Tercer Domingo de Pascua 8 de Mayo de 2011
“Lo habían reconocido al partir el pan”
Las apariciones del Señor Resucitado son un momento de encuentro fuerte con el
Señor, causando una profunda transformación en quien lo vive. Todas parten de
una situación parecida de desencanto, de tristeza, de fracaso y desesperanza.
Jesús, al hablar tanto de su Reinado, había despertado unas ilusiones que dieron al
traste con la crucifixión.
Hoy nos puede suceder algo semejante. Si Jesús nos ha salvado, si Dios nos ama
tanto y nos acompaña, si su Providencia vela por nosotros, debería notarse más,
pues tanto mal como hay en el mundo parece que la acción de Dios es incapaz de
aminorarlo. Proclamamos y celebramos que Jesús está aquí y ha vencido el mal y la
muerte. Uno piensa que después de tantos siglos ya sería hora de que Dios hiciera
que esa victoria se cumpliese en este mudo, en la vida de cada uno y en la de
todos. La vida sigue tan dura como siempre, y el mundo sigue mal como siempre, y
el dolor y la injusticia siguen como siempre. Eso nos lleva a repetir lo de los
discípulos de Emaus: “Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de
Israel”.
Cuando nos ocurre esto, cuando pensamos esto, nos conviene escuchar el
evangelio de este domingo y darnos cuenta de cuál es, realmente, el anuncio de la
Pascua. Es este: que acompañando nuestra vida, quizás desencantada como los
discípulos de Emaus, va junto a nosotros uno que nos cuesta reconocer pero que es
el mismo Jesús, que va a nuestro lado para que nos demos cuenta de que el
camino de la salvación, no es un camino que nos ahorre la dureza de la vida, sino
que es un camino que se mete dentro y lucha por amor hasta la muerte. No hay
otro camino, y sólo así el Mesías entra en su gloria, y sólo así el seguidor del Masías
obtiene la misma gloria.
Si va junto a nosotros, ¿cómo encontrarle? Nos puede pasar como a los de Emaus,
que metidos en sus problemas y frustraciones, “sus ojos no eran capaces de
reconocerlo”. Como siempre Jesús lleva la iniciativa. Deja que ellos se explayen, y
luego poco a poco va llevándolos hacia el camino del encuentro. En primer lugar les
hace ver que estaban equivocados: “Qué necios y torpes sois para creer lo que
anunciaron los profetas!”. Después hace un recorrido por las Escrituras. La Palabra
de Dios, leída, no como una historia, sino como palabra de experiencia y vida
siempre actualizada, va abriendo los ojos del corazón: “No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escritura?”.
La acogida sencilla y generosa crea un clima que facilita el encuentro: “Quédate con
nosotros porque atardece”. Y en la acogida el compartir lo que se tiene. “Sentado a
la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”.La
Eucaristía no es sólo el centro de la liturgia cristiana, es la experiencia que alimenta
las grandes actitudes que configuran la vida de un cristiano. Porque es acción de
gracias a Dios por la vida y por la salvación que nos ofrece en su Hijo. Es comunión
con Cristo resucitado, Señor de todos los tiempos que permanece vivo entre los
suyos. Es un acto comunitario por excelencia, ya que nos reunimos en un mismo
lugar como comunidad visible de seguidores de Jesús. Formamos una comunidad
que quiere ser en el mundo testimonio e invitación a vivir de manera fraterna y
solidaria. Vivida así la Eucaristía, el encuentro con el Señor resucitado está
garantizado: “lo habían reconocido al partir el pan”.
Encuentro que transforma, que cambia el derrotero de la vida: “levantándose se
volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros,
que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a
Simón”. Vuelven a la Comunidad integrándose plenamente en ella.
La vida no está exenta de dificultades. Momentos de desencanto y desesperanza no
es difícil que se den. Pero nosotros, los creyentes, tenemos la garantía del Señor
resucitado que va con nosotros por los caminos de la vida. Solo nos falta
reconocerle y ya sabemos cual es el camino.
Joaquin Obando Carvajal