VIII DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Mt 6,24-34 Nuestro Padre Dios
Este párrafo del Evangelio sigue encuadrado en lo que se llama DISCURSO
DE LA MONTAÑA. Jesús, el Profeta, el Maestro de la nueva ley interpreta y
sublima la ley antigua, que su pueblo cumplía, pues en ella veía la voluntad de
Dios.
Hoy el Evangelio hace un panegírico, y una llamada a sus seguidores,
sobre la providencia divina, y en consecuencia sobre el abandono en las manos
de Dios, que debe caracterizar al buen creyente y al perfecto cristiano. Confiar
en Dios como si todo viniera de El, y trabajar como si todo dependiera de
nosotros.
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Señor, Jesús, que me elevas la mirada hacia el cielo, y me exiges que
permanezca en la tierra trabajando y haciendo rendir los talentos que me has
dado:
ayúdame a confiar siempre en Ti como si todo viniera de Ti,
pero que trabaje y me afane por ser santo como si todo dependiera de mi.
Quiero, Señor, servirte solo a Ti, y únicamente por amor a Ti vivir,
trabajar, disfrutar, convivir y compartir.
Me das las recetas para ser sincero: observar mi propio cuerpo, ¡cómo crece!,
y mirar las aves del cielo ¡cómo se alimentan! y aprender de los lirios
del campo ¡qué elegantemente se visten y adornan la tierra!
En tus manos, Señor, está mi vida, mi cuerpo, mis necesidades y proyectos.
A Ti pertenecen los pájaros del cielo y las flores del campo.
Tu has sido el creador de todo, y todo es tuyo y depende de Ti, porque eres el
Dueño
y Señor de todas las cosas. Tu haces posible el crecimiento de los cuerpos,
el movimiento de los seres vivos, la belleza de la naturaleza, con su flora y su
fauna.
Que todos los días pueda rezarte con fe, y agradecerte este cuidado
y señorío que ejerces en todo lo que me rodea.
Que sea un perfecto y eficaz colaborador en la obra que Tu has creado
y sigues dominando, amando y cuidando para mi bien y felicidad.
Que sea responsable con todo lo que pones en mis manos, y exigente
en el trabajo de cada día para rendimiento de mis talentos.
Pero además me invitas al abandono en tus manos de Padre,
para que viva más confiado y feliz, más libre y seguro,
más responsable y comprometido en este mundo.
Me dices, Señor, que “no ande agobiado pensando qué voy a comer,
o qué voy a beber, o con qué me voy a vestir. Que eso es cosa de paganos.
Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”.
Que con mi abandono en tu amor de Padre, y con mi responsabilidad
de hijo fiel y sincero, busque cada día únicamente el Reino de Dios y su justicia.
Y que, con el testimonio de mi filiación divina, contribuya a aumentar el número
de los que puedan “sentirla” también y gozar de tu familia sobrenatural.