Comentario al evangelio del Martes 17 de Mayo del 2011
Queridos amigos:
En el evangelio de ayer declaraba Jesús que sus ovejas lo conocen. Hoy hallamos un eco de ese mismo
mensaje. Un relato nos introduce en este motivo tan importante del cuarto evangelio. Dice así:
Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de tea¬tro entretenía a los huéspedes
declamando textos de Shakespeare. Después se ofreció a que le pidieran algún bis. Un tímido sacerdote
preguntó al actor si conocía el salmo 22. El actor respondió: «Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a
recitarlo solo con una condición: que después también lo recite usted».
El sacerdote se sintió algo incómodo, pero accedió. El actor hizo una be¬lla interpreta¬ción con una
dicción perfecta: «El Señor es mi pastor, nada me falta...». Los huéspedes aplaudieron vivamente.
Llegó el turno al sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras. Esta vez, cuando terminó, no
hubo aplausos, solo un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro. El actor se mantuvo
en silencio unos instantes, después se levantó y dijo: «Señoras y señores, espero que se hayan dado
cuenta de lo que ha sucedido esta noche. Yo conocía el salmo, pero este hombre conoce al Pastor».
Solo conoceremos al Pastor si él se nos da a conocer. Pero esta es su voluntad: darse a conocer,
mostrarse accesible a quien, como Nicodemo, desea encontrarse con él; más aún, se hace el
encontradizo y entabla conversación, como hace con la samaritana; incluso se somete a las exigencias
especiales que pone Tomás el Mellizo para poder creer. Maestro y estímulo para el deseo de
conocimiento es el apóstol Pablo cuando escribe: «Quiero conocerlo a Él, el poder de su resurrección y
la participación en sus padecimientos», con la esperanza de llegar a la resurrección de los muertos y de
tener parte en su gloria (Flp 3,10). ¿Queremos conocer al Señor? ¿Estamos dispuestos a tener
comunión en sus padecimientos?
Vuestro amigo
Pablo Largo
Pablo Largo