Comentario al evangelio del Jueves 26 de Mayo del 2011
En aquel primer concilio de la Iglesia se juntaban cristianos provenientes ya de diversas culturas.
El mensaje de la buena nueva había saltado las fronteras del mundo judío y había pasado al mundo
grecorromano. Diversas culturas, diversos idiomas y también diversas sensibilidades. No era fácil la
convivencia. Ya se vio incluso en los primeros tiempos, poco después de Pentecostés, en Jerusalén,
cuando las viudas de los griegos se quejaron de no ser atendidas como las viudas de los hebreos. Ya
entonces se perfilaba la existencia de dos grupos en la comunidad cristiana: el grupo de cristianos de
origen judío ortodoxo y el grupo de cristianos proveniente de los judíos de la diáspora, no tan
ortodoxos. Pero ahora la división se ha acentuado. Ya no es una división entre diversas tendencias
judías. Ahora hay paganos que se han hecho cristianos. La cuestión es sencilla: ¿hay que ser o hacerse
judío para poder ser cristiano? Ese fue el conflicto que estalló en Antioquía y que obligó a la
comunidad a enviar a Jerusalén a sus representantes para tratar el tema con los apóstoles.
Parece que estos toman una decisión salomónica pensando en la convivencia de los dos grupos. No
hay que obligar a los paganos a hacerse judíos pero si que es bueno que guarden unas reglas mínimas
de tal manera que la convivencia, la comunión, entre los dos grupos sea posible.
Desde la lectura del Evangelio de este día, se entiende que la decisión tomada en aquella asamblea
es profundamente cristiana. El verdadero mandamiento de Jesús es el amor fraterno. La comunidad
debe estar unida por ese amor que hace siempre pensar en el bien del otro antes que en el de uno
mismo. Por eso todos tienen que ceder un poco para mantener la comunión que es expresión del amor
fraterno, el tesoro que Jesús les había dejado, la alegría que él esperaba que todos viviesen en plenitud.
Los judíos tendrán que renunciar a su deseo de imponer que los conversos a la buena nueva de Jesús se
hiciesen judíos en sentido pleno. Y los conversos deberían aprender a respetar a aquellos hermanos que
tenían algunos hábitos y costumbres de su antigua fe. Por la paz y por la comunión bien valía renunciar
a cosas que, a largo plazo, se verán como secundarias. Así empezó su andadura la Iglesia de Jesús, una
comunidad plural, viva, llena de buena voluntad y de generosidad, unida no por la uniformidad sino
por la comunión en el amor de Dios y en el espíritu de Jesús.
Fernando Torres Pérez cmf