XX DOMINGO ORDINARIO – A
Evangelio: Mat 15,21-28 - La fe mueve montañas
Una mujer cananea, por tanto no judía, se acerca a Jesús en busca de
ayuda. Desea la curación de su hija. Jesús parece no escuchar sus ruegos, pues,
en principio eran los judíos los destinatarios inmediatos de su predicación.
Ella insiste en súplica al Maestro, pues tiene claro que el amor y la justicia
han de llegar a todos. Hasta los perrillos merecen las migajas que caen de la
mesa del amo. Con esa humildad y confianza, y al mismo tiempo con esa
insistencia y perseverancia en la oración Jesús se ve obligado a satisfacerla.
Precioso ejemplo de cómo tiene que ser nuestra oración.
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Cuantas veces, Señor, me quejo de que no me oyes,
que no me atiendes y que no me concedes lo que te pido en mis
oraciones. ¡Cuantas veces me desespero y desconfío de tu misericordia,
e incluso de tu providencia!.
Guiado por mi egoísmo, y cegado por mi soberbia,
pretendo exigirte que me atiendas, o de lo contrario te coloco en la picota
y en el blanco de mis dudas, quejas y desprecios.
No, Señor. Quiero comprender tu actuación sabia y misericordiosa,
y siempre atenta para escuchar y concederme lo que más me conviene.
Pero necesito sinceridad auténtica, para que desde la humildad,
que es la verdad, aprenda también de tus aparentes silencios
y de tus demoras siempre graciosas y santificantes.
Es en la fidelidad a tus palabras y en la lucha perseverante en mi vida de
piedad,
y en mi trabajo bien hecho, y también en la caridad con el prójimo,
como comprendo y acojo tu amor y las gracias más abundantes
y más beneficiosas para mi vida.
Por eso me veo obligado, una vez más a pedirte humildad y
sinceridad
de vida, y al mismo tiempo crecimiento en el amor a Ti y al prójimo.
Como la mujer cananea del Evangelio, que fue capaz, porque tuvo fe,
de “mover montañas” consiguiendo la curación de su hija,
así quiero hacerme merecedor de la misma alabanza.
“¡Qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides”.
Estoy seguro que siempre me escuchas,
y me concedes lo que más me conviene, aunque a veces no le entienda.
Dame, Señor, santidad de vida, alegría en el trato social,
y generosidad en el trabajo profesional y en el apostolado.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez