XIX DOMINGO ORDINARIO – A
Evangelio: Mat 14,22-33- ¡Señor, sálvame!
El párrafo evangélico relata un acontecimiento enternecedor por una
parte, pero además lleno de enseñanzas para quienes creemos en Cristo como
el Maestro y el Redentor. En primer lugar le vemos recogiéndose, a solas, para
orar, mientras los apóstoles van a su trabajo habitual, la pesca.
Las olas del lago de Genesaret dificultan la tarea y hacen peligrar la barca,
por lo que Jesús sale en su ayuda. Pero antes quiere enseñarles que deben tener
más fe en El, y confiar en su poder para vivir tranquilos.
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Gracias, Señor, por el ejemplo que nos das con tu espíritu de
oración.
Yo también necesito tratarte para que nunca me falle la fe y la confianza
en tu persona, y tampoco se me debilite la caridad para con el prójimo.
Te prometo, una vez más, seguir dedicando todos los días
unos minutos a hacer oración, a tratarte, a contarte “mis cosas”:
preocupaciones y alegrías, proyectos y fracasos, trabajo y apostolado.
Ayúdame a no faltar a esta cita cada día, para que mantenga
habitualmente el espíritu contemplativo en todos los momentos del día,
y así pueda convertir el trabajo y las diversiones, la vida de familia
y las relaciones sociales en oración que a Ti te alabe y a mí me santifique.
Además me enseñas, Señor, a mantener siempre la fe en tu
persona
y a confiar en tu ayuda todopoderosa.
¡Cuanta paz, alegría y seguridad, me dan tus palabras:
“Animo, soy Yo, no tengáis miedo”!
Quiero grabarlas en mi mente y en mi corazón,
para que cuando vengan las tormentas y dificultades de la vida,
sean el faro que me ilumine para seguirte,
y la medicina que me reanime para no abandonarme
en la desesperación o la tibieza, en el desánimo o en la indiferencia.
También surgen olas encrespadas y devastadoras dentro de la
Iglesia,
y contra Ella, en algunas ambientes sociales.
Me pongo, Señor, en tus manos con humildad y confianza
para implorar la fe y el sentido sobrenatural, la comprensión y el perdón,
el coraje y la perseverancia en el bien, de todos los cristianos, para
enfrentarnos a esos problemas eclesiales con santidad y generosidad
apostólica.
Que nunca me falte la fe auténtica y jamás dude de tus palabras.
Que cada día pueda decirte con optimismo y esperanza: ¡Señor, sálvame!.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez