DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECION
SERMON 4º 1
"Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí" Marcos 16,6
1.- Supliquemos a la Virgen gloriosa, que tan alegre y regocijada está el día de hoy que nos
alcance la gracia, diciéndole: Ave Maria .
2.- Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí . Estas palabras son las
que un ángel, enviado por Dios a dar testimonio de la resurrección de Cristo, dirigió a unas mujeres que
habían ido al sepulcro a buscar al Salvador difunto. Y quiso decirles que no buscasen entre los muertos,
al que ya vivía para siempre, pues había resucitado.
3.- Este misterio de la resurrección de Cristo es importantísimo para que vivamos bien como
gente que espera otra vida; produce al mismo tiempo una grandísima alegría, porque como os decía
esta mañana 2 , con él se nos confirman todas las misericordias del Señor; pero es igualmente
dificultosísimo para ser creído. Los filósofos de Atenas que escuchaban de muy buena gana a San
Pablo predicar, cuando vino a hablarles de que Cristo había resucitado de entre los muertos, no le
dejaron pasar adelante, porque consideraron este hecho como imposible (cfr. Hch 17,32). Y aunque
después de diligentísima inquisición algunos filósofos alcanzaron a entender que el alma es inmortal y
que existen razones naturales que persuaden de ello, sin embar go el que un muerto resucite a una vida
inmortal, lo han considerado siempre imposible, naturalmente hablando, porque según sus principios
filosóficos es imposible que lo que se ha corrompido una vez luego vuelva a tener el mismo ser. Ahora
bien, toda nues tra fe depende de creer esta verdad, según lo que enseña San Pablo: Si Cristo no
resucitó, vana es vuestra fe, pues todavía estáis en vuestros pecados. Por consiguiente, aun los que
murieron creyendo en Cristo, están perdidos sin remedio. Si nosotros sólo tenemos esperanza en Cristo
mientras dura nuestra vida, somos los más desdichados de todos los hombres (1 Co 15,17-19). De
donde se sigue que el Salvador del mundo tuvo mucho cuidado en manifestar su resurrección a los
Apóstoles, para que ellos nos la predicasen a nosotros después.
4.- En esto se ocupó no sólo el día de la resurrección, sino durante lo cuarenta días que
transcurrieron hasta su Ascensión, tal como nos lo refiere San Lucas: A los Apóstoles se les manifestó
también después de su Pasión, dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles en el espacio
de cuarenta días, y hablándoles de las cosas tocantes al Reino de Dios (Hch 1,3). Es decir, que les dio
muchas señales por las que pudiesen entender que, quien había muerto tan cruelmente, era el mismo
que ahora había resucitado gloriosamente. Entre los argumentos que les dio, dos son los principales.
Uno, el testimonio de los ángeles; el otro, el testimonio de las Escrituras con las cuales probó Cristo a
sus discípulos este misterio, como veremos mañana.
5.- Hoy nos presenta el Evangelio el testimonio de los ángeles. ¿Y por qué ninguno de nuestra
Señora? ¿Cuál es la causa por la que ella nada dice acerca de este misterio? No cabe duda de que la
primera en ver a Cristo resucitado fue María Santísima. ¿Por qué, entonces, no nos dice ella nada sobre
ello? Es sabido que el testimonio de las madres en lo que toca a la honra de sus hijos, aunque sea
verdadero, es tenido por sospechoso. De ahí el que, aunque ella fue la primera en conocerlo y con más
certeza que nadie, los evangelistas no mencionen para nada su testimonio.
6.- Como decíamos, hoy San Marcos nos presenta el testimonio de los ángeles. Y dice el
evangelista que, pasado el sábado, esto es, el día en que no era lícito a los judíos emplearse en ningún
ministerio corporal, y pasada la fiesta, la cual se acababa al anochecer, las tres Marías, la Magdalena,
1 Obras y sermones , vol. II, pp.14-18
2 Se refiere al Sermón 1º pronunciado en este día, recogido anteriormente.
como capitana, y la madre de Santiago el menor y la madre de San Juan, compraron aromas para ir al
sepulcro y ungir el cuerpo de su dulcísimo Maestro. Se levantaron antes del amanecer, y tengo para mí
que no necesitaron que nadie las despertara, sobre todo la Magdalena, a la cual cada momento le
parecía un año, para irse a prestar ese servicio a su Maestro, ya finado, y consolarse llorando a sus pies.
Llegaron al monumento cuando el sol estaba amaneciendo y las tinieblas de la noche no se habían
despedido del todo. E iban por el camino con grande ansia, preguntándose: ¿Quién nos rodará la
piedra de la puerta del sepulcro? (Mc 16,3).
7.- Muchos y grandes misterios han advertido y declarado los santos padres en esta historia. A
mí me basta ponderar el amor y la devoción de estas santas mujeres para confusión de mi tibieza y
flojedad. Compraron especias aromáticas y ungüentos preciosos para ungir a Jesús. ¡Oh benditas
mujeres!, pero ¿no sabéis que Nicodemo vino con José de Arimatea a sepultar el cuerpo de vuestro
Maestro, y trajeron como cien libras de especias aromáticas para embalsamarlo? ¿No sabéis que lo
envolvieron en una sábana limpísima y lo ataron muy bien, y así lo pusieron en el sepulcro? ¿Por qué
de nuevo le traéis perfumes para ungirlo? ¿A qué viene esa diligencia? ¿Por ventura fue por no estar en
casa e ir por las calles destrenzadas como las valencianas? Perdonad, señoras, que aunque me parece
muy mal la costumbre que tenéis, no debía mencionarla hoy, pues estas mujeres del Evangelio fueron
motivo de vergüenza para los hombres con la diligencia y cuidado que pusieron en visitar el sepulcro, y
por eso merecieron ser las primeras en recibir la noticia de que Jesucristo había resucitado. La
diligencia de la Magdalena y de sus compañeras no nació de liviandad, sino del grandísimo amor y de
la grandísima caridad, pues la persona que de veras ama a otra, no puede reposar si no se emplea con
sus propias manos en servir a quien quiere. No queda satisfecha ni contenta si no se señala en su
servicio y da muestras en el exterior del amor que arde en su pecho. Por donde podéis entender muy
bien, cuán pocos son los que de veras aman a Dios, pues son muy raros los que sienten ansias por
señalarse en su servicio.
8.- Fueron, pues, las santas mujeres a ungir de nuevo el cuerpo de su Maestro porque pensaron
que quizás no estaba bien ungido; y la causa es porque el Viernes Santo, cuando bajaron a Cristo de la
Cruz era muy tarde, y además su Madre lo detuvo mucho entre sus brazos besando las llagas de aquel
sacratísimo cuerpo y lavándolas con las lágrimas de sus ojos. De tal suerte que hubo muy poco tiempo
para ungirle antes de que sobreviniese la noche, en la cual, según la costumbre de los judíos, nadie
podía ocuparse en semejantes obras. «No debe estar bien ungido nuestro Maestro, se decían las mujeres
entre sí. Los hombres no lo harían tan cumplidamente como lo haremos nosotras. Por eso, vayamos, y
unjámoslo de nuevo». ¡Oh gloriosas Marías! ¿Y no tenéis miedo de ver y tocar con vuestras manos a
un cuerpo muerto y tan desfigurado, como quedó el de vuestro Maestro? Muchas veces, los hombres
tienen miedo de entrar en un cementerio y se les despeluznan los cabellos cuando ven el cuerpo de un
difunto, aunque sea su hijo. ¿Y vosotras, siendo mujeres, no teméis de ir al sepulcro a reconocer al
crucificado, y de tocar con vuestras manos su cuerpo?
9.- ¡Oh amor, y cuánta fortaleza y esfuerzo das a los que posees! El amor todo lo hace fácil,
todo lo puede, todo lo vence. Estas mujeres amaron tanto a Cristo mientras estaba vivo, que no creían
que pudiera causarles horror después de muerto. Se dirigen al sepulcro con toda diligencia. San Marcos
precisa que vinieron al monumento al salir el sol (Mc 16,2). San Juan, por su parte, señala que el
sepulcro estaba cerca de Jerusalén (cfr. Jn 19,42). ¿Y cómo es posible, señoras, que llegarais tan tarde
al sepulcro?... ¿Y cómo queréis que no tardasen en llegar? Era imposible dejar de detenerse por el
camino. Fueron por donde el Señor había pasado, y no pudieron menos de detenerse en cada estación,
llorando de nuevo al recordar lo que el Señor allí había padecido. «¡Oh, dice la Magdalena, que se me
rompen las entrañas, porque aquí mi dulce Maestro topó con su Madre, y tanto ella como él sintieron
un intenso dolor». «Aquí cayó con la Cruz nuestro Maestro», decía la otra, y no podían pasar de allí sin
lamentarse y sentirlo de nuevo. Aquí se volvió a las hijas de Jerusalén, y les dijo: No lloréis por mí,
más bien llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos (Lc 23,28). Y como iban recorriendo las
distintas estaciones, y lamentándose a cada paso, fue preciso que se detuvieran. ¿Y quién podrá contar
las lágrimas que derramaron, los suspiros que dieron y los lamentos que expresaron al llegar adonde
estaba la Cruz? Esta es la razón por la que se retrasaron y llegaron al sepulcro cuando ya esclarecía el
día. Y cuando se acercaban al sepulcro, decían entre sí: ¿Quién nos rodará la piedra de la puerta del
monumento? (Mc 16,3). ¡Oh santas mujeres! ¡Qué espantado me hacéis estar! Sabéis que la boca de la
sepultura estaba cerrada con una piedra tan grande que diez de vosotras no podrían mover. Sabéis
allende de esto que la puerta del sepulcro está sellada y protegida por unos guardas que no permiten a
nadie que ose acercarse a él. ¿Y vosotras compráis ungüentos y vais tan decididas a ungir al difunto?
