II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Ciclo A.
"¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto"
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseanza de los apstoles,
en la vida común, en la fraccin del pan y en las oraciones” (Hc 2, 42-47)
La comunidad es fruto del Cristo Resucitado; va construyéndose por el esfuerzo de
la persona y el grupo de los creyentes para rastrear los signos que evidencian la
presencia del Señor, pero sobretodo por la acción del Espíritu que lo hace posible.
Creer sin haber visto es la exigencia, la fidelidad a la Palabra el camino, el
compartir con la comunidad es la meta y la esperanza abierta.
Llama la atencin la actitud de los “hermanos” por su “constancia en escuchar las
enseñanzas de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones”.
Por medio de los apóstoles hablará el Señor; ellos son los enviados para cumplir
con la misión de enseñar. A ellos les toca proponer los contenidos de la fe porque
fueron testigos de todo lo sucedido en torno al Señor. Predicaban con tanta
autenticidad que “todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y
signos que hacían”. A la vez conviene juntar la consecuencia de vivir la Palabra:
vivir en intensa comunión y perseverar en ella; ponían todo lo que poseían a
disposición de la comunidad y repartiendo a cada uno según sus necesidades. Hay
dos cosas más que definen a la comunidad como cristiana: la oración y la
eucaristía; es la fuente de gracia y presencia del Señor Resucitado. La vida de la
comunidad de por sí se antoja como ideal:”comían juntos alababan a Dios con
alegría y de todo corazón, eran bien vistos por el pueblo, y el Señor iba agregando
al grupo los que se iban salvando”.
“Digan los fieles del Seor: eterna es su misericordia” (Sal 117, 4)
Invitación a la comunidad para dar gracias a Dios porque su misericordia eterna
llega hasta nosotros HOY. Y a la vez reconocer el poder de Dios para reducir
nuestros problemas e implantar una fuerza superior hasta la victoria. Sólo Dios
puede hacer maravillas como las que contemplamos hoy en la Resurrección de su
Hijo.
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Seor Jesucristo” (1ª de Pe 1, 3-9)
Lo primero que se ocurre a Pedro es dar gracias a Dios y bendecir su nombre por el
gran acontecimiento. Después reconocer que es obra de su misericordia y que por
la Resurreccin del Seor “nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva,
para una herencia incorruptible, pura e imperecedera”. Importante animacin el
saber que la fuerza de Dios custodia nuestra fe. Por todo ello invitación a la alegría
aún en medio de pruebas y sufrimientos. Termina el texto que leemos hoy: “no
habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis y creéis en él; y os alegráis” porque
habéis alcanzado la meta de vuestra salvación.
Meditemos esta bella confesión de Pedro pensando en toda su biografía: desde el
pescador de Galilea hasta ahora edificando a sus hermanos con toda su experiencia
ante el Señor Resucitado.
“¡Seor mío y Dios mío!”… (Jn 20, 19-31)
La aparición tiene lugar en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos. Ahí y en ese estado espiritual va a llegar el Cristo Resucitado. Es consolador
que el Señor llegue incluso en esos estados. Pienso que sería conveniente pensar
en todo lo que se dice en el evangelio a propósito de la vida del Señor con los
discípulos antes de la Resurrección: su paciente enseñanza, lo que vieron y oyeron
de él, los milagros, su comportamiento en la Crucifixin… Y ahí, tal vez, vernos
nosotros.
El saludo es el propio del Señor y en este caso repetido, lleno de énfasis, les mostró
las manos y el costado (aquel cuerpo glorificado lleva las señales de la Pasión) y
directamente pasa a manifestar lo que ya antes les había manifestado: “Como el
Padre me ha enviado, así también os envi yo”. Y acto seguido: exhal el aliento
sobre ellos, les dio el Espíritu Santo y los envió para ejercer el ministerio de la
reconciliación.
Después viene el encuentro con Tomás que no había estado cuando vino el Señor.
Sus compañeros se lo comunican y él manifiesta su incredulidad de una manera un
poco sádica: “Si no veo en sus manos la seal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en costado, no lo creo”. Nuevamente el
Señor manifiesta su paciencia misericordiosa y a los ocho días que estaban otra vez
los discípulos reunidos y esta vez con Tomás también, se dirige a él y le dice: “Trae
tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente”. Tomás cay rendido y dijo: “Seor mío y Dios mío!”.
Esta es la confesin perenne de todos los creyentes. El Seor sentenci: “Por qué
me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”; aquí el Seor se
dirige a toda la Iglesia y llega hasta nosotros. La enseñanza es patente: creer no es
asimilar una doctrina, sino creer en una persona, Jesús, muerto y resucitado, que
vivió una experiencia con los apóstoles y que ellos nos han trasmitido en un
ministerio que ellos inauguran y que llega hasta nosotros por la Iglesia. Toda la
vida de la Iglesia está plagada de signos: unos escritos en el libro y otros escritos
por la vida de Jesús y sus creyentes; “El que crea en mí hará las obras que yo hago
y aún mayores”.
Celebremos todos estos acontecimientos actualizándolos en nuestras personas y en
nuestras comunidades.
Ahora algunas conclusiones
Vamos ahora a tratar de insistir en algunos aspectos de los textos comentados que
nos sirvan para actualizar la Eucaristía de este domingo.
En primer lugar nos fijamos en cómo las celebraciones comenzaron a hacerse
periódicas: los apóstoles y los que se iban sumando a los grupos se reunían en
domingo porque era el día del Señor. Era la vida de la comunidad. La aparición de
Cristo es en su Cuerpo, pero trasformado; se aparece “estando cerradas las
puertas”. No obstante aquel Cuerpo lleva las llagas de la Pasin. El Seor con su
presencia y su Palabra crea un ambiente que provoca la fe y la alegría de los
discípulos; se está operando en ellos una sorprendente trasformación. El
evangelista San Juan en todo su evangelio va detrás de las acciones y palabras de
Jesucristo mediante las cuales despierta e inculca la fe. Juan en el caso que nos
ocupa lleva esta dinámica hasta un cenit insuperable y queda como la clave de su
evangelio y deja para los creyentes el reto que enfrenta la fe en el Resucitado con
las dudas, objeciones, excusas… que nos angustian. Tomás, rendido, exclama
“Seor mío y Dios mío!” El Seor aprovecha para clarificarnos el camino: “Porque
has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”.
Esta confrontación es básica para plantearnos con rectitud de conciencia el ingreso
en la celebración.
Y el Señor continúa con la Paz. Una Paz que para los apóstoles ya fue distinta del
“saln” de los judíos; sería una Paz como primer don del Espíritu, y una alegría
motivadora para todo lo que habría que emprender. El Señor deja caer su propósito
como una cascada de compromisos que, aunque estaban felices por ver al Señor
Resucitado, por otra parte no salían de su asombro. Creo que en toda celebración
es necesario ponerse “en lugar de”, con todo detalle de que seamos capaces; en
este domingo junto con las emociones de los apóstoles pongamos las nuestras,
renovemos junto con ellos nuestra fe en el Resucitado, sintiendo codo con codo a
nuestro hermanos, escuchando con el corazón la Palabra y hasta donde nos sea
posible poder decir con Tomás ¡Señor mío y Dios mío!... Que al final de la Eucaristía
sintamos el envío, la misión, que el Señor nos confía.
La carta de Pedro nos sugiere el estar atento a la vez del Papa y de nuestros
Prelados que nos guían desde una visión más amplia.
En esta época florecen en nuestras comunidades los dones del Señor a través de
los Bautizos y Confirmaciones, las Primeras Comuniones, las Bodas… A veces se nos
critica de demasiado ritualistas o de caer en modos de celebración con un mucho de
social y poco de espíritu cristiano…; todo puede ser cierto, pero en cada uno está el
darle un giro a nuestra vida cristiana y su celebración y no quedarnos en excusas.
Sería conveniente resaltar siempre y en este tiempo más todas aquellas cosas que
la iglesia hace bien como Cáritas, Manos Unidas, las Misiones, los Centro de
Reeducacin, Orfanatos, Voluntariado… y colaboracin con instituciones que sirven
y ayudan. Y por supuesto aquellas que desde la profesión, la familia y en la
sociedad van dando testimonio de haber celebrado al Resucitado.
Fray Francisco Mª. García O.P.
Casa de Ntra. Sra. de Montesclaros
(con permiso de dominicos.org)