La auténtica calidad de vida de Cristo
Domingo 05 de Pascua 011
Hoy se habla de una buena calidad de vida cuando se piensa que para vivir con
dignidad no solo se necesita vestido, vivienda y alimentación, sino otras cosas que
hacen llevadera la existencia del hombre: un honroso trabajo, seguridad social y un
libre acceso a los bienes de la cultura y de la convivencia fraterna. Eso es básico, y
es el deseo a conseguir en una sana sociedad donde los bienes materiales sean
patrimonio de todos.
Pero para el cristiano, esa “calidad de vida” quedaría a medias del camino, si no se
tiene una plena, perfecta y profunda relación con el Dios de los cielos. Eso fue lo
que Cristo consiguió con su mensaje, con su vida y con esa condición suya que no
despreció la gama de situaciones que forman parte de la vida humana, con
excepción del pecado. Y fue lo que los apóstoles no aceptaron no entendieron,
incluso hasta el final de la vida de Cristo cuando él ya se iba de regreso a su Buen
Padre Dios. A Dios lo conocieron los hebreos por sus acciones en pro de su pueblo,
y por la alianza que gratuitamente hizo con aquellas gentes. Pero los dirigentes del
pueblo, exagerando algunos rasgos tomados ciertamente del Antiguo Testamento,
había ayudado a crear una imagen muy desdibujada del Dios de los cielos,
haciéndolo pasar por un Dios castigador, enojado, siempre de mal humor al que
había que tener contento con las ofrendas y los sacrificios, aunque el corazón
estuviera lejos de él.
Cristo queriendo apurar hasta el último momento la comprensión de sus apóstoles
del verdadero Dios, los exhorta en la última cena a confiar en él lo mismo que en el
Padre Dios. Les pide que permanezcan en la paz y que estén confiados, pues si bien
es verdad que él debe irse, será precisamente para prepararles un lugar cerca del
Buen Padre Dios, y luego vendrá y los tomará a todos para llegar a ser la gran
familia de los hijos de Dios. Cristo dice expresamente: “Yo los llevaré conmigo, para
que donde yo esté, estén también ustedes”. Yo me imagino a Cristo como la gallina
que quiere que sus pollitos duerman calientes y protegidos bajo sus alas. Y por eso
Cristo entregó su propia vida para que todos los que confían en él, puedan tener
también la seguridad, el camino de acceso libre y al final la nueva vida de los hijos
de Dios.
Sin embargo, Cristo encontró no precisamente la oposición, sino la gran dificultad
para hacerse entender de sus apóstoles, pues hablándoles precisamente de su
camino, Felipe le refuta que no sabían el camino a seguir, y fue necesario que
Cristo dijera: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por
mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo
conocen y lo han visto”. Ésta es entonces la auténtica calidad de vida, cuando
hayamos seguido por el camino de Cristo para encontrarnos en los brazos del Buen
Padre Dios en donde encontraremos cálida acogida.
Sin embargo, para llegar a esa situación idílica, tenemos que imitar a Cristo en su
generosidad para todos los hombres, su opción los pobres y por los que sufren, su
cercanía de los pecadores, los caídos y los rechazados por los hombres, su
misericordia ante toda miseria humana, su deseo de estar con los marginados y los
hambrientos, su ternura por los enfermos, los niños y las mujeres, y su profunda
compasión por todos los que sufren. De esta manera, viendo el rostro de Cristo, él
nos estará reflejando el rostro y el verdadero amor del Padre.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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