¿Una Misa celebrada por el mismo Jesús y a su estilo?
Domingo 03 de Pascua 011 A
¿Alguna vez has soñado con que fuera el mismo Jesús el que celebrara la Misa para
ti y para los tuyos? Pues lo que para nosotros sería un sueño, dos muchachos
discípulos de Jesús lo vivieron en la realidad la misma tarde de la resurrección del
Señor Jesús. Guiados por el Libro de los Hecho, nosotros viviremos aquel
acontecimiento en tres momentos.
Primera. Los discípulos de Jesús se dirigían a un pueblito llamado Emaús,
procedentes de Jerusalén, donde habían sido testigos de la pasión y de la muerte
de Jesús. Esperaron un tiempo que a ellos les parecía prudente, pero aunque había
algunas señales de la Resurrección de Jesús, ellos consideraron que lo más
prudente era regresar a su tierra, aunque allá les esperaran las burlas de todos,
pues habían salido detrás de Jesús como la gran elección de su vida, y ahora
regresaban con aires de fracasados, con las manos vacías, pues les habían matado
al maestro y ya no había ninguna esperanza de que cumpliera su promesa. Pero en
el camino alguien se les emparejó, les preguntó por qué tanta tristeza, y al
explicarle el motivo, Jesús, pues ese era el personaje, los reprendió por su
incredulidad, pero en el mismo camino les fue explicando sencillamente todo lo que
decían las Escrituras de él, poniendo hincapié en que era necesario que él padeciera
y muriera en la cruz, cosa que les había parecido monstruosa y detestable. Eso es
lo que hace la Iglesia cada vez que nosotros nos reunimos para la Eucaristía,
contactar a los fieles con la Palabra de Dios.
Segundo. Sintiendo sumamente interesante lo que el personaje les explicaba, y
cayendo ya la tarde, quisieron escucharle un poco más, y por eso lo invitaron a que
pernoctara con ellos ese día. Al llegar a casa, con toda la hospitalidad que
caracteriza a los orientales, lo sentaron a la mesa, le concedieron el lugar principal,
y le pidieron que él mismo bendijera como era costumbre, el pan para toda la
familia. Él atendió a su invitación, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y
se lo dio. Y entonces, ¡Bendito prodigio! En ese momento se les abrieron los ojos, y
reconocieron que su peregrino amigo era el mismo Jesús ya resucitado, y
comenzaron a memorar: “Con razón ardía nuestro corazón mientras nos hablaba
por el camino y nos explicaba las Escrituras”. Es el momento sublime de nuestras
Eucaristías, donde Jesús acompaña a los suyos, no ya en la memoria, sino
entregándose a cada uno, dándoles su paz y su amor hecho realidad en su propio
Cuerpo.
Tercero. Nuestros amigos los discípulos no quisieron quedarse saboreando el
profundo gozo y alegría que les causó el encuentro con Jesús, y aún con los
peligros de la noche, regresaron de inmediato a Jerusalén donde estaban reunidos
los apóstoles, encerrados ciertamente, pero en la gozosa espera. Cuando llegaron,
desde dentro les dijeron que ya Jesús había resucitado, que se le había aparecido a
Pedro, y ellos relataron con todo detalle lo que les había ocurrido. Los cristianos hoy
tenemos que imitar ese gesto. Si en verdad nos hemos encontrado con Jesús en la
Eucaristía no podremos guardarlo para nosotros mismos, sino que desde la
comunidad eclesial reunida, tendremos que reintegrarnos a nuestro mundo
mostrando con nuestras acciones, con nuestra ayuda, con nuestro servicio, nuestra
honradez y alegría, que realmente el que había sido muerto ahora vive y vive para
siempre entre los suyos. Entre todos, sacerdotes y fieles, hagamos de cada
Eucaristía un encuentro vivo con Cristo muerto en la cruz pero que ahora vive para
siempre entre los suyos.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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