XXI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Josué 24, 1-2.15-17.18; Efesios 5, 21-32;
Juan 6, 61-70
EVANGELIO
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -Este modo de
hablar es intolerable, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: -¿Esto os hace vacilar?, ¿
y si vierais la Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da
vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son
vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y
dijo: -Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con
él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: -¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó: -Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de
vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por
Dios.
HOMILÍA
Durante la segunda guerra mundial los nazis mataron a un grupo de judíos y los
enterraron en una fosa común. Un muchacho de unos doce años estaba todavía
vivo y poco a poco logró salir de la tumba poco profunda. Llamó a las puertas del
vecindario pero al verlo cubierto de tierra, le cerraron las puertas.
Una mujer estaba apunto de hacer lo mismo cuando el muchacho le dijo: "Señora,
¿no me reconoce? Soy ese Jesús que ustedes los cristianos dicen que aman.
La mujer empezó a llorar y lo recibió en su casa. En ese momento hizo su mejor
decisión por Jesús. Lo encontró llamando a su puerta y le abrió.
Un agricultor estaba ya cansado de trabajar una tierra que producía poco. Un año,
la cosecha fue tan mala que decidió vender las fincas y se marchó a la ciudad.
El hombre que le compró el campo observó que había muchas piedrecitas blancas.
Y como siempre había tenido curiosidad por la geología, cogió unas cuantas y se las
llevó a un geólogo para que las analizara. Y resultó que las fincas encerraban un
gran depósito de minerales necesarios para procesar el aluminio y otros metales.
Así que lo revendió y se hico rico.
Dos maneras de ver la misma realidad. Los ojos de la rutina, del simple mirón. Los
ojos de la superación, de la fe.
¿Nosotros, cristianos del Pilar, con qué ojos vemos a Jesús?
"El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada".
Mirar con los ojos de la carne es mirar con los ojos del agricultor, del mirón, ya
podemos abandonarlo todo y marcharnos a otro sitio.
Mirar con los ojos curiosos del nuevo comprador es mirar con los ojos del Espíritu,
de la fe, es quedarse con Jesús: "Tú solo tienes palabras de vida eterna".
Jesús no es un turista, se hizo ciudadano, para quedarse con nosotros.
Jesús no es un mirón, vino a trabajar y transformar el campo, a sembrar la semilla
de un mundo mejor. Desde entonces huele más a Dios.
Jesús vino a tener intimidad con nosotros. Una intimidad que quiso expresar a
través de su cuerpo y de su sangre.
La Eucaristía que celebramos desde la Última Cena del Señor es el centro de la vida
cristiana, el tesoro a descubrir con los ojos de la fe.
Y su pregunta, ¿también vosotros queréis marcharos?, se dirige a los que formamos
esta comunidad.
Josué, en la primera lectura, dice: "Yo y mi familia serviremos al Señor".
Pedro, siempre entusiasmado, dijo: ¿A quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de
vida eterna. Y se quedó con Él.
¿Y nosotros?
Jesús no es una hermosa historia que nos contamos los domingos ni una opinión
sobre algún personaje que me cae bien o mal.
La verdad se hace aceptándole y abrazándole y siguiéndole de todo corazón.
Un autor anónimo escribió estos versos:
Me llamas Señor y no me obedeces,
Me llamas Luz y no me ves,
Me llamas Camino y no lo andas,
Me llamas Vida y no me deseas,
Me llamas Sabio y no me sigues,
Me llamas Justo y no me amas,
Me llamas Rico y no me pides,
Me llamas Bondad y no confías en mí,
Me llamas Noble y no me sirves,
Me llamas Poderoso y no me honras,
Me llamas Justo y no me temes,
Si te condeno, no me eches la culpa.
Hay muchas razones para abandonar a Jesús, tal vez, la principal sea que no
queremos dejar a Dios trabajar en el campo de nuestra vida. Queremos ser
protagonistas y le dejamos a un lado.
Jesús nos pide serle fieles como él nos es siempre fiel.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P