Comentario al evangelio del Martes 10 de Mayo del 2011
¡Qué terrible sería escuchar referida a nosotros la denuncia de Esteban: «siempre resistís al Espíritu
Santo»! Sin embargo, los hombres cuántas veces pensamos que conocemos el terreno mejor que Dios,
que Él piensa muy en general, que los que estamos a pie de obra sabemos cómo actuar, qué se necesita
y qué no... Cuántas veces encarnamos el papel de aquellos ancianos y escribas, muy sabedores de lo
estipulado y tanto más cerrados a la novedad de Dios. Y es que el estancamiento no es propio del Dios
de la Vida. Él será roca, refugio, baluarte —dirá el Salmo—, pero no donde empequeñecernos u
ocultarnos; sí donde encontrar fortaleza y recibir la luz de su misericordia. Si ayer Esteban aparecía en
perfecta comunión de vida con Jesús a través de sus palabras y acciones, hoy se nos presenta
configurado con Él y como Él hasta el extremo. Cuando la circunstancia se vuelve en contra, brota la
oración confiada: «Señor Jesús, recíbeme y perdónalos». Esta y no otra es la fortaleza. ¡Qué diferente
de la dureza de cerviz! ¡Qué distinto refugiarse en Dios, que aferrarse a la inercia de la costumbre!
También el Evangelio, continuando el discurso de ayer, nos presenta a Jesús como verdadero pan
venido de Dios. Ahora bien, nos equivocamos si exigimos signos y portentos para aceptarlo y confiar
en Él. Jesús es requerido en el Evangelio por el ansia de signos y prodigios que, en lugar de ser motivo
para creer, fascinan y entretienen. ¡Cuánta fe nos rodea en lo cotidiano! ¡Cuánta confianza de la que no
somos conscientes en nuestro día a día! Esa es la que es preciso descubrir y alentar a la luz de Aquel
que es pan de Vida. Desde su sabiduría y su luz nos llama a confiar en Dios y despegarnos de las
ataduras. De no requerir grandes portentos que nos despisten o deslumbren, sino de concedernos unos
ojos atentos y una mirada profunda, para convertirnos cada día un poco más a su lógica, para
encaminarnos tras sus pasos. En definitiva, para hacer de nuestra existencia una verdadera «eucaristía»,
de suerte que vivamos como ofrenda entregada a Dios y a los demás, saboreando de corazón que lo
nuestro no son los grandes espectáculos ni los grandes sacrificios, sino un vivir humilde y confiado que
aprende con los años a poner corazón en las miserias de los demás.
Samuel Sueiro, cmf