JUEVES SANTO
SERMON 2º DEL MANDATO 1
“Porque yo os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho
con vosotros” Juan 13,15
1.- Según doctrina del glorioso san Agustín, a esto vino el Hijo de Dios al
mundo: a darle ejemplo, y así ser el dechado conforme al cual se configurasen los
hombres que habrían de salvarse, como lo afirma el Apóstol San Pablo cuando escribe:
A los que él tiene especialmente previstos, también los predestinó para que se hiciesen
conformes a la imagen de su Hijo, por manera que sea el mismo Hijo, el primogénito de
muchos hermanos (Rm 8, 29). Y añade San Agustín: Como había que seguir a Dios, a
quien no se puede ver, y no se debía seguir al hombre a quien se puede ver; por eso
Dios se hizo hombre, para hacerse patente al hombre, para que fuera visto por él y
para que fuera seguido por él 2 . ¡Oh, cuán grande es el descuido de los hombres! ¡Oh,
qué sueño tan pesado los tiene ocupados! Que haga Dios una cosa ta n maravillosa, que
tiene atónitos a todos los juicios creados, como es hacerse hombre, para que el hombre
le tenga delante de sus ojos, y así pueda imitarle y conformarse, ¿y que se afrente un
gusanillo de la tierra, y que se tenga por apocado un poco de e stiércol, por imitarle y
seguirle? ¡Oh, cuán pocos son los que entienden estas palabras del Señor: Ejemplo os he
dado ! Y por eso son muy pocos los que se salvan.
2.- ¡Oh, sacratísima Reina del cielo! Vos pertenecéis a estos pocos, pues sois
más humildísima que todas las puras criaturas. Por eso sois la que más os parecéis a
Cristo en la gloria y exaltación. A esta Señora la prefiguraba aquella prudentísima
Abigail, que cuando el rey David le envió a decir, que la quería tomar por mujer, se
postró por el suelo diciendo: Tu sierva se tendría por dichosa de ser empleada en lavar
los pies de los criados de mi señor (1 R 25,41). Vos, Reina soberana, sois esta Abigail,
tan humilde, que respondisteis al embajador, que os envió el Rey de los Reyes, para que
fueseis Esposa y Madre de su Unigénito Hijo, diciendo: He aquí la esclava del Señor
(Lc 1,38). Por eso merecisteis tan grande dignidad y tan grande autoridad, que después
de Dios, sois la que lo mandáis todo; y a pesar de poseer tanta gloria no os olvidáis de
los que están sumidos en la miseria, antes les procuráis la gracia a los que os dicen: Ave
Maria .
3.- Dos ejemplos maravillosos nos dejó aquí el Hijo de Dios, que hacen estar
atónitos a los juicios de todas las criaturas. El primero, de grandísima humildad, la cual
demostró el Salvador al abajarse a lavar los pies de doce pobres pescadores. Y el
segundo, de inestimable caridad, el cual mostró el Señor al dejarnos su mismo Cuerpo
para mientras durase el mundo, y no solamente para que permaneciese escondido en el
Altar, sino para que lo comiésemos; y su Sangre para que la bebiésemos. ¡Cosa jamás
oída, cosa que agota todo el saber natural, y que por sólo la fe se alcanza! Llegábase la
hora en la que el Señor había de apartarse de aquella compañía a quien tanto amaba.
Llegábase la hora en la que el Cordero sin mancilla, que había bajado del cielo para ser
sacrificado por los pecadores del mundo, debía ser apartado de su rebaño, para padecer
1 Obras y sermones , vol. I, pp.461-467
2 S AN A GUSTÍN , Sermón 22, De Nativitate Domini )
la más cruel de las muertes, la cual jamás hombre padeció, para que así Dios quedase
aplacado y el hombre redimido. Era la postrer cena que con sus discípulos iba a
celebrar. Por eso, razón era que quedasen para entonces los ejemplos que más habíamos
menester, y de que más nos habíamos de acordar. Hizo lo que suele hacer un hombre
prudente, que cuando se despide de su mujer y de sus hijos, para realizar un largo viaje,
del cual piensa que es muy probable que no ha de volver, al tiempo que quiere
despedirse, dice a los suyos todo aquello que quiere se les quede más en la memoria,
porque de semejantes cosas suelen acordarse más.
