Semana Octava de Pascua, Ciclo A
Introducción a la semana
A los indicios de la resurrección del Señor (sepulcro vacío, lienzos sueltos,
presencia de mensajeros celestes), suceden las diversas apariciones de Jesús
narradas por los cuatro evangelistas a lo largo de esta semana. Todo concurre a
afianzar en los discípulos la certeza de que el Maestro, que había muerto, vive
de nuevo y vive para siempre. La tristeza, la decepción y la incredulidad se
transforman en alegría, esperanza y valentía para hablar de Jesús sin reparos y
dar la vida por él si fuere necesario.
Las lecturas de estos días nos describen, sobre todo, la reacción de los discípulos
ante la sorpresa indefinible de una presencia inesperada y difícil de imaginar. Al
principio, no lo identifican (les parece el hortelano, o un caminante cualquiera, o
alguien agachado a la orilla del lago), y sólo lo reconocen en un segundo
momento, gracias a la fe que suscita en ellos alguna palabra o gesto peculiares
del Maestro (los llama por su nombre, parte el pan para ellos, provoca una pesca
abundante). La teología lo expresará diciendo que el Jesús de la historia es
también el Cristo de la fe. El mismo Jesús con quien vivieron y al que vieron
morir trágicamente después de haberlo abandonado (todavía perciben en él las
huellas de su pasión) aparece ahora, ante su mirada atónita, triunfante de la
muerte y queriendo contar de nuevo con ellos para llevar adelante su proyecto.
En efecto, junto al hecho de la resurrección, la liturgia nos relata los primeros
episodios de la misión de los discípulos. Hablan con entusiasmo y convicción de
Jesús, de su muerte ignominiosa y de su resurrección por el poder de Dios,
invitan a la conversión y al bautismo, prometiendo el perdón para todos,
rubrican su mensaje con signos bienhechores, como Jesús y en su nombre; y
comienzan a experimentar también la incomprensión y la persecución de las
autoridades que ven amenazados sus intereses.
Merece la pena mencionar a dos santos que coinciden con la celebración pascual
de este año: santa Catalina de Siena, mística doctora de la Iglesia e infatigable
promotora de su reforma; y san Pío V, el papa dominico que llevó a cabo las
decisiones del concilio de Trento y estableció el rezo del rosario tal como lo
hemos conocido hasta nuestros días.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Permiso de dominicos.org