BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 13 de marzo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que
constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se
trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz,
culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma?
¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el
mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo
mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos
rechazan la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y
del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede
hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la
sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva
necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo
mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza
redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere , atribuido al rey
David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice
David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» ( Sal 51, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al
pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente
por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar
a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío,
desde la liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la
esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es
precisamente la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a
los hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a
nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por
nosotros en la cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se
ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de
las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer
domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse
cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea
como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza,
oración colecta ).
Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal
que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión. Pido un
recuerdo especial en la oración por mí y por mis colaboradores de la Curia romana,
que esta tarde comenzaremos la semana de ejercicios espirituales.