XXIX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Isaías 53, 10-11; Hebreos 4, 14-16;
Marcos 10, 35-45
EVANGELIO
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le
dijeron: "Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir". Les preguntó:
"¿Qué queréis que haga por vosotros?" Contestaron: "Concédenos sentarnos en tu
gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Jesús replicó: "No sabéis lo que
pedís, ¿soy capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el
bautismo con que yo me voy a bautizar?" Contestaron . "Lo somos".
Jesús les dijo: "El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el
bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentaros a mi derecha o a mi
izquierda, no me toca a mí concederlo; está ya reservado".
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús,
reuniéndolos, les dijo: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los
pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que
quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de
todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y
dar su vida en rescate de todos".
HOMILÍA
Había una vez un gran jefe que era muy orgulloso. Un día se paseaba por la ciudad
y gritaba para quien quisiera oírle: "Soy grande. No hay nadie más grande que yo".
Una anciana que lo oyó, se le acercó y le dijo: "Yo conozco a uno que es
verdaderamente grande".
El gran jefe se sorprendió y enojado le dijo: "¿Qué? ¿Quién es más grande que yo?
La sabia anciana dijo: "Venga a mi casa mañana cuando el sol esté en lo más alto
del cielo y yo se lo presentaré "." Muy bien, dijo el jefe, mañana veremos quién es
más grande".
Al día siguiente, el jefe vestido con sus mejores ropas y joyas fue a visitar a la
anciana mientras se repetía por el camino: "No hay nadie más grande que yo".
Cuando el jefe entró en la casa vio a la anciana sentada contra la pared y a un
niñito gateando junto a ella. "¿Dónde está ese gran jefe del que me hablaste ayer?"
La anciana cogió en sus brazos al baby y dijo: "Éste es el grande del que le hablé".
Al gran jefe no le agradó este anuncio. Muy enfadado gritó a la anciana: "¿Qué es
esto? No intentes engañarme. Esto no es más que un bebé."
El niño asustado por el grito súbito y poderoso comenzó a llorar. El jefe se
conmovió. No quería asustarle. Arrodillado, se quitó las plumas de águila y halcón
que llevaba en el pelo y acarició las mejillas del niño. Sacó la bolsa de las medicinas
y las colocó debajo de su nariz. Se quitó finalmente sus collares que hicieron de
sonajero a los oídos del niño. Poco a poco el niño dejó de llorar y comenzó a
escuchar y mirar.
La anciana sonriendo le dijo: "Se da cuenta, incluso usted el gran jefe, tuvo que
dejar de hablar y cuidar del niño. En cada casa, el niño es verdaderamente grande
porque incluso el jefe más grande, como usted, tiene que convertirse en el servidor
de un niño. Así lo quiso el Creador. El Creador no le hizo grande para que pudiera
presumir de su grandeza. El Creador le hizo grande para que usted pudiera ayudar
a los que no son tan fuertes como usted".
A partir de aquel día nadie oyó al gran jefe proclamar su grandeza.
Javier era un niño enfermo y su médico no le dejaba salir de casa porque el sol y el
viento le podían matar. Se tenía que contentar con ver y hablar con los que
pasaban debajo de su ventana: el lechero, el anciano, el cartero, los niños que iban
y venían de la escuela y la niña que vendía flores.
Un día se enteró de que en el edificio grande que se levantaba enfrente de su
ventana vivía el cartero del rey y desde aquel día su único deseo era recibir una
carta del rey. Era un derecho que nadie le podía negar. Y un buen día cuando entró
en agonía, entre sueños, oyó una voz que le anunciaba la llegada del gran rey.
Esta puede ser la historia de este domingo, domingo del Domund, día mundial de
oración por las misiones.
Cuántos niños, cuántos jóvenes, cuantos hombres y mujeres en nuestra comunidad
y en todos los continentes están deseando recibir una carta del Rey.
Nosotros, los que nos reunimos aquí todos los domingos, sabemos que ese gran rey
existe, sabemos que hemos recibido su carta y su visita, sabemos que "de muchos
modos y en múltiples ocasiones ha hablado a los hombres", sabemos que "en los
últimos tiempos envió a su propio hijo" como gran cartero de su Padre Dios. Y
sabemos que su palabra, su carta, no es letra muerta, sino "vida y vida
abundante", y sabemos que ese hijo, Jesucristo, es para nosotros y para todos y
que todos tienen derecho a recibir esa carta, su visita y su abrazo.
Jesús es un derecho de todo hombre.
Pero ¿ por qué no les llega esa carta?
Nosotros somos los carteros del rey. Nosotros somos enviados todos los domingos
a llevar la carta del rey, la palabra de Dios, a Jesucristo, a los muchos hermanos
que esperan una buena noticia. No podemos quedarnos con algo que no es sólo
nuestro, Jesucristo pertenece a todos los hombres. Y Jesús nos dijo; "vayan por
todo el mundo y entreguen la carta de mi amor a toda criatura."
Entre nosotros hay hermanos que se llaman cursillistas, servidores, catequistas,
lectores…
El domingo mundial de oración por los misioneros nos da otro título hermoso.
Todos somos los "carteros del rey". ¿No le gustaría llevar una carta a ese niño
enfermo que espera en su ventana una buena noticia?
Todos deberíamos salir con nuestro saco lleno de cartas para repartir a los amigos.
En el evangelio de hoy vemos como los dos hermanos, Santiago y Juan, no querían
ser carteros, les parecía poca cosa, querían sentarse a la derecha y a la izquierda
de Jesús.
Jesús no quiere gente sentada sino gente en camino.
Jesús no quiere gente que sea número uno a la que hay que servir y admirar sino
gente que sea el último número y se ponga a servir.
Jesús quiere gente que beba el cáliz del sufrimiento y reciba el bautismo de la
muerte.
La gloria y la salvación es don de Dios y se regala a los que siguen el camino de
Jesús y viajan con Él hasta el final, hasta la cruz.
"Entre ustedes no ha de ser así". Evitemos la manía del ranking, del héroe de la
semana, del número uno de la promoción…
Jesús nos ofende y escandaliza, nos ofrece el número último, hacernos niños e hijos
a los que el más grande de todos cuida, acaricia y ama sin medida.
"Entre ustedes no ha de ser así". El abuso del poder no se da sólo en la sociedad
civil, se da también en la iglesia. Cuántos curas, dueños de su pequeña parcela,
tratan con poco tacto a su grey, niegan los sacramentos por razones más
personales que evangélicas y, poseedores de la verdad, no aceptan la crítica de los
demás.
El poder absoluto corrompe absolutamente dicen, pero el poder en nombre de Dios
es muy peligroso. La historia de la iglesia está llena de ejemplos de esta
perversidad. Y su actual descrédito tiene su raíz en el abuso del poder.
El Señor al que decimos "tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria", eligió otro
camino.
Un camino que sus seguidores encontramos difícil de seguir..
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P