II DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Jn 1,29-34 Testigos de tu perdón
El tiempo litúrgico llamado ORDINARIO, se caracteriza, como su propio
nombre indica, por nada especial, no por destacar alguna fecha o acontecimiento
singular de la vida de Jesucristo. Es tiempo para contemplarle en su vida pública
cumpliendo su misión de altavoz de la Palabra de Dios, que habla a todos,
comunicando su mensaje, su Evangelio del amor y da la paz, conviviendo
fraternal y solidariamente con todos los hombres de Palestina que deseaban
escucharle.
La liturgia va desgranando los propios evangelios de la vida pública de
Jesús, su predicación, sus milagros, su convivencia familiar y social, siguiendo
cada año un Evangelio sinóptico.
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Señor, Jesús, qué buena definición de tu vida y tu misión, de tu ejemplo
y testimonio de vida: Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo.
Juan el Bautista, como buen judío conocía muy bien y entendía perfectamente
la propia historia de su pueblo judío y la implicación redentora de aquel Cordero,
cuya sangre salvó de morir a los primogénitos israelitas en Egipto.
En efecto, Seor, actuaste “como cordero, llevado al matadero”
en palabras del profeta Isaías, y como tal, “te arrancaron de la tierra de los
vivos;
por los pecados del pueblo te hirieron. Te dieron sepultura con los
malhechores;
porque moriste con los malvados, aunque no habías cometido crímenes, ni hubo
engao en tu boca”. Y en esa situacin, “expusiste tu vida a la muerte y fuiste
contado entre los pecadores, y tomaste el pecado de muchos, e intercediste por
los pecadores”.
Gracias, Señor, no solo por el ejemplo que me diste en tu muerte,
sino porque te constituiste en “el Cordero que quita el pecado del mundo”.
Gracias, Señor, por abrirme las puertas de la vida, de la paz y el perdón,
por ofrecerme tu misericordia y comprensión, y así facilitarme el camino
de mi conversión diaria, de mi afán por la santidad, de mi lucha contra el
pecado,
y de mi perseverancia en el apostolado y el servicio social.
También quiero agradecerte, Señor, la confianza que me ofreces para vivir
y la ilusión y la alegría de ser hijo tuyo por la gracia santificante.
Gracias, Señor, por la fe y la esperanza que el Bautismo y la Confirmación
me han proporcionado, y ayúdame a corresponder a las mociones de Espíritu
Santo,
y así vivir el amor de Dios en todas las realidades humanas donde discurra mi
vida:
el trabajo y la diversión, la familia y la amistad, el dolor y la alegría.
Ayúdame, Señor, a ser siempre testigo de tu perdón y de tu amor.
Que viviendo yo siempre en gracia de Dios, y acudiendo frecuentemente al
sacramento
del perdn, de la paz, de la alegría, de “la eterna juventud”, sea además apóstol
y propagador de la Confesión sacramental, ayudando y facilitando a muchas
almas
a que se acerquen al trono del perdón, de la gracia y de la reconciliación.