XVI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Jeremías 23, 1-6; Efesios 2, 13-18;
Marcos 6, 30-34
EVANGELIO
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo
que habían hecho y enseñado. Él les dijo: - Venid vosotros solos a un sitio tranquilo
a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban
tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y
los reconocieron; entonces, de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel
sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima
de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con
calma.
HOMILÍA
Érase una vez un reino que era muy ruidoso, el chirrido de las máquinas, el
estruendo de los cuernos y los gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido
llegaba hasta los confines del mismo.
Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido declaró que el día de
su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un edicto diciendo
que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos de su reino se
reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto gritarían con toda la
fuerza de sus pulmones.
En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto ridículo y preocupante. Y
dijo a su marido que mientras los otros gritarían, ella abriría simplemente la boca y
haría como que gritaba. Se lo contó también a su mejor amiga y ésta a otra y a
otra…
Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera vez en su historia, se calló. Y el
joven príncipe oyó por primera vez en su vida el canto de los pájaros, el murmullo
del agua de los arroyos y el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Y el
príncipe lloró de alegría.
Nosotros también vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas ,
en los coches y en los corazones.
¿Cuándo es la última vez que experimentó la alegría de un profundo silencio?
Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos experimentamos. Dicen que el
silencio es precioso ¿pero quién lo necesita?
Hacemos cosas por dinero, por placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen
que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al
primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y
marca el ritmo de nuestras vidas.
Jesús en el evangelio de hoy invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para
descansar con Él.
Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso es tan necesario
como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu tesoro allí está tu
centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino.
Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar en
Jesús, orar, escuchar y aprender de Jesús.
Nuestra iglesia podría ser el área de descanso en el camino ruidoso de la vida. Esta
Eucaristía podría ser ese tiempo, corto ciertamente, para escuchar al maestro.
Nosotros, como los apóstoles, queremos contarle a Jesús todo lo que hemos hecho
durante la semana. Y Él nos invita a acompañarle.
Cuando queremos conocer a alguien le preguntamos cómo se gana la vida. Soy
maestro, bombero, oficinista, abogado…Y así pensamos que conocemos ya toda su
vida. La mejor manera de conocer una persona es saber lo que hace en su tiempo
libre. Más importante que lo que uno hace es saber quién eres cuando no haces
nada.
La iglesia es el lugar donde somos invitados a no hacer nada. Aquí descansamos de
nuestro trabajo y de nosotros mismos. Aquí recordamos todo lo que Dios ha hecho
en la creación, en Jesús, en nuestras vidas… Aquí descansamos en los brazos de
Dios.
Ahí afuera, tenemos los ojos bien abiertos, los puños preparados, los pies en
movimientos, vendemos y compramos, gritamos y reímos…
Aquí, en la paz, abrimos los corazones para recibir el don más importante, Dios
mismo. Para el descanso del cuerpo nos tumbamos en la arena y ¿para el descanso
del alma?
Venid conmigo para descansar, escuchar, ser renovados. Jesús ofrece a sus
discípulos el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, su enseñanza y el alimento
del alma.
Durante seis días, estamos divididos entre la avaricia y la necesidad, entre el ruido
loco en nuestras cabezas y el silencio oracional del corazón.
Señor, los domingos, danos descanso, danos tiempo, danos paz y sabiduría.
Nada de lo que nosotros podemos hacer nos hace más valiosos de lo que Dios ya
nos ha hecho a cada uno.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P