¿Cómo es posible que alcancéis lo que pretendéis, habiendo tantos impedimentos?... Pues, señores que
me escucháis, no pretendáis importunar a estas mujeres. No porfiéis en hacer entrar en razón a las que
se rigen por el amor. Porque si mucho les preguntáis, yo sé que os responderán: «Si no hay manera de
poderlo ungir, por lo menos podremos tocar el sepulcro y llorando haremos compañía al que está allí
encerrado». ¿Cómo?... «¿Tan crueles han de ser los guardas que no nos dejen llorar sobre el sepulcro
del difunto, a quien verán que amamos tanto?» Por eso, señores, no disputemos con ellas; sigámoslas
más bien por ver lo que les acaece, porque a quien lleva tan buenos deseos es imposible que Dios no lo
favorezca. «¡Oh, si viniese alguien, que nos abriese el sepulcro!», se decían ellas. Bien ven la
dificultad, pero ésta no les hizo volver atrás. Tampoco vosotros, señores, volváis atrás por muchas
dificultades que el demonio os ponga en el camino hacia Dios. Pues cuando a vosotros os falten la
fuerzas, Dios suplirá. Abrid bien los ojos, porque Dios allanará todas las dificultades, como les acaeció
a estas santas mujeres, que mirando hacia el sepulcro, vieron que la piedra que era muy grande, había
sido rodada hacia un lado (Mc 16,4).
10.- ¡Oh qué batalla se desató en sus corazones entre sus diferentes afectos al ver que la piedra
estaba quitada! Se maravillaron al no saber quién la había corrido. Se alegraron de ver que había
desaparecido el impedimento que les permitía realizar su deseo de ungir el cuerpo de Cristo. Y por otra
parte temieron no se lo hubiesen llevado. Y es que no hay amor que no sienta el recelo de perder
aquello que ama. Este recelo les hizo acelerar el paso y meterse por la boca del monumento de soslayo.
Entonces, dice el evangelista San Marcos, que se encontraron con un joven que estaba sentado a la
derecha del monumento, vestido de blanco, y ellas se pasmaron al verle (cfr. Mc 16,5). El joven les
dijo: «No os espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno; pues ha resucitado». Al parecer, este ángel, en cuanto
resucitó el Señor, vino como un terremoto y quitó la piedra que cerraba el monumento, no para que el
Señor tuviese por donde salir, pues cerrado el monumento pudo resucitar el que nació cerrado el vientre
de su Madre. Y fue tan grande el espanto de los guardas, que cayeron en el suelo como muertos. Este
ángel, que vino a darnos la noticia de la resurrección de Cristo, se apareció como un joven y con las
demás particularidades que nos dice el evangelista, para darnos a entender el estado de la resurrección
final que nos venía a revelar. Se apareció en forma de mozo alegre y en la edad florida de la vida, para
denotar que la carne del Señor había florecido tal como lo había anunciado David: Floreció y resucitó
mi carne, y así le alabaré con todo mi afecto (Sal 27,7); y también para darnos a entender que todos
hemos de resucitar en el estado de la edad perfecta. No existirá ni la imperfección de la niñez, ni la de
la vejez. Por otra parte, el ángel estaba sentado, para denotar el señorío que Cristo tiene sobre la
muerte, y el señorío de su alma sobre el cuerpo, el cual todos lo obtendremos. Y estaba sentado a la
derecha para darnos a entender que el que había resucitado era inmortal y poseía la vida eterna, de la
misma manera que la tendremos todos cuando resucitemos. Y, finalmente, estaba vestido con
vestiduras blancas y resplandecientes como la nieve, para darnos a entender la claridad del cuerpo de su
Señor resucitado, conforme a la cual resucitarán también nuestros cuerpos.
11.- En cuanto lo vieron, como era una aparición del otro mundo, quedaron pasmadas, y más aún
al ver que allí no estaba el cuerpo de su Maestro. Y al verlas el ángel en esta situación, las consoló en
seguida diciéndoles: No temáis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí.
