XXX Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Jeremías 31, 7-9; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10, 46-52
EVANGELIO
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el
ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo
limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: "Hijo de David, ten
compasión de mí".
Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: "Hijo de David, ten
compasión de mí". Jesús se detuvo y dijo: "Llamadlo". Llamaron al ciego,
diciéndole: "Ánimo, levántate, que te llama". Soltó el manto, dio un salto y se
acercó a Jesús. Jesús le dijo: "¿Qué quieres que haga por ti"? El ciego le contestó:
"Maestro que pueda ver". Jesús le dijo: "Anda, tu fe te ha curado". Y al momento
recobró la vista y lo seguía por el camino.
HOMILÍA
Érase, una vez, dos monjes que fueron a la ciudad a solucionar unos asuntos del
monasterio. Antes de separarse para hacer sus gestiones oraron para mantenerse
limpios de corazón y cumplir con fidelidad sus tareas.
Uno de los monjes seducido por una mujer cayó en la tentación y pecó.
Cuando al final del día se encontraron para volver al monasterio, el monje pecador
sollozaba de tristeza. Su compañero le preguntó la razón de su tristeza. Y éste le
dijo: cuando estaba en la ciudad caí en la fornicación y ahora tengo que regresar al
monasterio sucio y tengo que confesar mi pecado.
El otro monje que se había mantenido puro, sintió compasión por su hermano y le
dijo: no llores, yo también he caído en el mismo pecado. Levantémonos, vayamos,
confesemos nuestro pecado y juntos hagamos penitencia.
Regresaron al monasterio y ambos se confesaron y aunque uno no había pecado
hizo oración y penitencia con su hermano como si el pecado hubiera sido suyo.
Y Dios perdonó al pecador por el amor de este monje a su hermano.
Así es Jesús. Él que no cometió pecado se hizo pecado con nosotros.
Él se sometió a la penitencia de la vida humana.
Él, inocente, pagó con su muerte en cruz nuestra ceguera.
Él, con su sangre derramada nos devuelve a todos la vista para que veamos a Dios.
Bartimeo, el limosnero ciego y sentado a la orilla del camino es cada uno de
nosotros.
Estar a la orilla del camino es
vivir marginado,
vivir sin esperanza,
vivir de espaldas a la sociedad, sin relaciones,
vivir sin amor.
Y estar ciego es no ver,
no ver a Dios,
no ver a los hermanos,
no verme a mi mismo.
La ceguera es también ver pero no con los ojos de Dios, sino ver con los ojos del
odio, la avaricia, los ojos de la lujuria, de la envidia…
Bartimeo, limosnero ciego y sentado a la orilla del camino, es la historia de nuestra
comunidad, la historia de nuestro barrio, de nuestra ciudad.
Cuántos Bartimeos, hombres y mujeres, en la orilla de nuestras calles, ciegos a las
bendiciones de nuestro Dios y ávidos de hacer un mal negocio.
Cuántos Bartimeos, hombres y mujeres, niños y jóvenes, que ya no esperan nada,
que no sienten la necesidad de salvación, que no quieren encontrarse con el Jesús
que pasa cada día a nuestro lado.
Me paseaba una tarde por las calles de mi antigua parroquia y me acerqué a
saludar a unos jóvenes que estaban en una esquina, vendedores de droga. Uno me
dijo: Padre, ¿ya reza por mí? Y tú, ¿ya rezas por ti? ¿Ya quieres ver y cambiar? Le
dije. Y seguí caminando. Y un feligrés me dijo: sólo saluda usted a esos tigres y a
nosotros no.
"Yo no he venido a buscar a los buenos sino a los pecadores".
El Bartimeo del evangelio tuvo suerte porque se encontró con Jesús y pudo gritarle
su oración: "Jesús, ten compasión de mí". Y pudo expresarle su necesidad: Señor,
que vea.
Yo no sé si nosotros los que estamos aquí en el templo somos mejores y vemos
más que las gentes sin fe que se pasean por nuestras calles.
Sí sé que estamos aquí, yo al menos, para expresar nuestra debilidad y nuestra
necesidad de ver la presencia salvadora de Jesús.
Aquí venimos desde nuestra orilla de soledad, nuestra orilla de la ceguera, nuestra
orilla de la pobreza para gritarle a Jesús un domingo más:
Jesús, ten compasión de mí que soy pecador, duro de corazón y ciego.
Cuando uno se hace mayor la presbicia nos visita y las gafas bifocales nos ayudan.
Cuando uno se hace más cristiano elimina el pecado que es la presbicia que nos
impide ver con claridad.
Cuando uno se hace más cristiano cree más y ve mejor y sale de la orilla para
encontrarse en el centro de la vida y del amor.
Padre Félix Jiménez Tutor, Sch.P