V Domingo del Tiempo Ordinario
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Isaías 58. 7-10; 1 Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16
EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si
la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que
la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de
un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino
para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
HOMILÍA
¿Saben cuál es la diferencia entre un termómetro y termostato?
Un termómetro refleja simplemente el entorno. Nos dice la temperatura, si hace frío
dice que hace frío, si hace calor dice que hace calor.
Un termómetro no ejerce ninguna influencia sobre su entrono, más bien es
influenciado por él.
Un termostato tiene poder, energía. Pone en marcha la calefacción, regula la
temperatura, cambia las cosas. Influye en su entorno.
¿Y nosotros qué somos? ¿Termómetros o termostatos?
¿Qué quiere Jesús que sean sus seguidores? Tremenda pregunta, fácil de contestar,
difícil de practicar.
"Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo".
Estamos aquí, en la iglesia, porque la luz de Dios ha iluminado nuestra vida.
¿Qué vamos a hacer con la luz de Dios?
La fe es el interruptor que enciende la luz.
Sin fe, nuestra sal no vale nada y nuestra luz está oculta.
Para ser buenos termómetros lo único que tenemos que hacer es dejarnos llevar
por la corriente, mantenernos callados y no testimoniar el poder y el amor de Dios.
Ser como todo el mundo, reflejar los valores de nuestro entorno, de nuestro
mundo.
Cristo es ciertamente el único que brilla con la luz de Dios.
Nosotros, los católicos, somos los transformadores y las líneas de transmisión para
que la luz de Dios llegue a mucha más gente.
Nosotros, sus discípulos, somos necesarios para que la luz de Dios brille donde la
gente vive y muere.
Nosotros somos la sal de la tierra y la luz del mundo.
Somos los termostatos en un mundo de diferentes temperaturas.
¿Qué espera Dios de nosotros?
El poder, la energía, es suyo.
La luz viene de él.
El sazón lo da su palabra.
Nosotros no somos estrellas, somos sólo sal para sazonar nuestro pequeño mundo
y somos luz. "Dejen que su luz brille ante los demás para que vean sus buenas
obras y den gloria a Dios".
San Ignacio de Antioquia escribió en una de sus cartas: "Así como el árbol se
conoce por sus frutos, así también los que se llaman cristianos se conocen por lo
que hacen.
Porque el cristianismo no es sólo una profesión externa sino que se manifiesta en el
poder de la fe, si una persona permanece fiel hasta el final.
Es mejor para una persona agarrarse a su fe y ser que decirse cristiano y no serlo".
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P