4.- Si cuando a un hombre le llega la muerte y muere con acuerdo, aunque
durante toda su vida haya vivido desconcertadamente, todo cuanto dice en esos
momentos son sentencias importantes, y cuanto hace son cosas notables, ¿no os parece
que, aunque cuanto dijo e hizo el Hijo de Dios en este mundo sea digno de perpetua
memoria, que lo que dijo e hizo en el postrer momento de su vida tuvo que ser mucho
más notable? Pues, en efecto, en esta despedida, en esta última cena, cuando ya iba de
camino al encuentro de los que venían a prenderle y a atarle sus pies y manos sagradas
con sogas como a un toro para no dejarle hasta haberle quitado la vida, uno de los
grandes ejemplos que nos ofreció Cristo fue el de la humildad, lavando, con aquellas
manos que habían creado los cielos y la tierra, los pies lodosos de doce pescadores, y
entre ellos los del traidor de Judas, que lo había vendido a los judíos por treinta dineros.
Escribe el evangelista: Sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus
manos y que salió de Dios y que a él volvía, se levantó de la cena, dejó su manto y,
tomando un lienzo, se lo ciñó. Después echó agua en un balde y se puso a lavar los pies
de sus discípulos y a secarlos con el lienzo con que estaba ceñido (Jn 13,3-5). Es decir,
que habiéndonos de relatar el Evangelista una obra de tan grande humildad, como fue
lavar Cristo los pies de sus Discípulos, para que más nos maravillemos, dice primero
quién era el Señor que tal ejemplo nos daba. Por eso escribe: Sabiendo que el Padre
había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y a él volvía , esto
es, que el Padre le había dado plenaria potestad sobre todas las cosas, y que era tan
poderoso como el Padre, y que procedía de Dios por eternal generación, y que volvía al
Padre para recibir la glorificación de su cuerpo. Siendo todo esto, y sabiendo su
dignidad, y su poder, y la bajeza de sus Discípulos, levántase de la mesa después de
comido el Cordero Pascual, tal como lo mandaba la Ley, se desnuda de sus vestiduras,
cíñese con una toalla blanca, y empieza a lavar los pies de sus discípulos, y a limpiarlos
con la toalla con que estaba ceñido.
5.- ¿Qué significa este levantarse el Hijo de Dios de la mesa, y dejar sus
vestiduras para lavar los pies a sus discípulos con la toalla que se ciñó, sino darnos a
entender que se hizo hombre para limpiarnos de nuestros pecados? Efectivamente,
Señor. Vos estabais asentado y muy de reposo en el convite de la Santísima Trinidad, y
os levantasteis cuando os hicisteis hombre, bajándoos más abajo de los ángeles, como
dice el Salmista: Hicístele un poco inferior a los ángeles (Sal 8, 6). Y dejasteis vuestras
vestiduras, porque entrasteis en el mundo disfrazado; esto es, sin mostrar ni vuestra
gloria, ni vuestra majestad, ni vuestro poder. Tan mudado os veo, Salvador del mundo,
que vuestros enemigos no hacieron más caso de vos que si fueseis un gusanillo de la
tierra. Y entrasteis con la toalla blanca, es decir, con la vestidura de vuestro Cuerpo y de
vuestra humanidad, para limpiar con ellos la suciedad de nuestros pies, esto es, los
pecados de nuestras aficiones. Y de tal manera quedaron limpios nuestros pies, y la
toalla de vuestro Cuerpo tan sucia y desfigurada que cuando Isaías os contempló en la
Cruz, dijo: Lo hemos visto, y nada hay que atraiga nuestros ojos, ni llame nuestra
atención hacia él; despreciado y el desecho de los hombres, varón de dolores, y que
sabe lo que es padecer; y su rostro como cubierto de vergüenza y afrentado (Is 53,2-3).
Todo afeado, todo manchado, todo sucio. Erais el gran Sacerdote Jesús, que vio el
profeta Zacarías (cfr. Za 3,3-4), al que desnudaron de sus vestiduras sucias, para vestirlo
con otras limpias y muy resplandecientes, para que así como a vos os desnudaron de ese
cuerpo maltratado por nuestros pecados en vuestra pasión, que lo recobraseis limpio en
vuestra resurrección. Y por eso, una vez que habíais lavado los pies de los Discípulos,
tomasteis de nuevo vuestras vestiduras, porque en acabando el misterio de nuestra
redención, habíais de ser revestido de la gloria, que antes en alguna manera habíais
ocultado.
6.- ¡Oh humildad inestimable del Hijo de Dios! ¡Y cómo confundes nuestra
soberbia! ¡Oh hombres mundanos! ¡Oh gente que tiene por dios la gloria, y el
esplendor, y la honra! ¡Oh gusanos hediondos de la tierra, que no solamente no os
humilláis, sino que queréis ser servidos, sin que os falten un punto, a pena de perderlo
todo, y de rodillas! ¡Qué golpe es éste para nuestra soberbia! ¿Cómo no se cubren de
vergüenza vuestros rostros, cuando os hacéis adorar en presencia de aquel Señor, que
tanto se humilló, hasta lavar los pies de sus discípulos de rodillas? ¿No ha de influir este
ejemplo de Dios para curar vuestra soberbia, y para que abajéis vuestras cabezas? Mira
malaventurado, cómo aquél que es cabeza y gloria verdadera, y Señor de toda majestad,
para curarte se arrodilla a los pies de los pecadores y así te limpia de todos tus pecados.
Mira al que está por encima de todos los cielos, y de todos los ángeles, y de cuanto no
es Dios, cuán humilde y cuán abajo se pone a los pies de sus mismos criados. Mira a
aquel, que no cabe en el cielo, ni en la tierra, cuán encogido está lavando los pies de
doce pescadores y gusanillos. Mirad al que es más limpio y más claro que el sol, y que
el resto de las estrellas, cómo se ensucia las manos, que crearon el cielo, con el lodo de
los pies de aquellos pobres pescadores. ¿Cómo es posible que viendo este tan
maravilloso ejemplo hecho por Dios para que tú seas humilde, de ahora en adelante
sigas ensoberbeciéndote, llevando bajo tus pies a los otros, cuando Dios coloca a doce
pescadores por encima de su cabeza?
7.- Se llega el Hijo de Dios adonde estaba San Pedro para comenzar desde él
el lavatorio; híncase el Salvador del mundo de rodillas delante de él, y pídele los pies.
Atónito San Pedro de una cosa tan desproporcionada, y espantado de tan gran
desigualdad, le dice: Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies? (Jn 13,6) ¿Vos, Señor, a
mí? Considerad, Señor, cuán alto sois vos, y yo cuán bajo, y veréis que no puedo
consentir, que vos me lavéis los pies. Vos sois de quien dice el Salmista que hemos de
adorar la peana de vuestros pies (cfr. Sal 131,7), y ¿tengo que consentir que estéis
arrodillado delante de mí, como quien quiere adorarme los pies? Sois Vos tan gran
Señor, que merecéis que, en nombrando vuestro santo nombre, hinquen la rodilla ante
vos los ángeles, los hombres y los demonios; esto es, que os hagan inclinación todo
cuanto hay en el cielo, en la tierra, y en el infierno. ¿Y tengo yo que sufrir que estéis
arrodillado delante de mí, para lavarme los pies, no siendo más que un poco de lodo?
¿Precisamente vos, de quien dice Job que, ante cuyo acatamiento se postran todos los
que mueven el orbe ? (Jb 9,13) El gran Bautista, siendo tan gran Profeta, santificado en
el vientre de su madre, temblaba de tener que acercar sus manos para bautizaros; y
¿tendré yo el atrevimiento de sufrir y permitir que os lleguéis vos a mí con vuestras
sagradas manos para lavar mis pies, llenos de polvo, y que soy tan gran pecador? Yo no
merezco ser vuestro discípulo, ni que me consideréis como tal, ni haceros ningún
servicio, y sería una merced incomparable el que me diereis licencia para que yo os
lavase los pies. Pero, ¿vos a mí? No es cosa que se puede soportar. Mandadme, Señor,
que pierda por vos la vida, que para eso muy aparejado estoy; pero dejarme lavar los
pies, es excusado.
8.- Lo que yo hago, no lo entiendes ahora; lo entenderás después (Jn 13,7).
Se trata de un ejemplo de humildad y de un misterio de pureza. Es un ejemplo, pero
también es un misterio. Lo conocerás cuando el Espíritu Santo te enseñe toda la verdad.
