V Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
“Yo soy la resurrección y la vida”
“Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro…”
El pasaje evangélico que hoy nos ocupa, es un relato muy bien diseñado y un
dibujo muy claro de la humanidad de Jesús. Está construido en forma de diálogo
familiar con Marta, la hermana de Lázaro, donde, con pequeñas pinceladas, va
quedando patente la tristeza y el desconcierto ante la muerte, pero, al mismo
tiempo, reflejando un ambiente de confianza y amistad que sirve para dejar patente
otros aspectos humanos de Jesús, especialmente sus sentimientos: Jesús amaba a
Marta, a su hermana y a Lázaro… Jesús solloz… Sollozando de nuevo…
“Yo soy la resurrección y la vida…”
De forma gradual nos va acercando al hecho central de la resurrección de Lázaro,
donde se explicita que Jesús, no solo es la vida, sino que es dador de vida. El tema
de Jesús dador de vida, es recurrente en el evangelista Juan. Completa así la
simbología de los tres domingos anteriores: el agua, la luz; hoy, la vida. Dar vida
es la finalidad de su presencia en el mundo. Así lo manifiesta Jesús en el evangelio
de Juan: “He venido para que tengan vida y vida abundante” (Jn.10,10). De esa
forma queda claro que, con Jesús, la muerte no tiene ninguna fuerza, ya que Él ha
venido a derrotarla. Es lo que ha ido quedando claro en su caminar por Palestina
donde la muerte ha sido derribada de muchas maneras: las curaciones de todo tipo,
el rescate de un pecador público como Zaqueo, el perdón a la mujer adúltera, la
acogida a cuantos son marginados y despreciados en la sociedad… en todos ellos
Jesús va dando respuesta a la necesidad de vida de la gente. En esa respuesta, la
muerte ya está siendo derrotada.
“Si hubieras estado aquí…”
Como en otras ocasiones, para llegar a esa certeza, -Jesús dador de vida y
destructor de la muerte-, ha sido necesario ir desbrozando el camino a través del
diálogo con Marta. Tras ese diálogo surge con naturalidad la confesión en su
condición mesiánica, quedando clara su misión sanadora-salvadora. El camino de la
fe es camino de confianza, donde el hombre expresa sus convicciones en ese
diálogo-oración con el autor de la vida. Ahí quedan expuestos los claroscuros que
conforman nuestra existencia: nuestros deseos más hondos, también nuestras
necesidades. Y es en ese diálogo donde cabe todo lo que conforma la vida de las
personas. Es ahí donde surge la confianza hecha expresión en la fe que manifiesta
Marta en la conversacin con Jesús. La aoranza del “si hubieras estado aquí”, se
complementa con la seguridad del “sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo
concederá”.
“Os infundiré mi espíritu y viviréis…”
Si algo queda claro en la historia de Israel es que Dios es siempre fuente de vida.
Es lo que nos ha recordado Ezequiel en la primera lectura. El profeta ve al pueblo
en situación de muerte, simbolizada en esta expresión: un montón de huesos.
Parece que todo se ha terminado, ya no hay esperanza. Y ahí aparece la voz
vivificadora de Dios “Yo abriré vuestras tumbas y os sacaré de ellas… Os infundiré
mi espíritu y viviréis”. Dios no es Dios de muertos sino de vivos. Él es el único que
puede hacer volver a la vida todo aquello que ha ido muriendo por desidia o maldad
del hombre.
Es lo que hace Jesús: devolver la vida a Lázaro. ¿Para qué? Para ayudar a los
hombres a creer. Así lo manifiesta en su oración al Padre: “yo sé que tú me
escuchas siempre; lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has
enviado… Al ver lo que había hecho Jesús, muchos creyeron en Él”. Los milagros-
signos de Jesús nos trasladan siempre a otra realidad más amplia y más profunda:
su condición de Mesías, Hijo de Dios, a cuyo conocimiento y gloria dirige él todo su
obrar entre los hombres.
“Pero el espíritu vive por la justicia”
Miremos nuestra propia realidad. El agua del bautismo puso en cada uno de
nosotros la semilla de una vida que no se circunscribe a esta realidad terrena; es
una vida más rica que la simple vida biológica. Y ese Espíritu que recibimos nos fue
dado como fuerza, energía, para vivir de una forma determinada: la de los
seguidores de Jesús, de modo que nuestra existencia, como la suya, sea para gloria
de ese Padre que está en los cielos. Una gloria que no se expresa solo en simples
palabras, sino en hechos, signos, que extienden la semilla de vida. “Si Cristo está
en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la
justicia”, nos ha recordado Pablo en la carta a los romanos. Somos seguidores,
discípulos de Jesús, el dador y defensor de la vida. Participamos de su misión. Se
nos ha dado un espíritu que ha de vivir por la justicia. Frente a un mundo que
promueve la muerte a través del individualismo, con sus múltiples ramificaciones, y
que se solapa en actitudes más o menos justificadas, nos corresponde marcar las
diferencias de diversas maneras. El grito de Jesús, a cada uno, es a salir fuera, a
alejarnos de esa muerte que va arrollando todo a su alrededor sembrando división,
indiferencia, egoísmo. Y es esa muerte, cuya presencia podemos detectar en
muchos aspectos de nuestra sociedad actual, la que está demandando nuestra
reacción en la misma línea de Jesús. Ante la muerte Jesús se sintió concernido y
comprometido, rechazando su fuerza y poniendo en su lugar signos claros de vida.
Esa presencia de la muerte puede y debe encontrar en nosotros, no solo denuncia,
sino antídoto que impida que se incruste en nosotros para convertirnos en sus
servidores. Como Jesús, hemos de dar vida y alentar los signos de su presencia. La
vida que Jesús trae, tiene que extenderse en actitudes claras por parte de quienes
nos congregamos cada domingo para confesar que Él está en medio de nosotros
alentando nuestro caminar entre los hombres. No estamos aquí sólo para luchar
contra la muerte; estamos, más bien, para expresar que su vida es nuestra vida, su
compromiso es nuestro compromiso; por eso, su lucha por la vida sigue siendo,
también hoy, nuestra lucha. En esa actitud tiene sentido todo lo que celebramos y
que se nutre en la recepción del pan y la palabra, signos claros de una vida
compartida y a compartir.
Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
(con permiso de dominicos.org)