, culturales, económicas,
religiosas que los hombres hemos construido para acotar este mundo. Pensemos en el significado de
estas palabras en este comienzo del tercer milenio, en el que vivimos una etapa de globalización. El
mundo entero se ha convertido en la “aldea global”. Esto no significa que tengamos que ir de un sitio
para otro, o que estemos todo el día conectados a internet. Significa que hemos tomado conciencia de
que todos formamos parte de la red de hijos e hijas de Dios, y de que todo lo que sucede en este mundo
tiene que ver conmigo. El mundo entero está concentrado en cada uno de nosotros y en el pequeño
mundo de nuestro entorno. La novedad está en contemplar esto con ojos de universalidad. A los
ecologistas les gusta decir aquello de “Piensa globalmente y actúa localmente”. Quizá es una manera
de traducir la universalidad cristiana que se inaugura con la resurrección de Jesús.
Predicad el evangelio a toda la creación. En este “diálogo de vida” cada vez más amplio, somos
invitados a reconocer las huellas del Resucitado dondequiera que se encuentren, sobre todo, en las
manos y los pies traspasados. Donde hay una mujer o un hombre que sufre, allí contemplamos el rostro
del Cristo que prolonga su pasión. No hay diálogo cuando no hay experiencia que compartir, cuando
todo se reduce a un intercambio de frases vacías o de fórmulas protocolarias. La experiencia que
nosotros proponemos es la del evangelio de Jesús, porque no podemos menos de contar lo que hemos
visto y oído. La resurrección nos abre a un diálogo universal, pero no a un universo vacío. Hablar de
Jesús con el lenguaje de la propia vida es algo a lo que no podemos renunciar.
Ciudad Redonda