XIV DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Mat 11,25-30 - La verdadera humildad
Con el estilo directo y popular que le caracteriza, Jesús propone la
reflexión sobre una actitud también esencial en la vida de los cristianos: la
humildad y la sencillez. Con estas virtudes, hasta los niños le entienden. Sin
ellas, su predicación puede parecer anacrónica, y lo que es peor, puede ser mal
interpretada en muchas ocasiones.
Jesús tiene buena experiencia de esto por su trato con los fariseos. Por
eso recomienda estas virtudes para que surja la fe en su persona, la caridad en
las relaciones humanas y por tanto la verdadera santidad cristiana. Y es que
“quien no se haga como un niño, no puede entrar en el reino de los cielos”.
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Gracias, Señor, por tus enseñanzas sobre la humildad.
Por tus palabras y sobre todo por tu ejemplo eres el mejor modelo.
Nos dijiste: “Aprended de Mí, que soy manso
y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso”. .
Tu cuna fue una cueva de pastores,
tu trono un borrico que te llevó a Jerusalén ,
y por fin tu mortaja fue la Cruz.
Ayúdame, Señor, a vivir la humildad con la naturalidad que Tu la viviste.
Que cuando perciba, Señor, los éxitos y los reconocimientos ajenos,
y sienta los vítores y los aplausos …, suenen también en mí las risas
provocadas por mis fracasos, así como por mis imperfecciones y
debilidades.
“Cuanto más me exalten, Jesús mío, humíllame más en mi corazón,
haciéndome saber lo que he sido y lo que seré, si Tú me dejas”. (Cam.
591).
Quiero, Señor, ser humilde, mostrarme en todo momento con
sencillez
y mansedumbre, pero sobre todo te pido que sepa aceptar
y encajar las humillaciones que me vengan de fuera,
de otras personas, y por supuesto de mis propios fracasos.
Que sepa aceptarme como soy, con mis virtudes y con mis
defectos;
y con unas y otros, esto es con verdadera humildad, luche por mi
santidad.
También la Virgen, tu Madre, es nuestro modelo en humildad.
Te pido que, como Ella, pueda conseguir la aceptación de los demás,
la verdadera paz interior, el espíritu de oración alegre, confiado y
agradecido,
y al final la bienaventuranza eterna.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez