Comentario al evangelio del Domingo 01 de Mayo del 2011
“Hemos visto al Señor”
1.-Hoy vemos al Señor
Ojalá sintiéramos nosotros, ahora, que la
escena se repite. Como el día de la Resurrección con sus discípulos: Cristo se planta en medio de
nosotros, nos habla, nos da su paz y nos envía a ser sus testigos. Ya nos lo había dicho Jesús: “Donde
dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos”. Dios está aquí, en nuestra
Eucaristía dominical.
Hoy es domingo. Le gusta recordarlo al evangelista: “Al anochecer del primer día de la semana”, “A
los ocho días”. Desde aquel día, cada domingo, evocamos a Cristo resucitado. Una larguísima cadena
de domingos hasta hoy. Es le herencia que hemos recibido, y queremos ser fieles. Cada domingo, la
Misa es nuestra primera cita. “Que no nos quiten la Eucaristía del domingo; preferimos morir”,
insistían aquellos mártires africanos.
2.- Palabra
La Palabra de Dios sigue mirando al Cristo resucitado. Él siempre inicia la jugada, toma la iniciativa y
sale al encuentro de los suyos. Qué cambio, tan rápido y tan profundo, se establece en los discípulos.
Estaban muertos de miedo; hasta habían cerrado las puertas a cal y canto. Entra Jesús, y la escena se
ilumina: les habla con cariño, les muestra sus heridas, ya gloriosas, les “alienta” (“exhaló su aliento
sobre ellos”). Y, de repente, por arte de Dios, se transfiguran en hombres resucitados. Qué bien lo
dibuja San Juan:
Resucitados en la paz: “Paz a vosotros”. Resucitados por la alegría: “Se llenaron de alegría”.
Resucitados para ser testigos: “Como el Padre me ha enviado, os envío yo”. Resucitados por el
Espíritu de Dios: “Recibid el Espíritu Santo”. Resucitados por el perdón: “Aquellos a quienes
perdonéis quedarán perdonados”. Resucitados, llenos de vida: “Para que, creyendo, tengáis vida”. Es
decir, todo aquello que les había prometido, días antes, en la Última Cena.
No estaba Tomás el primer día. Aparece a los ocho días. Su fe empieza vacilante y termina
esplendorosa. Había estado fuera de su grupo, de su comunidad. Y, cuando regresa, adopta un tono
chulesco: “Si no veo la señal de los clavos, no creo”. Pero pronto la bondad de los hermanos y la
pedagogía de Jesús le dan la vuelta. Ningún reproche ni queja. Sus compañeros, en lugar de una
reprimenda -“¿Dónde habrás estado tú?”-, le dan la buena noticia: “Hemos visto al Señor”; son todo
misericordia. Y Jesús, más que afearle su incredulidad, invita a Tomás a que, tal como este quería, vea
y toque sus llagas. Al fin, -no podía ser de otra manera- el discípulo díscolo se rinde al Maestro:
“Señor mío y Dios mío”. Fácil a la duda, fácil a creer.
3.- Vida
¿Quién de nosotros no necesita esta presencia del Resucitado en su vida? Sólo él puede cambiarnos,
hacernos más buenos, más llenos de confianza en él. Si él está junto a nosotros, también nos tocará su
paz, su alegría, su Espíritu, su perdón. Si él está con nosotros, también nosotros seremos hombres
resucitados. Que la gente note en nuestra vida que seguimos al Resucitado. Que no nos vean agresivos,
tristes, pesimistas.
Aprendamos de Jesús y sus discípulos. El aire de caridad y clemencia de todos con Tomás, el
incrédulo, puede, también hoy, hacer milagros. Cuántos hombres y mujeres “quieren tocar”, van
buscando la verdad de sus vidas, están llenos de porqués. Son corazones sinceros que, al fin, se rinden
ante el misterio de Dios. La responsabilidad de nosotros, los creyentes, es muy grande. La arrogancia,
la teología del “no”, la dureza de corazón, la palabra juzgadora no podrán nunca llevar a los hombres a
Dios.
En definitiva, tenemos claro que nuestro criterio y norma de vida solamente puede ser Jesús.
Jesús crucificado y resucitado. La estrategia de “cerrar las puertas”, y obrar desde el miedo o estar a la
defensiva, desemboca en la amargura y en la esterilidad. En esta hora, la Iglesia necesita el “aliento”
pascual de Jesús: más ánimos, más esperanza, más audacia. Abrir, y no “cerrar puertas por miedo”. En
el corazón de Dios no cabe la muerte, sólo la vida.
Y porque hoy comenzamos el Mes de Mayo, dedicado a María Madre, porque es el “Día de la Madre”,
junto a Jesús sentimos a la Madre del Resucitado.
Igual que nuestros mayores, en el momento de la Consagración, repetiremos la invocación del apóstol:
“Señor mío y Dios mío”. Y, al volver a nuestra vida cotidiana, podremos exclamar, como los
discípulos: “Hemos visto al Señor”.
Conrado Bueno, cmf