Solemnidad. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Éxodo 24, 3-8; Hebreos 9, 11-15;
Marcos 14, 12-16.22-26
EVANGELIO
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a
Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de
Pascua?"
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad, encontraréis un hombre que
lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El
Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis
discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
divanes. Preparadnos allí la cena". Los discípulos se marcharon, llegaron a la
ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras
comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
"Tomad, esto es mi cuerpo". Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se
la dio, y todos bebieron. Y les dijo: "Esta es mi sangre, sangre de la alianza,
derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el
día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. Después de cantar el salmo,
salieron para el monte de los Olivos.
HOMILÍA
Érase un muchacho que siempre llegaba tarde a casa cuando salía de la escuela.
Los consejos y reprimendas no surtían ningún efecto. Finalmente, un día, su padre
le llamó al orden y le dijo: "la próxima vez que llegues tarde, cenarás pan y agua.
¿Está claro?" El hijo lo entendió perfectamente.
Pocos días después el muchacho llegó a casa más tarde que nunca. Sus padres no
le dijeron nada. Cuando se sentaron a cenar vio que los platos de sus padres
estaban llenos y en el suyo había sólo un trocito de pan y un vaso de agua. Miró al
pan y luego al agua. El padre esperó un rato para que el hijo interiorizara el
castigo. Luego tomó el plato del hijo y se lo puso delante de él. Cogió su plato y lo
puso enfrente de su hijo y se pusieron a cenar.
Años más tarde, ese mismo muchacho al recordar aquel episodio de su vida
comentaba: "Toda mi vida he sabido cómo es Dios por lo que hizo mi padre aquella
noche".
Hermosa lección en la que el padre se impone el castigo que su hijo merece. Una
lección sin palabras. Una lección sobre Dios que el hijo nunca olvidó.
Jesús, como el padre de la historia, cada domingo coge nuestro plato vacío y nos
ofrece un plato rebosante de amor y perdón y nos dice: "Tomad y comed, esto es
mi cuerpo." Los domingos Jesucristo multiplica el pan para sus hijos e hijas.
Primero escuchamos a Jesús para vernos a nosotros débiles, desobedientes y
necesitados de sanación. Nosotros que vivimos en un mundo que ha arrinconado a
Dios, tenemos que experimentar su presencia, su poder y su amor. Dios satisface
nuestra hambre con el pan de vida.
"Jesús hablaba a las gentes del Reino de Dios".
Primero la Palabra, la Buena Noticia, el Reino de Dios; primero darnos a conocer
que estamos llamados a formar parte de un nuevo orden de cosas. Jesús quiere
mostrarnos el mundo y nuestras vidas tal como su Padre las ve.
Y la Palabra de Dios, en este día de fiesta, nos remite a algo tan cotidiano y
necesario como es el pan y el vino.
Jesús, el mejor predicador, quiere que nos quedemos con él, que le acompañemos
en el banquete que prepara para nosotros cada domingo. Quiere poner delante de
cada uno de nosotros un plato de comida para el viaje de la vida. Y nos manda:
"Haced esto en memoria mía".
En cada Eucaristía, el sacerdote pronuncia las mismísimas palabras que pronunció
Jesús en la Última Cena. Palabras que debemos escuchar como el gran regalo que
Dios nos hace.
Nos acercamos al altar a recibir el cuerpo y la sangre de Cristo para hacernos uno
con Él. ¿Somos dignos? Por supuesto que no. Pero si esperáramos a ser dignos
nunca nos acercaríamos. Pero lo hacemos con confianza porque Él nos invita.
Nosotros que comemos sacramentalmente el Cuerpo y bebemos la Sangre de Cristo
nos convertimos en el cuerpo vivo, visible, tangible de Cristo para el mundo.
Nos convertimos en su presencia real, somos el plato lleno con el amor y el perdón
de Dios que Jesucristo quiere poner enfrente de tantos hermanos nuestros que
nunca verán otro plato.
Estamos llamados a convertirnos en lo que somos, el cuerpo de Cristo. Amén
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P