XXXIV DOMINGO ORDINARIO – A
Evangelio: Mat 25,31-46 ¡Venid, benditos de mi Padre!
Concluye el Año Litúrgico, es decir las celebraciones que cada año se van
haciendo en recuerdo y honor de Jesucristo, el Dios, hecho hombre, que a través
de su historia vital como ser humano, fue realizando nuestra Redención y
Salvación.
Los cristianos cada año vamos recordando y celebrando los principales
hechos de su vida, así como celebrando y meditando en sus palabras y en su
ejemplo, a lo largo de los domingos y fiestas, que por eso llamamos cristianas.
La última celebración es la dedicada a honrar a Cristo en una faceta que,
de alguna manera, resume toda su vida y explica su misión: Cristo Rey de
cielos y tierras, Rey de los corazones y de las instituciones humanas,
familiares y sociales.
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Señor, que nos muestras en el Evangelio de este día tu reinado en
el mundo y entre los hombres, sobre los que quieres reinar con tu Palabra
y con tu Corazón. Ayúdame a ser dócil y obediente, libre y comprometido
en este reinado tuyo. Que tus leyes, y tu amor, orienten siempre mi vida.
Y a la vez que te veo, Señor, sentado en tu trono de Rey,
también te contemplo como un Juez, justo y misericordioso.
Ya sé, Señor, que no quieres ni pretendes asustarme ni atemorizarme,
y menos amenazarme y castigarme, sino urgir mi responsabilidad
y mi santidad, mi amor y me afán apostólico y servicial.
Pero al mismo tiempo yo tampoco quiero olvidar jamás que eres justo y
leal,
y que, al final, a cada uno le darás lo que se merece,
o según lo que ha ganado a lo largo de su vida.
Que tu bondad y misericordia me muevan, todos los días,
a trabajar por mi santidad y el apostolado; y, como soy débil y pecador,
a no olvidarme de esa bondad y misericordia que siempre ofreces;
y que sepa acogerme a ellas, para que supla mi debilidad y mi
inconsciencia.
Que merezca ponerme a tu derecha para escuchar tus palabras,
tan amables y consoladoras, como exigentes y comprometedoras,
y que nunca quiero olvidar:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis,
enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez