STATIO Y PROCESIÓN PENITENCIAL
DESDE LA IGLESIA DE SAN ANSELMO
A LA BASÍLICA DE SANTA SABINA EN EL AVENTINO
SANTA MISA, BENDICIÓN E IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica de Santa Sabina
Miércoles de Ceniza, 9 de marzo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Comenzamos hoy el tiempo litúrgico de Cuaresma con el sugestivo rito de la
imposición de la ceniza, a través del cual queremos asumir el compromiso de orientar
nuestro corazón hacia el horizonte de la Gracia. Por lo general, en la opinión de la
mayoría, este tiempo corre el peligro de evocar tristeza, el tono gris de la vida. En
cambio, es un don precioso de Dios, es un tiempo fuerte y denso de significado en el
camino de la Iglesia; es el itinerario hacia la Pascua del Señor. Las lecturas bíblicas de
la celebración de hoy nos ofrecen indicaciones para vivir en plenitud esta experiencia
espiritual.
«Convertíos a mí de todo corazón» ( Jl 2, 12). En la primera lectura, tomada del libro
del profeta Joel, hemos escuchado estas palabras con las que Dios invita al pueblo
judío a un arrepentimiento sincero, no ficticio. No se trata de una conversión
superficial y transitoria, sino de un itinerario espiritual que concierne en profundidad a
las actitudes de la conciencia, y supone un sincero propósito de enmienda. El profeta,
con el fin de invitar a una penitencia interior, a rasgar el corazón, no las vestiduras (cf.
2, 13), se inspira en la plaga de la invasión de langostas que asoló al pueblo
destruyendo los cultivos. Se trata, por tanto, de poner en práctica una actitud de
auténtica conversión a Dios volver a él, reconociendo su santidad, su poder, su
grandeza. Esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia y grande en
el amor. Su misericordia es una misericordia regeneradora, que crea en nosotros un
corazón puro, renueva por dentro con espíritu firme, devolviéndonos la alegría de la
salvación (cf. Sal 50, 14). Como dice el profeta, Dios no quiere la muerte del pecador,
sino que se convierta y viva (cf. Ez 33, 11). El profeta Joel ordena, en nombre del
Señor, que se cree un ambiente penitencial propicio: es necesario tocar la trompeta,
convocar la asamblea, despertar las conciencias. El período cuaresmal nos propone
este ámbito litúrgico y penitencial: un camino de cuarenta días en el que podamos
experimentar de manera eficaz el amor misericordioso de Dios. Hoy resuena para
nosotros la llamada: «Convertíos a mí de todo corazón». Hoy somos nosotros quienes
recibimos la llamada a convertir nuestro corazón a Dios, siempre conscientes de que
no podemos realizar nuestra conversión sólo con nuestras fuerzas, porque es Dios
quien nos convierte. Él nos sigue ofreciendo su perdón, invitándonos a volver a él
para darnos un corazón nuevo, purificado del mal que lo oprime, para hacernos
partícipes de su gozo. Nuestro mundo necesita ser convertido por Dios, necesita su
perdón, su amor; necesita un corazón nuevo.
«Dejaos reconciliar con Dios» ( 2 Co 5, 20). En la segunda lectura, san Pablo nos
ofrece otro elemento del camino de la conversión. El Apóstol invita a desviar la
mirada de él, y a dirigir la atención hacia quien lo envió y al contenido de su mensaje:
«Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara
por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios»
( ib. ). Un enviado transmite lo que escuchó de labios de su Señor y habla con la
autoridad y dentro de los límites que ha recibido. Quien desempeña la función de
enviado no debe atraer la atención sobre sí mismo, sino que debe ponerse al servicio
del mensaje que debe transmitir y de quien lo envió. Así actúa san Pablo al
desempeñar su ministerio de predicador de la Palabra de Dios y de Apóstol de
Jesucristo. Él no se echa atrás ante la misión recibida, sino que la desempeña con
entrega total, invitando a abrirse a la Gracia, a dejar que Dios nos convierta: «Como
cooperadores suyos, escribe os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de
Dios» ( 2 Co 6, 1). «La llamada de Cristo a la conversión nos dice el Catecismo de
la Iglesia católica sigue resonando en la vida de los cristianos. (...) Es una tarea
ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su propio seno a los pecadores” y
que, “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar
la penitencia y la renovación”. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra
humana. Es el movimiento del “corazón contrito” ( Sal 51, 19), atraído y movido por la
gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero» (n.
1428). San Pablo habla a los cristianos de Corinto, pero a través de ellos quiere
dirigirse a todos los hombres. En efecto, todos tienen necesidad de la gracia de Dios,
que ilumine la mente y el corazón. El Apóstol apremia: «Ahora es el tiempo
favorable, ahora es el día de la salvación» ( 2 Co 6, 2). Todos pueden abrirse a la
acción de Dios, a su amor; con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos
ser un mensaje viviente, más aún, en muchas ocasiones somos el único Evangelio que
los hombres de hoy todavía leen. He aquí nuestra responsabilidad siguiendo las
huellas de san Pablo; he aquí un motivo más para vivir bien la Cuaresma: dar
testimonio de fe vivida en un mundo en dificultad, que necesita volver a Dios, que
necesita convertirse.
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos» ( Mt 6,
1). Jesús, en el Evangelio de hoy, hace una relectura de las tres obras de misericordia
fundamentales previstas por la ley de Moisés. La limosna, la oración y el ayuno
caracterizan al judío observante de la ley. Con el transcurso del tiempo, estas
prescripciones cayeron en el formalismo exterior, o incluso se transformaron en un
signo de superioridad. Jesús pone de relieve una tentación común en estas tres obras
de misericordia. Cuando se realiza una obra buena, casi por instinto surge el deseo de
ser estimados y admirados por la buena acción, es decir, se busca una satisfacción. Y
esto, por una parte, nos encierra en nosotros mismos y, por otra, nos hace salir de
nosotros mismos, porque vivimos proyectados hacia lo que los demás piensan de
nosotros y admiran en nosotros. El Señor Jesús, al proponer de nuevo estas
prescripciones, no pide un respeto formal a una ley ajena al hombre, impuesta como
una pesada carga por un legislador severo, sino que invita a redescubrir estas tres
obras de misericordia viviéndolas de manera más profunda, no por amor propio, sino
por amor a Dios, como medios en el camino de conversión a él. Limosna, oración y
ayuno: es el camino de la pedagogía divina que nos acompaña, no sólo durante la
Cuaresma, hacia el encuentro con el Señor resucitado; un camino que hemos de
recorrer sin ostentación, con la certeza de que el Padre celestial sabe leer y ver
también en lo secreto de nuestro corazón.
Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y gozosos el itinerario
cuaresmal. Cuarenta días nos separan de la Pascua; este tiempo «fuerte» del Año
litúrgico es un tiempo favorable que se nos ofrece para esperar, con mayor empeño, en
nuestra conversión, para intensificar la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la
penitencia, abriendo el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina, para practicar
con más generosidad la mortificación, gracias a la cual podamos salir con mayor
liberalidad en ayuda del prójimo necesitado: un itinerario espiritual que nos prepara a
revivir el Misterio pascual.
Que María, nuestra guía en el camino cuaresmal, nos lleve a un conocimiento cada
vez más profundo de Cristo, muerto y resucitado; nos ayude en el combate espiritual
contra el pecado; y nos sostenga al invocar con fuerza: « Converte nos, Deus, salutaris
noster », «Conviértenos a ti, oh Dios, nuestra salvación». Amén.