XXV Domingo del Tiempo Ordinario A
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Isaías 55, 6-9, Filipenses 1, 20.24.27; Mateo 20, 1-16
EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola. El Reino de los cielos se
parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña. Después de
ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a
media mañana, vio a otos que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Id
también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió
al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el
día entero sin trabajar?
Le respondieron: -Nadie nos ha contratado.
Él les dijo: -Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el
jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.
Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los
primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario
cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han
trabajado sólo un hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos
aguantado el peso del día y el bochorno.
Él replicó a uno de ellos: - Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos
en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es
que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú
envidia porque yo sea bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los
últimos.
HOMILÍA
Son muchas las cosas de la vida que nos sorprenden y escandalizan.
Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo
durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se
desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe
también otro 10. No es justo, piensa el primero.
Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia
y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él.
Qué falta de consideración y respeto con los de siempre.
Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de
GM no sólo recibía un sueldo millonario sino que además la compañía le pagaba un
apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular.
¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo.
Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un
taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San
Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente dormía a pierna suelta, pero mientras
el taxista conducía la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo.
Vaya fraude.
Y tenemos razón. Vivimos en un mundo de injusticias. Todos somos víctimas de la
injusticia humana.
La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza.
Los trabajadores de última hora reciben los mismos euros que los que trabajaron
todo el día No comprenden ni la generosidad ni la extravagancia de semejante
patrón.
Éstas son cosas que no suceden en el mundo real. En el mundo real hay
explotación y, a veces, uno no recibe ni lo que se merece.
Aquí y ahora, en la iglesia, en cierto sentido no estamos en el mundo real ni
hablamos de los patronos salvajes de este mundo.
Aquí estamos hablando del Reino de Dios. Nuestro patrón es Dios y no se parece en
nada a los tiburones del mundo real.
Aquí estamos en el mundo de Dios que es también el mundo real, el mundo de los
hijos de Dios.
Según el evangelio que hemos proclamado, nuestra lección para hoy, Dios no es un
capataz cruel, no es un juez sin entrañas, no es un policía inculto, Dios es un padre
siempre generoso, siempre sorprendente, siempre extravagante.
Jesús, hoy, nos avisa y alecciona: cuidado con aquellos que creen conocer a Dios
muy bien.
A Dios nunca lo conoceremos muy bien. No esperen justicia de mi Padre y de su
Padre. Esperen, sí, compasión y amor.
No piensen que se lo merecen. Es un don que Dios da a los de siempre y a los que
creemos que no son dignos.
No confíen en sus méritos y en sus muchos trabajos. Sitúense ante Dios como
niños que todo lo esperan de sus padres.
No calculen las horas que han trabajado ni la recompensa que les espera. Dios
recompensa a todos los que lo buscan con un corazón sincero.
Nosotros, los de la primera hora, los que acudimos al área de descanso todos los
domingos a celebrar a nuestro Dios, los que estamos en los caminos del Señor,
nosotros queremos celebrar la extravagancia de Dios.
Queremos alegrarnos con los de la última hora aunque reciban el mismo salario que
nosotros.
Queremos que todos acudan a la viña del Señor y reciban su paga.
El amor grande y el perdón generoso de Dios en esta parábola y en la vida real es
todo corazón. No cuente las horas trabajadas, mire sólo el corazón.
Dios sufre ante las injusticias y se ríe de nuestra justicia. Y es corazón para todos.
Hagan algo extravagante, a imagen de Dios, para con sus familiares, amigos,
vecinos… a lo largo de este domingo.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P