"Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más
grande que el que lo envía"
Jn 13, 16-20
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Antes de la fiesta de Pascua, Jesús lavó los pies a sus discípulos. Sólo San Juan relata
esta escena. Y la introduce de una manera súbita. Dice que tiene lugar mientras cenaban.
Como sabemos, Jesús, se quitó las vestiduras, esta palabra significa, en general, vestido, y
preferentemente manto. Pero no deja de extrañar la forma plural del relato de san Juan.
Luego toma una toalla de lino, lo suficientemente larga que permitía ceñirse con ella.
Después echó agua en una jofaina, y comenzó a lavar los pies a los apóstoles, y a
secárselos con el lienzo con que se había ceñido.
Esto que Jesús hace, lavar los pies, era algo misterioso, pues su profundo sentido sólo lo
comprenderían después. Como del Señor no se registra una explicación precisa en el
cenáculo, se refiere a la gran iluminación de Pentecostés, en que el Espíritu les llevaría
hacia la verdad completa, y con esas luces relatan, varias veces, haber reconocido,
comprendido hechos y enseñanzas de Jesús después de esta gran iluminación.
Aquello era un rito misterioso y ellos no necesitaban una purificación fundamental, pues
todos estaban limpios. Juego de palabras que expresa a un tiempo la limpieza física y
moral. Pero Jesús destaca ya la primera denuncia velada de Judas; éste no estaba puro.
Después que Jesús terminó su ronda de limpieza, más de almas que de pies, pues aquello
era una enseñanza, dejó su aspecto de esclavo y, tomando sus vestidos, se reclinó entre
ellos y comienza a instruirlos, haciéndoles ver que El ha realizado con ellos lo que ahora le
va a enseñar en Palabra.
Jesús nos da dos sentencias, Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor,
ni el enviado más grande que el que lo envía, el hecho de asegurar, demuestra que Jesús
expresa decisión y firmeza en lo que dice, después al final de este fragmento, Jesús dice:
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al
que me envió. Nuevamente Jesús nos muestra su firmeza en lo que afirma. La enseñanza
es que, ante el anunciado fracaso humano de la traición, deben saber que no fracasan ni El
ni ellos, pues no son más que una cadena de enviados para cumplir la obra del Padre.
Lo cual hace que quien los reciba a ellos en su misión de apóstoles de Jesús, a pesar del
fracaso, recibe a Jesús y al Padre. La sentencia es probable que haya tenido otro contexto
histórico, pero, en la situación literaria que aquí se la da, parece que éste sea el intento del
evangelista.
Los apóstoles, son solo servidores y los enviados por Jesús al mundo, luego no podrán
menos de someterse a todo lo que Jesús se sometió y hacer lo que Jesús hizo y como El lo
hizo.
Jesús dice que es necesario que se cumpla la Escritura que dice: "El que comparte mi pan,
se volvió contra mí. La denuncia velada que hizo de Judas antes, se amplifica ahora, con un
valor apologético para los apóstoles: para la hora del gran escándalo de la pasión. Dice
Jesús: yo conozco a los que he elegido El sabe a quiénes escogió y la secuencia a seguirse
de aquella elección. Y se da la cita de la Escritura con una plasticidad impresionante: El que
comparte mi pan, se volvió contra mí. Se suelen interpretar estas palabras de Ajitofel,
traidor familiar de David (1 Sam 15:12). La analogía de situaciones puede establecer un
sentido típico u otro de los muchos (sentidos) escriturarios con que argumentaban los
judíos, sobre todo basado en la analogía de situaciones. La cita del salmo no sólo llega a
hacer ver la traición hecha por uno que vivía en intimidad de la familia apostólica, lo que en
Oriente se acusa por el comer juntos, sino que llega a evocarse el pasaje en su misma
realidad material, pues Judas está a la mesa con Jesús y muy pronto recibirá de él un
bocado.
El intento de este pasaje no está en demostrar tanto la presciencia de Jesús sobre la
traición, lo que incluso Jesús podía saberlo naturalmente por el rumor popular y, más aún,
por algunos de sus partidarios, , Nicodemo o José de Arimatea, cuanto hacer ver que la
traición había de cumplirse, pues estaba profetizada para el Mesías en la Escritura. No que,
por estar escrita en ella, ésta fuera la causa de su realización, sino que, porque iba a
realizarse, anticipadamente había sido profetizada en la Escritura y su cumplimiento era
infalible.
Por eso, con carácter apologético, les dice que Yo soy, para que, cuando suceda, sepan
que El sabía adonde iba. La expresión que Yo soy puede significar que El es, a pesar de
todo lo que sucede, el que les dijo, el Mesías. Pero, como ya se dijo en otros pasajes de
San Juan, con esta frase tan cortada y en consonancia con otras expresiones proféticas, en
las que se habla de Yahvé, se quiere evocar sobre Jesús su trascendencia divina. Así se
lee: “Vosotros sois mis testigos, dice Yahvé., para que conozcáis y creáis en mí, y
comprendáis que Yo soy” (Is 43:10, LXX). Probablemente, en la redacción al menos de San
Juan, se quiera decir que El es el que les dijo: El Hijo de Dios.
Veladamente les va a hablar de lo que hizo, pues sólo lo podrán comprender después de
Pentecostés.
Jesús les había dicho ya que Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo
soy. Jesús es el Maestro y el Señor de todos. Así su lección es universal. También les
había dicho a los apóstoles, Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,
ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que
hagan lo mismo que yo hice con ustedes – Jn 13. 1-15
Lo que hizo Jesús fue darnos un ejemplo de humildad por caridad. Esto es lo que debemos
practicar: la humildad por caridad. Es lo que nos dirá muy pronto como un precepto nuevo:
“que os améis los unos a los otros”. Jesús ha de ser nuestro modelo, nuestro gran y
perfecto ejemplo, a El debemos mirar, para que nuestra vida se parezca a la suya, esto es
copiando sus sentimientos, y haciendo todo lo de El nuestro, para ir pareciéndose a El, y
así, hacer efectivo el sueño de Dios en nosotros, que seamos hombre buenos como su hijo
Jesús.
La alegría de Cristo resucitado vivan en sus corazones