Lo sabrás después, cuando yo manifestaré el por qué. Ante esta respuesta de Cristo,
replicó San Pedro: Señor, está por demás esta respuesta; no lo consentiré de ninguna
manera: No me lavarás los pies jamás (ibid. 8). Le contestó Jesús: Si no te los lavare,
no tendrás parte conmigo (ibid.); porque portándote así serás desobediente, y porque,
además, sin una ablución espiritual de Cristo nadie se puede salvar. El Salvador no pudo
hacerle a San Pedro una mayor amenaza que decirle que sería reprobado por él; porque,
en verdad, no hay peor cosa. ¡Oh, cuán poco se les da a muchos esta amenaza! Pero San
Pedro no era de ésos; por eso dijo en seguida: Señor, entonces no sólo los pies, sino
también las manos y la cabeza (ibid. 9). Porque aunque me resulte cosa dura aceptar el
que me laves los pies, más lo es tener que apartarme de vos. A lo que Cristo añadió:
Quien se ha bañado, no necesita lavar sino los pies, pues está todo limpio (ibid. 10).
Esto es, el que ha sido bautizado una vez, no necesita bautizarse de nuevo; bástale
lavarse los pies de los pecados, que se nos pegan de andar por la tierra, y de los cuales
no nos podemos excusar. ¡Ojalá que en los bautizados no hubieran otros pecados sino
ésos! Pero no; lamentablemente, ¡ay del mundo!, en los cristianos existen mayores
pecados que en los infieles, excepto el de la infidelidad. Por eso necesidad tienen no
sólo de lavar los pies, sino también las intenciones, significadas por la cabeza; y las
obras, significadas por las manos; pero no con el Bautismo, sino con la penitencia, la
cual practican muy pocos. ¿Acaso pensáis que no es menester más que confesarse? Ya
os lo he dicho, es menester además mudar de vida, y vivir de forma contraria a como lo
hacíais antes. Antes tomabas lo ajeno, ahora debes dar de lo propio, etc.
9.- Cristo lavó los pies de todos, y los de Judas. ¡Oh, alma mía! ¿Cómo te
puede quedar rencor contra tu enemigo, ni hacerle mal, viendo al Salvador del mundo
arrodillado, lavando los pies al discípulo que ya le tenía vendido con la traición, con la
cual lo había entregado en poder de sus enemigos? ¡Oh Judas malaventurado! Eres más
duro de corazón que las piedras. ¿Y cómo no te confundes? ¿Cómo no te ablanda la
grande humildad y benignidad del Señor, que te está lavando los pies? No penséis que
están muy lejos de él los que guardan odio a sus enemigos, pues no les basta esta
humildad de Cristo, ni su sangre derramada, para ablandarles sus corazones.
10.- Una vez que hubo acabado de lavar los pies de los Discípulos, y los de
Judas, volviendo a tomar sus vestidos, les dijo: ¿Sabéis lo que he hecho con vosotros?
(Jn 13,12). ¿Os dais cuenta de lo que os he enseñado, no sólo con palabras, sino con el
ejemplo? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Si yo, pues,
os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros
vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado el ejemplo, para que vosotros
hagáis también como yo he hecho (ibid. 13-15). Las cosas morales mejor se enseñan
con obras que con palabras; porque más mueven los ejemplos que las palabras. Y la
razón es porque cada uno elige aquello que le parece ser bueno. ¿Cómo mostráis vos ser
mejor, con lo que decís o con lo que obráis? Ciertamente que mostráis ser mejor con lo
que obráis; pues cada uno elige para sí lo mejor. Si el Salvador nos enseñara por una
parte la humildad, y por otra mostrara siempre su autoridad y majestad, nadie tendría en
mayor consideración su humildad. Por eso, pone por obra tan grande ejemplo de
humildad, para que en nosotros no quede lugar a excusa alguna. ¡Oh Salvador del
mundo, que para darnos ejemplo, tanto os quisisteis abajar! No permita vuestra
majestad que en nuestros corazones reine nunca más la soberbia, pues nos llamamos
cristianos. ¿Cómo se puede sufrir que se afrente el cristiano de hacer aquello que hizo
Cristo, si no manualmente, al menos de corazón, sintiéndonos por indignos de lavar los
pies de nuestros criados? Mucho mejor sería, como dice San Agustín, hacerlo con las
obras; porque cuando se inclina nuestro cuerpo a los pies de nuestros hermanos, luego
se despierta el amor en el corazón, y se confirma en nosotros el hábito de la humildad.
Pero ya que a la letra no lo cumplimos, cumplámoslo espiritualmente.
11.- El lavatorio de los pies simboliza la purificación de los pecados. Y has de
saber que, entonces lavas espiritualmente los pies de tus hermanos, cuando haces lo que
está de tu parte para que queden limpios de ellos, bien sea perdonándoles, como quieres
que Dios te perdone a ti, bien sea rogando a Dios por ellos. Decidme, ¿no os parece que
hubiera sido un gran descomedimiento por parte de los Apóstoles, si después que Cristo
les había lavado los pies, no hubieran querido lavárselos unos a otros, habiéndoselo
mandado él? ¡Ah, malaventurados de vosotros, que estáis en la misma situación! Cristo
lava vuestros pies y todo vuestro cuerpo y alma, no con agua, sino con su propia sangre,
y díceos que le lavéis a él los pies, esto es, que perdonéis a vuestros prójimos, que
remediéis a los pobres; ¿ y que no haya quien lo quiera hacer? Confundíos y
enmendaos; mirad lo que os dice el Salvador: que una obra tan importante como ésta la
realizó para daros ejemplo: Pues yo os he dado el ejemplo para que hagáis también
vosotros como yo he hecho con vosotros (Jn 13,15).
12.- El segundo ejemplo que el Salvador nos mostró en esta ocasión, fue de
grandísimo amor y de inestimable caridad, al instituir el Santísimo Sacramento del
Altar; esto es, al dejarnos a sí mismo bajo los accidentes del pan y del vino. Escribe el
evangelista: La víspera de la fiesta de la Pascua —esto es, en la noche precedente; a
saber, en la noche del jueves—, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin (Jn 13,1). ¡Oh, cuán diferente es el amor que Dios nos ha tenido, al que los
hombres se tienen entre sí! Amáis a quien os quiere bien, a quien os hace bien, a quien
os muestra señales de amor, o a quien pensáis que os ha de amar. ¡Oh buen Dios! ¡Y
qué amor tan distinto ha sido el vuestro para el mundo! Habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el fin . Vos fuiste el primero y el postrero en el
amor. El nos amó primero que nosotros le amásemos a él, y aún primero que nosotros
existiéramos. Y es que como dice San Juan: En eso consiste la caridad: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo,
como víctima expiatoria de nuestros pecados (I Jn 4,10). O como afirma San Pablo: En
que se entregó por nuestros pecados (Ga 1,4). Y fue también el postrero en el amor,
porque primero le dejamos nosotros de amar a él, que él a nosotros; pues si no fuese así,
en perdiendo nosotros su amor, nos hundiríamos en lo profundo del infierno. Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin . Con esto se nos quiere
significar también que al final, esto es, en el momento de la despedida, nos mostró
mayores señales de amor que nunca. Y, en efecto, es señal de grandísimo amor, el que
cuando dos personas se aman mucho, al despedirse, se partan un anillo, y se quede cada
una con una mitad. ¡Pues vos, oh Salvador del mundo, al despediros del mundo, no
partisteis un anillo, ni nos dejasteis como recuerdo cosa exterior alguna, ni joya, ni señal
de ninguna clase, sino que nos dejasteis a vos mismo! El mismo que se va, es el mismo
que se queda como memorial. ¡Oh cosa jamás oída! ¡Oh misterio lleno de maravillas!
13.- Nueve cosas admirables se contienen en este Sacramento. La primera es
que Cristo, todo entero, tal como está en el cielo, se encuentra en la más pequeña
Hostia. La segunda, que los accidentes están sin sujeto. La tercera, que todo se convierte
en todo, de forma que la materia que antes era de pan, ahora lo es del Cuerpo de Cristo.
La cuarta, que no se aumenta el Cuerpo de Cristo por la consagración de muchas
Hostias, ni se disminuye por la sumpción de las mismas. La quinta, que en cualquier
parte de la Hostia, allí está todo el Cuerpo de Cristo; por lo cual el mismo Cuerpo está
en muchas Hostias. La sexta, que hecha pedazos la Hostia, lo mismo hay en cualquiera
de las partes, que había antes en toda ella. La séptima, que el que ve o toca la Hostia, no
ve ni toca el Cuerpo de Cristo, sino sólo los accidentes del pan y del vino. La octava,
que estos accidentes causan el mismo efecto que la sustancia, en cuanto a la nutrición. Y
la novena maravilla consiste en que tanto dura allí el Cuerpo de Cristo, cuanto duran los
accidentes. Si el Hijo de Dios se hubiera quedado en el mundo debajo de los accidentes
de un anillo de oro, mucho fuera, porque lo podríamos llevar en la mano. Si debajo de
los accidentes de una cadena de oro, mucho fuera, porque se podría llevar en el cuello.
Si debajo de los accidentes de una ropa, mucho fuera, porque lo podríamos traer
vestido. Pero que Dios se quede debajo de las especies de pan y de vino, para que lo
tengamos no solamente con nosotros, sino incluso dentro de nosotros, de tal manera que
de él y de nosotros se haga una misma cosa, ¿quién jamás tal cosa oyó? El amor hace de
dos corazones uno, pero no hace de dos cuerpos uno. ¡Oh Salvador del mundo, y cuán
grande es el amor que nos tenéis, que no solamente procuráis uniros a nuestras almas,
sino que también queréis estar metido dentro de nuestros hediondos cuerpos!
14.- Si el Hijo de Dios se hubiera quedado en el mundo en una cosa de gran
precio, de oro o de plata, o en una piedra preciosa de las que hay pocas, gran cosa fuera;
pero, ¿quién la podría alcanzar, o quién la podría tener? Solamente un emperador, o un
poderoso rey. Pero no, Cristo se quedó debajo de los accidentes del pan y del vino, que
son cosas tan comunes, que a nadie se las pueden negar. Como se canta en la Misa del
Corpus: Uno o mil su cuerpo tomen, todos entero lo comen, ni comido, pierde el ser 3 .
¿Y no os maravilláis de este amor tan grande que tiene Dios al mundo, que el Rey del
Cielo profesa al alma negra y sucia de un pecador, que para que le quiera bien, le ofrece
un bocado, y ¡qué bocado!, su mismo Cuerpo y su misma Sangre, debajo de un bocadito
de pan y de una gota de vino?
15.- Grande fue en verdad el amor que Jonatán tuvo a David, como a su
propia vida; y en testimonio de este amor —según se cuenta en el libro de los Reyes—
se quitó la túnica que vestía, y diósela a David con otras ropas suyas, hasta su espada y
arco y aún el tahalí (1 R 18, 4). ¿Pero qué tiene que ver este amor con el que Cristo nos
demostró, pues en testimonio de él nos dejó, hasta el fin del mundo, su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad? ¿Es decir, que lo mismo que hace bienaventurados a
los ángeles en el cielo, nos sustenta a nosotros en la tierra, y nos mantiene? ¡Oh amor
inestimable! ¡Oh caridad incomprensible!... ¿Qué madre hay que para dar de comer a su
hijo se corte un brazo o una pierna? ¡Oh Salvador del mundo, que nos amáis más que
una madre a su hijo, pues no digo un brazo, o una pierna, sino que todo cuanto vos sois
me dais, para que yo coma y toda vuestra Santa Iglesia! Grande amor fue por parte de
Dios el dar a los hijos de Israel el maná en el desierto, después de haberlos sacado de
Egipto, y una vez que habían pasado el mar Rojo. Por eso, maravillados, dijeron:
Manhu. ¿Qué es esto? (Ex 16, 15). Pero sin comparación es mucho mayor el amor que
hoy demuestra a su pueblo, a los que salen del cautiverio del pecado y pasan por el mar
Rojo del Bautismo, cuya virtud procede de la sangre del Cordero, y están en el desierto
de la Penitencia, al darles su mismo Cuerpo. Por eso, con mayor razón deben todos
maravillarse y decir: ¿Manhu? Aquel maná no podía perpetuar la vida; pero el que
3 Estrofa de la Secuencia de la Misa del Corpus
come de este pan —dice el mismo Cristo—, no morirá para siempre ; es decir, estará
libre de la muerte eterna.
16.- ¿Quién podrá contar los frutos y los provechos que se pueden obtener de
este manjar para bien de nuestras almas? Este Sacramento es el árbol de la vida,
plantado en medio del Paraíso terrenal, para que el hombre no sintiese la muerte. ¿Y por
qué está en medio de la gloria? Para que los que dignamente lo reciben, vivan vida
eterna. Ahora hay un ángel a la puerta del Paraíso con una espada de fuego, con el fin
de que nadie pueda entrar a comer del fruto de aquel árbol. Pero para entrar a comer de
ese manjar nos convida con la espada de la palabra de Dios, amenazándonos con la
muerte del alma y del cuerpo, si no lo comemos. Este es también el pan cocido entre dos
brasas, que dio fuerza a Elías para caminar cuarenta días y cuarenta noches, hasta llegar
al monte en donde vio a Dios (3 R 8). Porque a los que huyen del mundo, y de la carne,
y del diablo, y se ponen debajo del árbol de la Cruz de Cristo, les da fuerza y poder para
librarse de los enemigos, y para caminar durante toda la vida, que es tiempo de
penitencia. Y por eso esta vida es significada por el número de cuarenta días y cuarenta
noches, hasta llegar al monte de la gloria, en donde se ve a Dios. Este Sacramento es
además la partecilla del corazón del pescado, del cual dijo el ángel a Tobías (Tb 6,8),
que puesta sobre carbones encendidos produce un humo que hace huir totalmente a los
demonios. El río donde están muchos pescadores es este mundo, el cual desde su
principio siempre va corriendo; y lo que una vez pasa no vuelve jamás a ser. Los peces
de este río son la muchedumbre de pueblos, y el pez mayor era el pueblo de los judíos,
porque aquél era con quien Dios tenía cuenta. El corazón de este pez es nuestra Señora
Sacratísima; porque así como el corazón es lo mejor de todo el cuerpo, así la Reina de
los ángeles fue la mejor pieza de todo aquel pueblo. El corazón es de donde procede la
vida; y por eso dice el Sabio: Guarda tu corazón con toda vigilancia, porque de él mana
la vida (Pr 4,23). Y la Virgen fue de donde nació la vida para todo el mundo, que es
Cristo, el cual dice de sí mismo: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). La
partecilla de su corazón es el Cuerpo del Salvador, tomado de las entrañas de la Virgen.
Pues si este cuerpo lo pusieres, hermano, sobre carbones encendidos, si le recibieres con
deseos encendidos de mudar de vida, de amar a Dios, y de emplearte en el provecho del
prójimo, ¡ah!, seguro que saldría un humo, esto es, que Dios te daría una virtud tal, con
la cual huirían de ti todo género de demonios, y quedarías fortalecido como otro Elías,
para caminar hasta el monte de Dios 4 .
17.- Pero advertid que este Sacramento no causa en todos estos provechos,
sino sólo en los que se aparejan, esto es, en aquellos en quienes halla la disposición
correspondiente, de la misma manera que un agente natural no actúa sino en el paciente
bien dispuesto. En definitiva, que va la vida en recibir dignamente este maravilloso
Sacramento. Como se canta en la Misa del Corpus: Lo toma el malo y el bueno; para
éste de gracias lleno; para aquél manjar fatal. Vida al bueno, muerte al malo, da este
célico regalo. ¡Qué suerte tan desigual! 5 . Por eso, el Salvador del mundo, antes de dar
su cuerpo a los Apóstoles, les lavó los pies, para darnos a entender, que antes de
llegarnos a este sac ramento, nos hemos de lavar los pies. Los pies del alma son los
afectos, porque así como los pies llevan al cuerpo de una parte a otra, allá se va también
vuestra alma adonde tenéis puesta vuestra afición. Estos pies, estas aficiones, los tenéis
puestos en la tierra, porque estáis aficionados a las cosas terrenas, y de ahí es que están
sucios. Limpiadlos con el agua de las lágrimas; limpiadlos con la confesión; limpiadlos
apartándolos de la tierra y poniendo vuestro amor en el Señor, que tantos bienes os h a
4 Cfr. S ANTO T OMÁS DE A QUINO , Opúsculo sobre el Sacramento del Altar , cap. 21
5 De la Secuencia de la Misa del Corpus
procurado, y tan bien lo tiene merecido. Lavados, pues, los pies de esta manera, y con
amargura y dolor por la Pasión que Cristo padeció por vuestros pecados —en cuya
memoria quiere el Salvador se celebre este misterio, pues por memorial lo dejó—,
podréis llegar a este convite sin miedo de que seáis de aquéllos, de los que dice San
Pablo que serán juzgados y condenados por haber comido y bebido indignamente este
sacramento (cfr. 1 Co 11,29); antes al contrario, podréis acercaros a él confiados de que
os dará la vida en este mundo por la gracia, y en el otro la Gloria, a la cual nos
conduzca nuestro Señor Jesucristo. Amén .