III Domingo de Pascua, Ciclo A.
"¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?"
El Resucitado, modelo de catequista, predicador, misionero
Jesús se cruza en el camino de dos discípulos y se preocupa de su vida y sus
discusiones. Les escucha, hace suyos los problemas del otro, y presenta la Palabra
de Dios como clave interpretativa de los acontecimientos y el devenir de la historia.
No da respuestas fijas, sino que deja paso a que el propio entendimiento de los
discípulos lo vaya descubriendo.
No se muestra impositor, sino que se hace el encontradizo. Incluso hace el ademán
de querer seguir caminando. Su mensaje es propuesto, no impuesto, y se da con
libertad esperando que libremente sea aceptado, sin chantajes, sin presiones.
Acepta la invitación a pasar la noche con los discípulos, propiciando el encuentro
cercano con el otro, la experiencia afectiva. Se pasa de un plano intelectual a una
experiencia vital, la que se daba en las comidas de Jesús, signos ineludibles del
Reino de Dios. Junto con la reflexión teológica, viene el encuentro fraterno y la
experiencia de vida y de fe. Y se produce el milagro de la apertura de ojos y del
corazón.
Y tras ese proceso, Jesús desaparece físicamente, pero queda presente en sus
corazones propiciando un cambio de rumbo en el camino y deja que la experiencia
de Él se viva de forma personal, sin coacciones.
Preocupándonos por la vida del otro, podemos descubrir la presencia
del Resucitado
Los discípulos de Emaús en su caminar se cruzan con un desconocido que sin haber
sido llamado se mete en su conversación y casi de forma impertinente les pregunta
por sus discusiones.
Comienzan la conversación con una increpación dando por hecho que el Otro
(Jesús) no ha comprendido nada de lo acontecido, “¿eres el único forastero en
Jerusalén que no conoce los sucesos que allí han ocurrido en estos días?” Pero
pronto la conversación se torna al revés y los que parecían instructores se vuelven
instruidos. En el compartir ideas y cosmovisiones diferentes aparece un ápice de la
Luz de Cristo Resucitado que no se descubrirá en un primer momento, sino se pasa
a un plano superior en el que ya no sólo se comparten ideas, sino que surge la
preocupación por el otro y la empatía “quédate junto a nosotros que el día ya
declina”. Y cuando se comparte el pan y la mesa que sintetizan el encuentro real y
verdadero, se hace presente real y verdaderamente el Resucitado. Abriéndonos al
diálogo con los otros y preocupándonos y empatizando con ellos, podemos
descubrir a Cristo Resucitado.
El encuentro con Jesús Resucitado no puede dejarnos impasibles,
genera un movimiento y un cambio
Los discípulos de Emaús manifiestan su desencanto con Jesús como Mesías
esperado. Ellos tenían sus propias ideas preconcebidas sobre lo que debía ser el
Mesías, sobre la forma de manifestarse Dios y el modo en que iba a liberar a su
pueblo. El mismo Pedro tuvo sus conflictos con Jesús por no entender su
mesianismo, y éste le tuvo que decir “apártate de mí Satanás, porque piensas como
los hombres no como Dios”. Pero el constante seguimiento al Maestro, incluso en
los momentos más difíciles, con dudas y traiciones, hacen que al final el diálogo y el
esfuerzo personal por el entendimiento den frutos y, tras la frustración y la
sensación de fracaso, se produce la chispa y se descubre al Resucitado: “¿no ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?” Se descubre ahora el sentido de todo el camino andado, la necesidad
del sufrimiento padecido, la importancia de la fidelidad al seguimiento.
Depurada la concepción mesiánica y experimentada la verdadera liberación
acontecida en Cristo, Pedro se lanza a la predicación libre y sin límites. Y como él se
siente pecador y salvado y ha hecho el camino del diálogo interior y la conversión,
invita a todos a disfrutar de esta felicidad de saberse redimido por Cristo, quien nos
ha liberado de todo aquello que nos impide descubrirnos a nosotros mismos como
humanidad y que nos vela el verdadero rostro de Dios, superando hasta la mayor
de las esclavitudes: la muerte.
Los discípulos de Emaús tras la experiencia de haber descubierto la presencia de
Jesús Resucitado “regresan a Jerusalén” en busca de Los Once. Todo el evangelio
de Lucas es una peregrinación de Cristo hacia Jerusalén. El discípulo de Cristo, tras
descubrirle resucitado, regresa “donde las papas queman” que dicen acá en Perú,
para desde allí, con la fuerza de la comunidad apostólica, emprender un nuevo
caminar.
Hemos sido rescatados no a cualquier precio
No hace muchos años en la amazonía peruana, un niño indígena apto para trabajar
en las haciendas heredadas de la época del caucho, costaba un paquete de sal, y
un grupo de adultos varones o mujeres, una escopeta Winchester. El rescate que
Jesús paga por liberarnos de nuestras esclavitudes es Él mismo. Y lo pagó de una
vez para siempre, de modo que ya no son necesarios más sacrificios de expiación. Y
lo pagó para que ya no haya más niños esclavos.
Se ha abierto un nuevo camino de encuentro con Dios: cristianizarnos, hacernos
“cristos”. Y vincularnos con él en su proyecto del Reino entregando nuestra propia
vida en el empeño, sabiendo que el precio ya está pagado y la recompensa
asegurada, porque es Dios mismo quien nos sostiene, como sostuvo a Cristo en la
Cruz.
Fray David Martínez de Aguirre O.P.
Misión de la Inmaculada Concepción (Kirigueti, Perú)
(con permiso de dominicos.org)