Domingo de Resurrección.
“Hoy es el día en que actu el Seor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
(Estas pautas presuponen que se ha leído la lectura de 1 Cor 5,6b-8)
Una vez martirizado Jesús, y tras un largo Sábado Santo, muchas y muchos de los
que lo habían seguido proclamaron valientemente que Jesús estaba vivo, había
resucitado de entre los muertos, y se habían encontrado con él, experimentando en
sus vidas su presencia y la fuerza de su Espíritu. El anuncio, después de la
decepción del Viernes Santo, no fue fácil. Y solo se explica porque Jesús mismo, en
contra de las expectativas de los suyos, se dejó ver; impuso su presencia a aquellas
mujeres y a aquellos varones antes decepcionados y acobardados. Entonces
recobraron la alegría, y también el valor para anunciar algo que resultaba peligroso
para sus vidas. Pues anunciar que Jesús había resucitado equivalía a decir no solo
que su causa seguía en pie, sino que él mismo estaba vivo para ponerse al frente
de la causa. Esto significaba, además, que Dios había dado la razón a Jesús y se la
había quitado a sus asesinos; significaba que las autoridades se habían equivocado,
que ellas no tenían razón, que no habían podido con Jesús y, por consiguiente,
tampoco iban a poder con los suyos. La proclamación de la resurrección no dejó
indiferente al poder religioso y político que había condenado a Jesús. Anunciar la
resurrección era una provocación.
Este anuncio debería seguir siendo hoy una provocación. Por tanto, debería ir
necesariamente unido a un serio compromiso a favor de la vida y en contra de
todos los males, injusticias y mentiras que pueblan este mundo. Solo entonces este
anuncio resultará una buena noticia para las víctimas y una seria advertencia para
los verdugos. En un anuncio así se manifiesta el poder de vida del Espíritu del
Resucitado que mueve a sus portadores a actualizar en nuestro mundo la palabra y
la obra de Jesús. Creer en la resurrección de Cristo es creer que la muerte, la
mentira, el odio y la injusticia no tienen ningún futuro, que es inútil construir sobre
estas realidades que se oponen a Dios. Lo que tiene futuro es la verdad, la vida y el
amor. Por eso es posible luchar por la vida y el amor sin temor a la muerte.
Este compromiso a favor de la vida, sólo es posible si los cristianos vivimos una
vida resucitada. En esta línea San Pablo decía a los Corintios, y nos sigue diciendo a
nosotros, que estamos llamados a fermentar la masa, a ser luz para el mundo, a
manifestar que la vida tiene sentido, a ofrecer razones para vivir. Pero, ¡atención
dice San Pablo!, la masa no puede fermentarse con levadura vieja, “porque sois
panes ázimos”. Vale la pena detenerse en estas extraas palabras: “sois panes
ázimos”. Un pan ázimo es un pan sin levadura. Los judíos celebraban la Pascua con
pan ázimo recordando la apresurada salida de Egipto, en la que llevaron consigo
solamente panes sin levadura. Pero los ázimos son también un símbolo de
purificación: eliminar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. A la luz de la
resurrección de Cristo, donde acontece la verdadera novedad, pues allí aparece la
vida que no muere más, el sentido purificatorio de los ázimos adquiere un nuevo
sentido: nosotros, sus discípulos podemos y debemos ser “masa nueva”, “ázimos”,
liberados de todo residuo del viejo fermento del pecado; ya no más malicia y
perversidad en nuestro corazón.
Esta afirmacin de San Pablo: “sois panes ázimos”, es una invitacin a propagar el
anuncio de la Pascua con la boca, pero sobre todo con el corazón y con la vida, con
un estilo de vida “ázimo”, simple, humilde y fecundo en buenas obras. El
Resucitado nos aguarda en Galilea, o sea, en los caminos del mundo, para que
seamos portadores de paz, y hagamos de este mundo no un camino de cruces, un
via crucis, sino un camino de luces, un via lucis, pues como dice un poeta palestino,
Mahmoud Darwish, tenemos bastantes ayeres, necesitamos un mañana.
Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
(con permiso de dominicos.org)