Mirad el lugar donde le pusieron (Mc 16,6). ¡Oh dichosas mujeres! Y cuánta razón tenéis para
alegraros pues habéis hallado mucho más de lo que buscabais y deseabais. Buscabais al Salvador
muerto, y lo hallasteis resucitado. Así es, señores, que me escucháis. Buscad a Dios, que yo os aseguro
que sentiréis más contento, no sólo en la otra vida sino en ésta, del que jamás pudisteis pretender. A
algunos les parece que en el servicio de Dios todo es tristeza y desabrimiento. Eso hallaréis si servís al
mundo y a vuestros apetitos, que os prometen descanso, y en cambio os enredan en grandes trabajos.
Pensáis que en el servicio de Dios os hallaréis tristes y desconsolados. ¿Qué haré yo, decís, si dejo el
juego, o si dejo aquella mujer? Y en realidad todo ocurre al revés. Nadie tuvo mayor consuelo que en
servir a Dios. Por eso decía San Agustín: Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Tarde te
amé 3 .
12.- Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron . ¡Oh ángel glorioso! ¿Y por
qué no les decís a estas mujeres dónde está el Señor a quien buscan? ¿Qué tienen que ver ellas con el
lugar en donde estuvo? Lo único que desean es saber el lugar donde ahora está, pues si vinieron al
sepulcro, no fue por ver éste, sino al difunto. ¿Por qué diferís el decirles en dónde está el Señor? Sin
duda que no lo hizo por respeto, sino para aumentar en ellas el deseo de verle y hacerlas más dignas de
adorarle. Luego añadió: Id, pues, a decir a sus discípulos, y a Pedro, que os precederá en Galilea. Allí
lo veréis, como os lo dijo (Mc 16,7). Por Galilea ha de entenderse aquí un lugar que está en el Monte
Olivete.
13.- ¿Qué significa esto, ángel del cielo? ¿No hallasteis a otras personas, más que a estas mujeres,
para que transmitieran la noticia de que Jesucristo había resucitado? ¿Es, acaso, porque ellas no sabrían
callarse, pues son de tal condición que, si saben algo, revientan si no lo cuentan? ¿Es, acaso, porque
son amigas de contar noticias y de oírlas?... Señoras, no es por nada de esto. Todo esto sería malicia. La
razón fue para que recobrasen la honra que habían perdido. Mujer fue la que le trajo a Adán el manjar
de la muerte; y por eso mujeres tenían que ser las que llevaran a los discípulos las nuevas de la vida.
San Jerónimo afirma: Se les encarga a las mujeres que lo anuncien a los Apóstoles, porque por la
mujer fue anunciada la muerte, y por la mujer tenía que anunciarse la resurrección a la vida 4 .
Además, el ángel las envía a ellas y no a los hombres, porque no hubo hombre alguno que tuviese el
ánimo y el valor que ellas tuvieron. Los amigos de Cristo estaban de tal manera encerrados que al
menor ruido les parecía que todo el mundo se les echaba encima; y ellas, por el contrario, sin miedo a
nada, muy de mañana salieron y se fueron al sepulcro. Y es que para Dios no hay hombre ni mujer. El
que más le ama ése es el más favorecido y agradable a sus ojos.
14.- Id, pues, a decir a sus discípulos, y a Pedro, que os precederá en Galilea . ¿Y, por qué a
San Pedro en particular?... Porque Pedro no osaba contarse entre los discípulos de Cristo, porque le
había negado. Escribe San Jerónimo: Se encarga que se lo digan en especial a Pedro, porque éste se
juzgaba indigno de ser su discípulo después de haber negado por tres veces a su Maestro. Pero los
pecados pasados no dejan huella, si se los detesta 5 . Como si dijera: «Decidle a San Pedro que lo cuento
entre mis discípulos, pues ha llorado su pecado». Por tanto, pecadores, no desconfiéis de alcanzar
misericordia, si detestáis la culpa, pues no hay quien busque de verdad la misericordia y no la halle. Si
este Señor, que hoy resucita, tuvo misericordia del ladrón el día que estaba en la Cruz, con mucha
mayor razón la hallará el pecador el día de la gloria. Si estando muriendo pudo alcanzar el ladrón que le
perdonase, también alcanzará lo mismo el cristiano el día de la resurrección. Hoy es un día de gracia;
un día propio para que Dios nos otorgue mercedes. Sale el Señor glorioso del sepulcro, y no hay que
dudar que le verán los que vayan a Galilea, los que estuvieren de paso, los que mudaron su mala vida y
trataron de pasarse al servicio de Dios. El les dará aquí, sin duda, la gracia, y después la Gloria, a la
cual nos conduzca nuestro Señor Jesucristo. Amén .
3 S AN A GUSTÍN , Soliloquios , cap. 31
4 S AN J ERÓNIMO , Comentario a San Marcos , cap. 16
5 S AN J ERÓNIMO , l.c.