III DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Mt 4,12-23 Llamados a la santidad
Son tres las lecturas bíblicas, que se proclaman cada domingo. Todas ellas
son material utilísimo para la oración personal. Solo hace falta leerlas, pensarlas,
meditarlas, “saborearlas” y dejarse interpelar por ellas, y con sinceridad
responder interiormente a esos interrogantes y propuestas de vida, que
inevitablemente suscitan.
En estas oraciones, o contemplaciones de la Palabra de Dios,
normalmente nos fijamos en el Evangelio, la tercera, por ser la que
principalmente define cada domingo, o fiesta, y orienta la liturgia eucarística.
Cada año, o ciclo litúrgico, se va utilizando principalmente un Evangelio
sinóptico. En este año, ciclo A, nos corresponde el Evangelio de San Mateo.
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Señor, Jesús, qué viviste con pena y estupor el arresto, y posterior
muerte,
de Juan, el Bautista, a manos del odio, la venganza, en definitiva, el pecado
humano.
Ayúdame a compartir contigo ese dolor y a aprender de tu ejemplo a ser
valiente
para vivir y testimoniar la Verdad, aunque me cueste el dolor del desprecio,
el desgarro de la mentira y la calumnia, e incluso la muerte.
Acojo con docilidad tus primeros mensajes, que brillan como luz
resplandeciente
y fuego abrasador, que “devora” y santifica a todos “los que caminaban en
tinieblas
y en sombras de muerte”: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”.
Pero sobre todo, Seor, te contemplo en el Evangelio de hoy “paseando
junto al lago de Galilea”, y por tanto en los mismos lugares
donde la gente trabaja y disfruta, se relaciona y convive. Ahí precisamente,
en el trabajo profesional, encontraste a los primeros apóstoles, aquellos que
serían
tus amigos íntimos, tus representantes, los primeros evangelizadores del
mundo.
De entre trabajadores normales y corrientes elegiste a “los primeros
obispos
y sacerdotes” para acompaarte, intimar contigo y prepararse
para la misin apostlica. “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.
También hoy, Señor, buscas trabajadores de tu viña,
pescadores de hombres, cristianos auténticos, apóstoles generosos y valientes.
A todos nos llamas a seguirte, a ser santos en nuestra vida ordinaria de
trabajadores
normales y responsables, y a ser apóstoles intrépidos con el testimonio de la
vida
y el servicio social. Para todos es tu llamada a la santidad y al apostolado en la
vida
ordinaria, aunque a algunos les pides la santidad en la vida sacerdotal o
religiosa.
Ayúdame, Señor a responder generosamente, con sinceridad y valentía,
a mi vocación cristiana, y a todas las llamadas que quieras hacerme
para realizarla en el estado, o vocación particular que tengas determinado para
mi.
Que cada mañana pueda comenzar mi jornada con el corazón noble y joven
diciendo:
“Aquí estoy, Seor, porque me has llamado”.