Comentario al evangelio del Miércoles 11 de Mayo del 2011
En medio de la persecución y de los tormentos, la Palabra arraiga y se difunde, y no precisamente por
méritos humanos. La persecución sufrida por los cristianos en Jerusalén no los paralizó, dejándolos
indefensos, sino que la fuerza del Resucitado hizo de ello motivo para anunciar a otros pueblos, de
palabra y con el testimonio, el Evangelio. Un anuncio que se vuelve alegría para quienes lo reciben, en
salud para quienes lo acogen y en signo de Dios para quienes creen. El deseo feliz del Salmo no nace
del entusiasmo ni de la euforia, sino de esta alegría en medio de la dificultad. «Alegrémonos con Dios,
tocad y cantad», que llegue a toda la tierra su Buena Noticia.
El Evangelio, a la par que sigue insistiendo en la Vida de ese pan que es Cristo, nos descubre el
corazón de la «voluntad del Padre»: que ninguno se pierda, sino que participe de su Vida, que es
eterna. Quien se fía de Cristo y sigue sus pasos, tendrá la esperanza de no tener que mendigar el pan y
el agua de nuestros desvelos y preocupaciones, sino afrontarlos con ánimo y confianza. Él, el que vive,
el que no nos echa fuera, sigue actuando en nosotros sus obras de bienaventuranza y salvación. Un día
más, estamos en ocasión propicia para renovar nuestra sencilla adhesión al Jesús de la Causa, para
entrar en comunión de vida con Él y que nuestro corazón le confiese: «Jamás permitas que me separe
de Ti».
Samuel Sueiro, cmf